Cofradías y otras cosas de niños

Una tradición de consumo interno. La creación y salida procesional de estos pasitos constituye para muchos chiquillos sevillanos la primera vivencia de hermandad

13 may 2017 / 20:04 h - Actualizado: 14 may 2017 / 08:22 h.
"Temas de portada","Cruces de mayo"
  • Cofradías y otras cosas de niños
  • Cofradías y otras cosas de niños
  • Cofradías y otras cosas de niños
  • Cofradías y otras cosas de niños
  • Cofradías y otras cosas de niños

Una de las primeras ideas del ingeniero que todo sevillano lleva dentro de sí es crear un pasito de Semana Santa para sacarlo en procesión. ¿Qué niño no ha dibujado un misterio en un bloc, no ha modelado un Cristo con plastilina o no se ha reunido con tres amigos para liarse a martillazos con unos maderos hasta convertirlos en una parihuela? Es cierto: fuera de esta ciudad, las cruces de mayo son otra historia. En la vieja Híspalis existieron como una verbena vecinal mientras hubo corralones y patios en los que celebrarla. Pero hace muchas décadas que la expresión cruz de mayo evoca por estos lares no la rutilante estampa cordobesa sino la imagen de un pasito sucinto, menesteroso y tosco, llevado por varios chiquillos mientras uno toca el tambor y otro va pidiendo con una hucha. Conscientes del potencial de semejante movilización infantil como vivero de futuros cofrades y como primera experiencia auténtica de hermandad, muchas cofradías –los Gitanos, la Cena, la Paz, Pasión, la Trinidad, Montesión, los Javieres, San Roque, las Cigarreras...– llevan años organizando, ya con más esmero, boato y orden, estas pequeñas procesiones literalmente a bombo y platillo. Y aun así, sigue lozano y en auge ese movimiento espontáneo de niñas y niños que, con los rescoldos aún calientes y las escenas todavía frescas de la recién vivida Semana Santa, se lanzan a construir y sacar a la calle su pequeño pasito. Es, en efecto, un germen. Y como tal, territorio de cambios y evoluciones. Muchos años antes de que las mujeres pudieran salir de nazarenas, ya se dejaban ver por doquier, llegada esta fecha, las felices escenas de chiquillas y chiquillos hermanados indistintamente en este sevillano juego de las primeras procesiones.

Mayo es un tiempo muy propicio para esta explosión de religiosidad popular. Es el mes de la Virgen, llegan las Glorias, proliferan los triduos, los preparativos del Rocío y otras romerías, las confirmaciones y comuniones, las procesiones de simpecados, los rosarios vespertinos por los barrios, los besamanos, las convivencias, los traslados y hasta las procesiones de impedidos. A primeros de mes, las hermandades comienzan a lanzar sus convocatorias para las igualás de los costaleros. Unas establecen el tope de edad en los diez años; otras, en los trece. Hay consenso en la idea de que por lujoso que sea el paso, por más bandas de música que lleven, por apariencia de cosa adulta que tengan, no se pierda de vista que es una experiencia para los niños. Y de los niños: la Hermandad de la Sagrada Cena organiza lo que se conoce como el Sábado de los Niños, que no es sino la preparación del pasito infantil de su cruz de mayo.

El fenómeno, de todos modos, ha ido enriqueciéndose, transformándose y evolucionando como suceden las cosas en Sevilla: a lo grande. La tarde de ayer reportó espléndidos ejemplos de esta afirmación: entre ellos, la salida procesional de la cruz de mayo de la Paz, la de la tertulia La Espiga de Sevilla Este, Pasión, el Carmen del Santo Ángel. En la primera de ellas, organizada por la juventud de la hermandad, no iban precisamente dos chavales haciendo sonar bombos de detergente forrados de celofán, sino la agrupación musical Nuestra Señora del Juncal, y el recorrido recordaba el que sigue la hermandad del Domingo de Ramos de camino hacia la Catedral en su estación de penitencia: Brasil, la Borbolla, Covadonga, Isabel la Católica, Torre Sur, Hernán Cortés –o sea, por el corazón del Parque de María Luisa–, Plaza de América, Felipe II, Progreso, Porvenir... En el segundo ejemplo, la cruz de mayo infantil organizada por la tertulia La Espiga movilizaba a todo el barrio de Las Góndolas, en Sevilla Este, agregando a este derroche de infancia y de ambiente cofradiero los sones de la agrupación musical Nuestra Señora de la Encarnación de San Benito.

El mayo sevillano es una pequeña y alegre Semana Santa sin turistas y, en el mejor de los sentidos, pueblerina: es la gente que se une para hacer cosas en sus barrios, en sus plazas, y reforzar con ello sus lazos y sus afinidades. Al igual que sucede con la de la Paz, otras varias cruces de mayo sevillanas concluyen con una fiesta popular en la que no faltan ni el inefable ambigú, esencia de la nocturnidad hispalense materializada en los mostradores rojos de propaganda, ni el grupito folclórico amenizando la velada con sus sevillanas, sus coplas o lo que sea. La Vera-Cruz, el 18 de este mes, tiene convocada su XLVIII edición de los Juegos Florales con Rafael González Serna de mantenedor. Y Los Estudiantes, aprovechando los formidables patios de la antigua Fábrica de Tabacos, celebra en ellos su octava cruz de mayo el viernes y el sábado que viene. Ese mismo sábado, la noche llega a San Marcos con sevillanas y ambigú en la Plaza de Santa Isabel, y la Cena pondrá en la calle al fin su pasito infantil en una procesión en la que no se prevé que falten las niñas vestidas de flamenca, como se vio ayer en Pasión.

Una asociación, una plaza de abastos, un taller, un colegio, una cochera, una callejuela donde se puedan tender banderines de un balcón a otro... Cualquier sitio vale para combinar los elementos primordiales de la primavera hispalense: los pasos, la calle, la música y la fiesta. Dos sonados fines de semana les quedan a los sevillanos que quieran asomarse a esta tradición-vivero en la que se explican muchas cosas de la personalidad autóctona.