Vuelven los niños saharauis

300 chavales de los campos de refugiados de Argelia llegan para pasar el verano ‘en familia’

01 jul 2015 / 21:24 h - Actualizado: 01 jul 2015 / 23:14 h.
"Sociedad"
  • Hasina recibía a su hermano Salem, que este verano viene por último año. / C.R.
    Hasina recibía a su hermano Salem, que este verano viene por último año. / C.R.
  • Uno de los grupos de familiares y niños saharauis reunidos ayer en el aeropuerto. / El Correo
    Uno de los grupos de familiares y niños saharauis reunidos ayer en el aeropuerto. / El Correo

Con arreglo a la proverbial puntualidad argelina, cuya aerolínea de bandera había fijado la llegada para las 7.30 de la mañana, a mediodía de ayer aterrizó en Sevilla el primero de los seis vuelos que este verano traerán a San Pablo y llevarán luego de vuelta a casa a los alrededor de 300 niños saharauis inscritos en el programa Vacaciones en Paz, uno de los proyectos más exitosos de la historia del voluntariado español que desde la década de los noventa permite quitar del desierto durante dos meses a miles de criaturas, generalmente de entre 8 y 12 años, para que disfruten en España de un verano inolvidable.

Los saharauis no son un pueblo especialmente aspaventoso en sus afectos; aunque los tienen tan profundos como los de cualquier otra persona –huelga decirlo–, sus sentimientos prefieren mostrarlos con cuentagotas y muy celosamente, lejos del más leve asomo de exhibicionismo; sin embargo, ayer, en el vestíbulo, los corredores y hasta las plantas de aparcamiento del aeropuerto sevillano, las lágrimas volvieron a ser la salsa del reencuentro entre los chiquillos y las familias que han estado cuidando de ellos durante los últimos veranos. Los abrazos más rotundos los despachaban los más veteranos, que se veían de nuevo con sus padres y hermanos españoles tras diez meses de separación. Entre los novatillos también había llanto, pero esta vez no era tanto por la emoción de saludar a una familia completamente desconocida como por el lógico arranque de echar de menos a los suyos: es la clásica escena de todos los años, y ni siquiera la costumbre, ni el que sean ya tantos los años en que se repite el procedimiento, han logrado cambiarle ni tanto así. Desde que se desató hace siete años, la crisis le ha dado un buen mordisco a este programa y ya no hay tantas familias españolas como las que había antes en situación de asumir esta responsabilidad; no obstante, los lazos de amistad y familiares son tan fuertes que ya no habría forma de soltarlos. Pocos, pero felices: lo escribió Shakespeare hace 400 años pensando en otra cosa, y sigue valiendo.

Ayer, en los campamentos de refugiados del pueblo saharaui en el exilio, al sur de Argelia, los termómetros marcaban 48 grados a la sombra, aunque allí, sombras, pocas. Más de 50 grados marcan la rutina de los días y las tardes, con el agravante de la celebración del Ramadán, el mes en que los musulmanes se abstienen de comer y, lo que es peor, beber desde el alba hasta el ocaso. «Hoy no hago Ramadán porque soy un viajero», se excusaba ayer sabiamente el pequeño Salem, cargado con su trolley y con un dominio del español que ya quisieran algunos de por aqui. Ni hará ayuno ni pasará calor, porque media hora después estaba chapoteando en una piscina con una hamburguesa en la mano: la imagen con la que se había llevado meses soñando (y mandando whatsapps), y que cada vez suena menos sacrílega en aquella tierra hermanada por la solidaridad, ya que no por la política.