«Después de cuarenta años luchando, que en la danza se vaya para atrás en lugar de para adelante, me preocupa»

Víctor Ullate ha presentado en el Caruja Center ’30 años de danza’, un espectáculo con las coreografías más emblemáticas de su carrera.

02 dic 2018 / 12:34 h - Actualizado: 02 dic 2018 / 12:38 h.
  • «Después de cuarenta años luchando, que en la danza se vaya para atrás en lugar de para adelante, me preocupa»

Aunque seguirá al tanto de lo que ocurra con su compañía de ballet, ha decidido vivir otra faceta de su vida, junto a su pareja y disfrutando de lo que no ha disfrutado hasta ahora. Sus inicios están marcados por unos botos que vio de niño, y que su padre le compró, siendo fichado después por ‘Antonio el Bailarín’. Juntos bailaron durante un tiempo, pero su ‘querer más’ le llevó a Bruselas donde, de la mano del padre de la danza del siglo XX, Maurice Béjart, se convirtió en uno de los grandes de su generación. Después volvió a España y se dedicó a la enseñanza, creando monstruos de los escenarios, con premios nacionales de Danza, como Ángel Corella, Joaquín de Luz, María Giménez o Lucía Lacarra. Hoy mostrará en el Cartuja Center, una recopilación de toda una trayectoria de inspiraciones.

-Celebras tres décadas con tu compañía y hay un tango que dice que “20 no son nada”... ¿30 es un poquito más que nada?

-La verdad es que cuando haces algo que te gusta pasa el tiempo muy rápido y no es ese esfuerzo de tener que ir a una oficina y hacer lo mismo siempre. Esto es una profesión donde cada día es diferente y, sobre todo, está el viajar, conocer otras culturas y enseñar, ya sea como bailarín o como coreógrafo. He vivido muy intensamente momentos muy hermosos que me han dado, y me siguen dando, felicidad. Otros no tan bonitos, que siempre son los económicos (porque tener una compañía es gastar todo lo que tú quieras, puesto que nunca es suficiente). Lo difícil es cuando realmente no tienes y debes hacer cosas. Muchas veces te embarcas e hipotecas tu casa o tus bienes para que los bancos puedan darte dinero. Yo primero empecé como bailarín y luego, como maestro, porque me fascina la enseñanza, el contacto con los alumnos, ver como tienen esas ganas de triunfar y de querer ofrecerme su arte para que esté orgulloso de ellos... Esos comienzos son maravillosos.

-El balance de este tiempo, ¿desde qué sentimiento lo has hecho?

-En estos 30 años he tenido a una persona a mi lado (mi pareja, Eduardo Lao, de Granada), que fue mi primer alumno, cuando tenía 18 años, y que me ha seguido y ha estado a mi lado siempre, haciendo coreografías también. Una ayuda increíble, sobre todo cuando tuve los infartos y me dijo que no me preocupase porque él terminaría lo que yo empecé. Eduardo me planteó la retrospectiva de ’30 años de danza’ y seleccionó parte de su repertorio y del mío y mi sentimiento ha sido el de la satisfacción de, a pesar de todas las complicaciones, haber podido realizar todo aquello que tenía en mente.

-¿Por qué la danza en España no es más?

-Me da mucha porque tenemos lo que no tienen otros países: un folclore maravilloso como el flamenco y una danza española con esa escuela bolera en la que tantos coreógrafos, incluso yo mismo, nos hemos inspirado. Tendría que haber conservatorios donde solo hubiese danza española, pero eso es una voluntad política y ellos no han tenido una base artística. Se les ha enseñado Ciencias Políticas, pero son personas totalmente insensibles al arte y que no están acostumbradas a él. Luego, si a eso le añades la cantidad de horas, responsabilidades y el tiempo que pierden en criticarse unos a otros y en a ver quién puede decir lo peor de cada uno, en sacar trapos sucios de sus vidas privadas... A mí todo eso me genera malestar porque, ¡vaya pérdida de energía! ¡En vez de estar todos a una para que este país sea el más maravilloso del mundo! Tenemos una gente genial, una cultura estupenda, grandes dramaturgos que han pasado por esta tierra, grandes bailarines, cantantes, actores... Talento hay por un tubo, pero todos los artistas nos quejamos por lo mismo: de la falta de apoyo. Ya no es cuestión solo económica, que también, sino de apoyo yendo a un espectáculo y que se diga: “Mira, la Casa Real, el Presidente o los Ministros viendo una función”. Rara vez sucede eso.

«Después de cuarenta años luchando, que en la danza se vaya para atrás en lugar de para adelante, me preocupa»

-Las biografías de los primeros bailarines, referentes de la danza, reflejan a personas muy pasionales y que, a la vez, despiertan muchas pasiones... ¿En tu caso ha sido también así?

-He sido, y soy, muy pasional. Una de las cosas más importantes para mí es el amor, amar a tu pareja, a quienes te rodean, al público que te ve, a lo que haces... Siempre nos fijamos en lo que hicimos, o en lo que vamos a hacer, y nos olvidamos del presente. Me habría gustado que cada segundo hubiese durado mucho más porque son instantes que se van.

-Muchos bailarines para triunfar lo pasan muy mal, incluso a causa de que la familia no los entiende, sobre todo en el caso de los varones... ¿Ha sido tu caso?

-No, mi padre siempre me apoyó y mi madre, igual. Creyeron en mí, por mucho que escribieran a un cura que estaba en televisión y éste les aconsejara que me quitaran de la danza porque era un “pecado terrible que me iba a pervertir”. Al final he llegado a lo que he llegado y no hubiese concebido mi vida de otra manera. Sí que tuve un accidente a los 21 años y me dejó bastante inactivo, pero son experiencias que a la alarga te benefician porque, si no pasas por lo malo, tampoco puedes ser realista y saber la felicidad que puedes obtener. Mi camino ha sido duro porque he tenido infartos, dos trombos en la pierna que luego subieron al pulmón, me detectaron una mancha, me tuvieron que abrir y hubo situaciones en las que pensé que se acababa. Cuando entré en la sala de operaciones pensé: “Me voy, ha llegado mi hora”. Pero en los dos meses previos fui la persona más feliz porque amé más que nunca y me sentía en paz. Lo importante es dejarse fluir, aunque muchas veces es esta sociedad no te lo hace fácil.

-¿Cuál es el “sello” Víctor Ullate?

-Creo que es el buen hacer. La perfección no existe, pero sí el cuidado, el amor, que cuando se abra el telón no haya arrugas en las telas, la luz esté bonita... Cuidarlo y no hacer por hacer. La danza no puede ser vulgar, tiene que tener un aroma, un matiz o un perfume que le llegue a tu ser.

-La danza no puede ser vulgar, pero hoy estamos rodeados de vulgaridad...

-Es una forma también de llamar la atención. Cuando no tienes calidad, o los medios necesarios para alcanzar una buena técnica, engañas un poco al público. Entonces, no hay que verlo como un ballet sino como una ‘performance’. Es verdad que el clásico no es fácil, porque necesitas nacer con unas condiciones físicas y tener una salud de hierro, pero es una danza que te da también el placer de transportarte muchas veces a un nivel superior.

-¿En ti pesa más el bailarín o es coreógrafo?

-El coreógrafo se sirve del bailarín para su inspiración, pero el bailarín tiene que tener un coreógrafo que le diga cómo hacerlo y cómo sentirlo. Son dos facetas distintas. Por eso es muy raro que un bailarín, mientras baila, sea coreógrafo. Cuando danzas sale ese lado infantil que tienes dentro y ya cuando eres creador, maduras y no tienes esos prejuicios ni te preocupa el qué dirán. Por eso, con ‘Carmen’ traté de disfrutarlo yo, porque sabía que, si yo lo hacía, los espectadores también lo harían. Yo, cuando dejé de bailar, lo tuve muy claro (igual que ahora tengo claro que quiero aparcar, de momento, coreografiar). Me puse a dirigir, que es lo que peor he llevado porque no me gusta decirle a un bailarín lo que está haciendo mal o qué rol le viene bien. Por mi parte, he sido muy feliz con lo que hecho y, si ahora mirase el escenario y pensara que me gustaría estar ahí, no lo sería, estaría insatisfecho. Siempre he disfrutado mucho más viendo a los demás bailar que estando yo mismo en el escenario.

-¿Te preocupa el futuro de la danza?

-Después de cuarenta años luchando, y que se vaya para atrás en lugar de para adelante, me preocupa. Incluso en estos momentos me siento un poco cansado de que no tenga el lugar que le corresponde. Espero poder hacer la Casa de la Danza, un lugar de acogida para que, chicos sin recursos que amen este arte, puedan vivir y tener una familia porque, en realidad, este mundo es como una familia.

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