h - Actualizado: 13 oct 2016 / 09:58 h.
"Distrito Macarena","Solidaridad","Sevilla joven"

«Creo que todos nos merecemos una segunda oportunidad en la vida». Sin complejos y segura de su implicación, María José García, una joven trabajadora social de solo 22 años asume su papel como voluntaria de la asociación Manos Abiertas. Hace cinco años que decidió dedicar parte de su tiempo libre a la atención integral de los niños y adolescentes del Polígono Norte a través de proyectos socioeducativos. Una aventura en la que «se recibe más de lo que se da» y que le ha permitido aportar su «granito de arena» a la búsqueda de un nuevo horizonte para este singular colectivo.

Su ejemplo es idéntico al del resto de voluntarios –40 aproximadamente– que forman parte de una asociación que nació en 1995 con un objetivo claro. Son en su mayoría jóvenes de entre 20 y 30 años, antiguos alumnos de los colegios de La Salle, que apostaron hace cinco años por darle un nuevo impulso. «Teníamos una necesidad de voluntariado, de adquirir un compromiso constante acorde a la realidad que habíamos vivido en el colegio», recuerda Juan Antonio Lugo, otro de los colaboradores.

Desde este curso forman parte de las obras socioeducativas de La Salle Andalucía. Un «respaldo» que les garantiza un sostén administrativo al que se suman las subvenciones y ayudas de las administraciones públicas, de las entidades privadas y de su red de socios «emergente». Pero toda ayuda es poca para sacar adelante un proyecto que ya cuenta este curso con 50 niños inscritos –entre 4 y 21 años– y que durante el pasado año atendió a más de 160. «Aunque el principal foco es la calle Hermano Pablo, trabajamos con niños de otras zonas del Polígono Norte». Y también, como cuenta María Arce, otra de las voluntarias, con sus familias. «Rara es la mañana que no llega alguien a pedir ayuda para hacer un curriculum, a calmar los nervios ante una entrevista de trabajo o, simplemente, a pedir cualquier consejo».

Por cosas como éstas, Manos Abiertas se ha convertido ya en un referente para el barrio. «Trabajamos en la calle, que es como entrar en las casas de las familias, y eso al principio generó recelo. No venimos a cambiar las cosas sino a ofrecer alternativas a su realidad», explican. Pero su actividad va aún más allá y se centra en proyectos concretos en diversos ámbitos. Una de las iniciativas más novedosas la han puesto en marcha en este mismo curso. No pierdas el Norte, que así se denomina, se centra «en la participación ciudadana de los jóvenes». Son ellos quienes en primera persona «detectan cuáles son las necesidades del barrio y las cambian con sus propias manos. También señalan los puntos fuertes y los potencian».

Pero su labor va más allá. Dos tardes a la semana los lunes y los jueves desarrollan el proyecto de refuerzo educativo, dividido en tres grupos. Con los alumnos de Infantil –3 a 5 años– trabajan «reforzando competencias», con los de Primaria «en la realización de las tareas» y a los jóvenes de Secundaria «se les ofrece un apoyo más específico, un espacio para el estudio». Tampoco se olvidan del tiempo libre durante los fines de semana, con «excursiones, juegos...alternativas al ocio tradicional». A lo que suman también los campamentos de verano.

Otra de sus actividades más destacadas es el aula de convivencia. En ella trabajan la prevención de conductas con alumnos que presentan diferentes carencias en colegios como Blas Infante, San José Obrero, Virgen Milagrosa o La Salle. En estos dos últimos, a los que se unen los institutos Miguel de Cervantes e Inmaculada Vieira, se apuesta también por la mediación. Lo hacen trabajando con los niños expulsados de los centros a los que se le ofrece una alternativa a estar en la calle. Esto les ha permitido «abrirle la puerta a los niños del Vacie que estudian en estos centros» que, de este modo, también han acabado por integrarse. Forman ya parte de un proyecto que, de un modo transversal, apuesta por la igualdad de género entre adolescentes y jóvenes en todas sus actividades.

«Somos una familia»

Si hay algo en lo que coinciden todos los voluntarios es en el buen ambiente que se respira en la asociación. «Todos hemos tenido una crisis para tirar la toalla», recuerda María Arce. «Pero luego está esa persona, ese compañero, que tira de ti», le replica Juan Antonio Lugo. Ambos, como el resto, saben que uno de los valores de Manos Abiertas está en el carácter familiar que rodea a sus miembros, una cercanía que les permite apoyarse, ayudarse y poner en marcha iniciativas en común que siempre son «mas reconfortantes».

Fue ese espíritu cercano el que, definitivamente, acabó por atrapar a algunos de sus voluntarios. «Nunca me hubiera atrevido a venir sola. Lo hice con mis compañeros de Salle Joven. Y esta realidad me ha dado tanto... que ahora entiendo a la asociación como mi vida y aunque venga cansada siempre me voy satisfecha», explica Cristina Olmedo. La experiencia de María Arce fue muy similar. «Yo llegué por el grupo. Al principio era reacia porque vivo en el barrio y tenía prejuicio y rencor. Eso mismo me empujó a cruzar la calle –literalmente– y a engancharme». Ahora asegura que a todo el que llegue la recomienda la experiencia y le invita a «que mire, escuche, huela... utilice los cinco sentidos para mirar más allá».

En lo emocional, no necesitan mucho más de lo que tienen. En lo económico, toda ayuda es poca. «Necesitamos nuevos recursos y también que venga gente: socios y voluntarios». Aún así, tienen claro que seguirán trabajando para que «el Norte deje de estar olvidado» y concienciar a la gente de que en el barrio «no solo hay necesidades económicas sino también emocionales». Su mayor virtud es el talante solidario que les invita a seguir. Su principal valor, el espíritu familiar que les caracteriza. Pero su mayor recompensa es, sin duda, la sonrisa de felicidad de aquellos niños que ya han pasado a formar parte indispensable de sus vidas.