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Cataluña: más allá del problema territorial

La actual clase dirigente catalana, debe comprender que está abocada a un pacto histórico con la otra parte y que el proyecto nacional-populista no puede ser el aglutinador de una sociedad moderna

05 nov 2017 / 23:26 h - Actualizado: 06 nov 2017 / 10:26 h.
"Tribuna","Desafío secesionista catalán"
  • Cataluña: más allá del problema territorial

Por Javier Aristu Mondragón

Profesor y miembro del grupo de reflexión sobre Reforma Constitucional y Andalucía

En el actual, y fatal, debate sobre Cataluña, los aspectos constitucionales, legales y jurídicos se están imponiendo sobre cualquier otra dimensión del problema. Es normal y lógico que cuando se trata de un «conflicto de territorios» la perspectiva jurídica sobrepase a otros ámbitos del conocimiento. De ahí que los constitucionalistas y otros profesionales del derecho sean nuestros comentaristas más usuales en los medios. Pero no es oro todo lo que reluce, es decir, debajo de ese conflicto territorial, a veces real y otras muy sobredimensionado, hay otra guerra, la social. En Cataluña se viene produciendo desde hace años un lento pero profundo proceso de cambio social que está desencuadernando y transformando la tradicional –desde 1960– sociedad catalana y que sin duda explica parte del actual desafío independentista.

Algunos de los fenómenos que producen esa movilidad social catalana venían incubándose desde los años setenta; otros son más recientes pero tienen una profunda capacidad de cambio.

En el primer bloque podemos apuntar a la industrialización y posterior desmantelamiento de la planta fabril catalana que tanta fama le dio. De ser una comunidad industrializada al máximo, realmente un espacio metropolitano como el que rodea a la capital, repleto de centros fabriles de tipo fordista, Cataluña ha pasado a ser una sociedad de servicios y turismo con algunos islotes de industrias innovadoras. Como consecuencia de ello, la población periférica de Barcelona, que suministró la mano de obra de aquella floreciente industria y que dio sustento a los dos grandes partidos de la izquierda catalana (PSC y PSUC) –una población no catalana de nacimiento, proveniente básicamente de las áreas rurales andaluzas– se ha quedado hoy, sus hijos y nietos, huérfanos de trabajo, de «cultura proletaria» y de partido representativo. Los descendientes de aquellos trabajadores de las empresas metalúrgicas o textiles que dieron vida al «nuevo movimiento obrero catalán» de los años 60 y 70 están huérfanos de izquierda: no tienen a un Cipriano García ni a un Joan Raventós que les represente, Ada Colau les habla de cosas lejanas a ellos... conclusión: votan ahora a Ciudadanos. Ese declive de la izquierda catalana algunos lo sitúan a comienzos de los años 80, cuando Pujol se impuso nítidamente como líder político capaz de arrastrar tras de sí a las anodinas capas medias de comerciantes y menestrales de aquellos años, pero también a profesionales e incluso sectores de trabajadores que querían seguridad y estabilidad social. La izquierda histórica y social catalana ha desaparecido o está en hibernación y una combinación de nuevas demandas urbanas y nacionalistas pretende sustituirla a partir de una nueva propuesta de liderazgos personales.

En el segundo bloque destaca la potencia de una globalización económica y financiera que ha desmantelado la tradicional estructura bancaria-industrial de Cataluña, la ha empequeñecido y reducido al mínimo. La soñada potencia bancaria a la que aspiraron Pujol y otros potentados catalanes (Banca Catalana) ya había fracasado en la década de los 80. Solo La Caixa se mantuvo... pero cada vez menos pendiente de cualquier proyecto nacional catalán y ya definitivamente con sede fuera de Cataluña. ¡O tempora o mores! Ya no hay un capitalismo poderoso catalán que se haga influyente en el resto de España; o bien se ha globalizado y se lleva sus líneas de negocio a California, a China, a otras partes del mundo, o bien ha sido subsumido en los grandes emporios globalizados. Para colmo, Madrid, la capital mesetaria, funcionarial y aristocrática que despreciaban antes los burgueses catalanes es hoy, con la corrupta y poderosa ayuda del partido de la derecha, una potencia económica frente a Barcelona. Fin de la historia.

Además de contar con más de un millón de personas que no son catalanas de origen y vinieron del subdesarrollado Sur –los famosos charnegos– Cataluña está poblada por cerca de un millón de inmigrantes; un 15 por ciento de la población es latina, asiática, africana. Unos volverán a sus lugares de origen pero muchos permanecerán en Cataluña hasta el final. En definitiva, el famoso demos catalán tiene un alto porcentaje de personas que han llegado a sus tierras hace menos de quince años o bien sus padres hace menos de medio siglo. Una sociedad, por tanto, mestiza, combinada, sujeta a influencias culturales y étnicas muy diversas y contradictorias. No está claro que el otro sueño de Jordi Pujol, la nacionalización de la sociedad catalana, pueda tener éxito en su totalidad. Al menos el 50 por ciento de los actuales votantes no está por dicha nacionalización.

Conclusión: la actual clase dirigente catalana, la independentista o soberanista, debe comprender que está abocada a un pacto histórico con la otra parte y que el proyecto nacional-populista no puede ser el aglutinador de una sociedad moderna. Si no es así, vamos a asistir a un largo y profundo conflicto entre dos o más sociedades dentro del mismo territorio.