Tira la piedra de hoy,
olvida y duerme. Si es luz,
mañana la encontrarás,
ante la aurora, hecha sol. (JRJ)
Hace ya bastante tiempo me preguntaba en voz alta, ante un nutrido auditorio, sobre el porqué del Metropol Parasol en Sevilla. Y el tiempo –ese maestro que sin necesidad de que hagas preguntas, te da las mejores respuestas– más que mis palabras de entonces, ha traído las razones.
De tipo urbano, de tipo económico, de imagen, de estrategia de ciudad, culturales, turísticas.
La historia de este lugar, todos la conocemos. Su recorrido como problema urbano es un recordatorio poco edificante de la incapacidad de «el senado y el pueblo hispalense» para, durante más de tres décadas, dar solución a un vacío urbano en el centro geográfico del casco histórico.
Este espacio fue nido de ratas, parking precario de coches, estacionamiento caótico de autobuses, una enorme valla llena de carteles ajados anunciando todo tipo de fiestas y conciertos, y una demostración palmaria de incapacidad. En mi primer mandato como alcalde decidimos afrontar una solución definitiva. Pero las alternativas aportadas en aquel entonces no eran satisfactorias, ni a la altura de Sevilla. Por eso concurrí a las elecciones en 2003 comprometiendo expresamente que se respetarían los restos arqueológicos, que aquí habría un mercado, que todo se conformaría como un gran espacio de encuentro donde se diera cita el gran público. Una moderna Plaza Mayor que fuera locomotora de la parte norte del casco antiguo, que se nos moría de pena, penita, pena. Y que la financiación del proyecto no estaría supeditada a un parking privado subterráneo sino a fórmulas de cooperación público-privada de gran ambición.
Nuestra opción fue la respaldada mayoritariamente por la ciudadanía. Y es lo que tiene tomarse en serio la democracia: vino el concurso de ideas, donde no el Alcalde ni el Ayuntamiento, sino un jurado formado por expertos sevillanos e internacionales de reconocido prestigio, premiaron la ensoñación de Jürgen Mayer.
Y así, tras muchos avatares, los parasoles, las pasarelas, la impresionante cripta arqueológica...terminaron con el sino de la Encarnación, con treinta años de indolencia y de frustraciones. No, no fue fácil. Pero nadie dijo que fuera a serlo. El proyecto pasó muchos problemas de muy diverso tipo: constructivos, de acopio de la madera, económicos... administrativos. Los fondos empleados se tomaron principalmente de las partidas de inversión nutridas de los nuevos desarrollos urbanísticos que la ley permite aplicar a la ciudad consolidada y no de los Presupuestos municipales. Esos fondos no podían legalmente destinarse a gastos corrientes de carácter social o similares. Ni esperar en un plazo fijo a que la burbuja del ladrillo se recuperara. Pero las dificultades se fueron superando porque el proyecto lo merecía, porque Sevilla lo merecía. Y ahora nos alegramos de ello.
Hoy, años después, ya casi nadie duda de lo acertado de la decisión tomada entonces sino que cada vez más ciudadanos se sienten orgullosos de que Sevilla osara, de nuevo, a acometer una obra así. Un magnífico espacio, en el centro histórico de la ciudad, que abre las puertas al progreso económico y al desarrollo de un sector de la ciudad que estaba en franca decadencia. Unos territorios urbanos que ahora recuperan la centralidad que conocieron en otro tiempo.
Lo que durante décadas fuera lugar de paso, ahora es lugar de atracción. Lo que el desarrollismo vulgarizó y despersonalizó, en un giro propio de nuestra personalidad creativa, la Sevilla del siglo XXI lo convierte en un espacio urbano sorprendente, admirado mucho más allá de nuestras fronteras.
Es momento de dar las gracias
Dar las gracias en primer lugar a los arquitectos, ingenieros y técnicos de la edificación en general. No solo a los autores del proyecto sino también a los que lo ejecutaron. Dejen que mencione a Miguel Vidal. Creo que estamos ante uno de esas obras que será, ya lo es, un clásico del siglo XXI en el que las las ciudades rivalizan por tener un monumento así.
Creo que su arquitectura tiene un aire humanista, está centrada en el disfrute del ciudadano, es a la vez un prodigio de imaginación, y sus formas curvas casi evocan un barroco que aquí nos encanta.
Gracias a lo placeros, que con su apoyo sostenido fueron, en algunos momentos, el único sostén público a la idea de que esto era posible. Incluyamos también incluso a los que se resistieron encarecidamente y hoy presumen ante el mundo entero del mercado y de su entorno. Sus demandas fueron atendidas aún a costa del encarecimiento de la obra. Pero era de justicia tras treinta años de ‘instalaciones provisionales’.
Gracias a la empresa constructora Sacyr -con la que peleamos y pleiteamos mucho en defensa de los intereses del Ayuntamiento- a sus gestores, a sus técnicos, a todos sus trabajadores, ya los de las demás empresas suministradoras. Han dado una muestra mundial de capacidad, de profesionalidad y de eficacia .
Gracias a los directivos, técnicos y empleados públicos del ayuntamiento, empezando por los de la Gerencia de Urbanismo. Y a los que velaron en todo momento por el estricto cumplimiento de los procedimientos en un proceso innovador y muy complejo. Sin un soporte administrativo y técnico de primer nivel, una administración pública no puede acometer una obra así.
Gracias también a los miles de sevillanos y sevillanas que han creído en el proyecto desde el primer momento. Jóvenes sobre todo, que desde diversos medios, foros, blogs y redes sociales, lo han defendido incluso cuando los nubarrones más negros se cernían sobre él. Han sido un elemento de mayor peso en la opinión pública de lo que ellos mismos puedan pensar. Por eso, era lógico que les repondiéramos sufragando su libre acceso al mirador desde el que se domina una privilegiada y auténtica vista de su ciudad.
Doy las gracias incluso a los miles de sevillanos y sevillanas que han mantenido una distancia prudente, una neutralidad racional y observadora sobre el proyecto. Un sabio silencio maestrante a la espera de ver cómo resultaba la faena. Y que también han tenido la oportunidad de contemplar el resultado con sus propios ojos, sin intermediarios, y hacerse una opinión propia -insisto, una opinión propia- sobre Las Setas. También han hecho suyo este espacio hasta convertirlo en uno de los lugares más sevillanos de Sevilla.
Quiero también pedir disculpas. En primer lugar a todos aquellos a los que las obras y sus retrasos afectaron más de lo que hubiéramos a deseado. Y también, por qué no, quiero pedirles perdón a aquellos que sintieron que Metropol Parasol, de una o de otra manera, arremete contra su visión de lo que ellos entienden como la sevillanía. Sólo decirles que no tengan miedo a cambiar. Porque es sólo cuestión de tiempo que Metropol Parasol sea cantado como uno de los símbolos seculares de la Sevilla eterna, como hoy lo es la Plaza de España, tan denostada en tiempos de don Aníbal Gonzalez.
Metropol Parasol va logrando poco a poco -maldita crisis- su objetivo de interés público y ha logrado que la Encarnación se convierta en un espacio urbano abierto con variedad de actividades culturales, comerciales modernas y tradicionales como la plaza de abastos, y también de recreación y de conservación del patrimonio histórico.
Los valores que dieron fundamento a la decisión de que nuestra ciudad contara con un espacio urbano como Metropol Parasol iban mucho más allá de este edificio concreto asumido como símbolo de cómo, sin destruir nada antiguo porque allí no quedaba más que un sucio solar en pleno centro histórico. Sevilla no puede ser un territorio congelado en el tiempo, la ensoñación de un pasado idealizado y sin futuro, la Vetusta pequeña y provinciana, una antigua postal coloreada guardada en una caja de galletas. Sevilla no puede ser eso.
Con toda humildad, pero también con el orgullo de haber podido servir a mi ciudad durante doce años, quiero para terminar decirles algo: tengo la sensación, que creo que es cada día más compartida, de que más allá de estas obras emblemáticas concretas, tuvimos el privilegio de acompañar la entrada de nuestra Ciudad en el Siglo XXI, siendo partícipes junto a toda una generación de sevillanos y sevillanas que le dijo desde aquí al mundo y a las futuras generaciones, que creímos que era posible que Sevilla fuera, de nuevo, una ciudad sorprendente, atractiva y vanguardista. Donde los problemas encuentran soluciones, y donde esas soluciones se nutren de una materia prima de la que aquí somos principales productores: la imaginación.
Muchas gracias, en fin, de todo corazón, a los que con su entrega lo hicieron posible.
Alfredo Sánchez Monteseirín.
Alcalde de Sevilla 1999-2011