Y tras el cole... vuelta a empezar

¿Deberes sí o no? Los profesores relativizan el debate de moda en la enseñanza española

25 nov 2016 / 22:22 h - Actualizado: 25 nov 2016 / 22:32 h.
"Educación","Educando para el futuro"
  • Los profesores coinciden en que los trabajos de clase han de tener una continuidad y un refuerzo en casa, aunque con sentido, con criterio y con moderación. / El Correo
    Los profesores coinciden en que los trabajos de clase han de tener una continuidad y un refuerzo en casa, aunque con sentido, con criterio y con moderación. / El Correo

«Esta mañana me he enfadado mucho en clase», confiesa un profesor sevillano que prefiere no decir su nombre para que nadie sepa de quién habla. «Ayer había pedido a los niños que pensaran un tema para hacer un cómic sobre cuentos infantiles, ¡que pensaran solo, no que hicieran nada!, y cuando he ido a preguntarle a uno me ha dicho que no había tenido tiempo. ¿No había tenido tiempo de pensar, simplemente? Me lo estaba diciendo un niño de ocho años. Roza lo absurdo». En el debate cíclico sobre si hay que poner o no deberes a los escolares, los maestros consultados piden no llevar la discusión a sus extremos: unas razonables y bien escogidas tareas para casa ayudan al niño a formatearse como sujeto competente y como futuro estudiante, sin que ello le impida respirar, dar brincos por el parque o ver sus dibujitos preferidos. Hay tiempo para todo. ¿O no?

«Si estoy enseñando la acentuación y no mando ejercicios, ¿cómo puedo pretender que adquieran una costumbre que está basada en la repetición, en machacar?», pregunta retóricamente Purificación Blanco Espartero, profesora de quinto de Primaria en el Vicente Aleixandre de La Algaba. «Si estoy dando el algoritmo de la división en clase y no mando divisiones, ¿cómo se van a hacer con él? En las troncales de Lengua y Matemáticas, los deberes son imprescindibles para que se asienten los conocimientos». En el resto de asignaturas, le vale con encargar resúmenes para que los alumnos se habitúen a estudiar. Pero en asuntos como la ortografía, no pasa ni una. Que para eso está, claro. «La ortografía no se puede adquirir si no se trabaja en casa. Se aprende por repetición». Cuando a un niño se le exige repetir equis veces las palabras que no sabe escribir, «eso no es un martirio, es una forma de hacer que comprenda» algo que va a ser «fundamental» en su vida. El que circule por las teles un anuncio de Ikea que pide más cenas en familia y menos deberes no es incompatible, en su opinión, con evitar que los jóvenes lleguen a la Universidad con faltas de ortografía. «Eso no se puede tolerar». Y se tolera.

«En el medio está la virtud», advierte desde el Colegio San Hermenegildo de Dos Hermanas José Carlos Muras González, quien tras once años de docencia y rodeado por niños de tercero y cuarto de Primaria no ha perdido el humor ni la lucidez que hacen falta para interpretar estos fenómenos con mesura. «Está habiendo una psicosis, demasiada preocupación», lamenta, «aunque es cierto que hay cosas mejorables». En su opinión, el sentido común suele funcionar de maravilla en estos casos. «No suelo mandar tareas para casa. Los que se llevan deberes es porque no han espabilado lo bastante y no han terminado el trabajo que había que hacer en la clase, habiendo tiempo suficiente para ello».

«En algunos casos se mandan demasiadas tareas que pierden su función porque no se corrigen luego, o bien no sirven para orientar al alumno... pero tampoco creo que sea conveniente el extremo opuesto», precisa este profesor. «Lo que no se evalúa, se devalúa. Si no hay exigencia, el niño pasa. A los padres les digo que es necesario crear en los niños un hábito de estudio, no necesariamente tedioso –puede ser una sopa de letras, incluso–, pero es importante que dediquen dos horas diarias en casa. Cuando hay quejas al respeto, bien porque se piense que el niño no hace nada o por todo lo contrario, lo que suele haber detrás es un fallo de planificación. Se trata de organizar bien el tiempo. En cuanto a los padres, no deben ser esclavos de sus hijos ni de sus deberes, sino ser controladores de la tarea que hagan. Los padres se meten demasiado en algo que deberían hacer los niños».

Carolina Domínguez Capilla lleva catorce años en Infantil y ahora acaba de estrenarse en Primaria en el Colegio Algarrobillo de Valencina de la Concepción. Se declara «partidaria de unos deberes moderados, sin pasar de un polo al otro». La idea es crear un hábito, no espantar a los chiquillos dejándolos sin vida. El problema es, de todos modos, más complejo de lo que parece. «El horario lectivo es complicado. Cada vez hay más asignaturas y, para encajarlas, las sesiones son de 45 minutos. Entre que empiezas, corriges, explicas... no hay tiempo. Esto ha ido en deterioro de las troncales de Lengua y Matemáticas, y es la causa por la que se están mandando tantos deberes», afirma. «El niño tiene que practicar, pero los deberes en exceso no hacen alumnos más responsables ni cualificados. Es un error mandar ejercicios que se ve que no van a servir. Conviene ser más selectivos». A su juicio, también sucede que los niños sufren una mayor desconcentración ahora que años atrás. ¿Culpa de las tecnologías? «Probablemente», se responde a sí misma, tras recordar cómo era su infancia. «A mí no me gustaba hacer deberes. Los hacía rápido. Vivía en un pueblo y me pasaba casi toda la tarde en la calle». No le ha ido mal del todo.

«Esta mañana me he enfadado mucho en clase», confiesa un profesor sevillano que prefiere no decir su nombre para que nadie sepa de quién habla. «Ayer había pedido a los niños que pensaran un tema para hacer un cómic sobre cuentos infantiles, ¡que pensaran solo, no que hicieran nada!, y cuando he ido a preguntarle a uno me ha dicho que no había tenido tiempo. ¿No había tenido tiempo de pensar, simplemente? Me lo estaba diciendo un niño de ocho años. Roza lo absurdo». En el debate cíclico sobre si hay que poner o no deberes a los escolares, los maestros consultados piden no llevar la discusión a sus extremos: unas razonables y bien escogidas tareas para casa ayudan al niño a formatearse como sujeto competente y como futuro estudiante, sin que ello le impida respirar, dar brincos por el parque o ver sus dibujitos preferidos. Hay tiempo para todo. ¿O no?

«Si estoy enseñando la acentuación y no mando ejercicios, ¿cómo puedo pretender que adquieran una costumbre que está basada en la repetición, en machacar?», pregunta retóricamente Purificación Blanco Espartero, profesora de quinto de Primaria en el Vicente Aleixandre de La Algaba. «Si estoy dando el algoritmo de la división en clase y no mando divisiones, ¿cómo se van a hacer con él? En las troncales de Lengua y Matemáticas, los deberes son imprescindibles para que se asienten los conocimientos». En el resto de asignaturas, le vale con encargar resúmenes para que los alumnos se habitúen a estudiar. Pero en asuntos como la ortografía, no pasa ni una. Que para eso está, claro. «La ortografía no se puede adquirir si no se trabaja en casa. Se aprende por repetición». Cuando a un niño se le exige repetir equis veces las palabras que no sabe escribir, «eso no es un martirio, es una forma de hacer que comprenda» algo que va a ser «fundamental» en su vida. El que circule por las teles un anuncio de Ikea que pide más cenas en familia y menos deberes no es incompatible, en su opinión, con evitar que los jóvenes lleguen a la Universidad con faltas de ortografía. «Eso no se puede tolerar». Y se tolera.

«En el medio está la virtud», advierte desde el Colegio San Hermenegildo de Dos Hermanas José Carlos Muras González, quien tras once años de docencia y rodeado por niños de tercero y cuarto de Primaria no ha perdido el humor ni la lucidez que hacen falta para intepretar estos fenómenos con mesura. «Está habiendo una psicosis, demasiada preocupación», lamenta, «aunque es cierto que hay cosas mejorables». En su opinión, el sentido común suele funcionar de maravilla en estos casos. «No suelo mandar tareas para casa. Los que se llevan deberes es porque no han espabilado lo bastante y no han terminado el trabajo que había que hacer en la clase, habiendo tiempo suficiente para ello».

«En algunos casos se mandan demasiadas tareas que pierden su función porque no se corrigen luego, o bien no sirven para orientar al alumno... pero tampoco creo que sea conveniente el extremo opuesto», precisa este profesor. «Lo que no se evalúa, se devalúa. Si no hay exigencia, el niño pasa. A los padres les digo que es necesario crear en los niños un hábito de estudio, no necesariamente tedioso –puede ser una sopa de letras, incluso–, pero es importante que dediquen dos horas diarias en casa. Cuando hay quejas al respeto, bien porque se piense que el niño no hace nada o por todo lo contrario, lo que suele haber detrás es un fallo de planificación. Se trata de organizar bien el tiempo. En cuanto a los padres, no deben ser esclavos de sus hijos ni de sus deberes, sino ser controladores de la tarea que hagan. Los padres se meten demasiado en algo que deberían hacer los niños».

Carolina Domínguez Capilla lleva catorce años en Infantil y ahora acaba de estrenarse en Primaria en el Colegio Algarrobillo de Valencina de la Concepción. Se declara «partidaria de unos deberes moderados, sin pasar de un polo al otro». La idea es crear un hábito, no espantar a los chiquillos dejándolos sin vida. El problema es, de todos modos, más complejo de lo que parece. «El horario lectivo es complicado. Cada vez hay más asignaturas y, para encajarlas, las sesiones son de 45 minutos. Entre que empiezas, corriges, explicas... no hay tiempo. Esto ha ido en deterioro de las troncales de Lengua y Matemáticas, y es la causa por la que se están mandando tantos deberes», afirma. «El niño tiene que practicar, pero los deberes en exceso no hacen alumnos más responsables ni cualificados. Es un error mandar ejercicios que se ve que no van a sevir. Conviene ser más selectivos». A su juicio, también sucede que los niños sufren una mayor desconcentración ahora que años atrás. ¿culpa de las tecnologías? «Probablemente», se responde a sí misma, tras recordar cómo era su infancia. «A mí no me gustaba hacer deberes. Los hacía rápido. Vivía en un pueblo y me pasaba casi toda la tarde en la calle». No le ha ido mal del todo.