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El vertido en la memoria

Ayuda. Cuatro voluntarios de SEO BirdLife recorren y recuerdan el vertido 20 años después de haber trabajado en tareas de recuperación

Ricardo Gamaza RicardoGamaza /
25 abr 2018 / 08:11 h - Actualizado: 25 abr 2018 / 08:20 h.
"Medio ambiente","Mina de Aznalcóllar","El futuro de Aznalcóllar","20 años después del vertido de Aznalcóllar"
  • Imagen que presenta la zona que hace veinte años de vio anegada por la riada de lodos que quedó a las puertas de Doñana. / R. G.
    Imagen que presenta la zona que hace veinte años de vio anegada por la riada de lodos que quedó a las puertas de Doñana. / R. G.
  • Los voluntarios Antonio Augusto Arrebola y María José Santana. / R. G.
    Los voluntarios Antonio Augusto Arrebola y María José Santana. / R. G.

«La imagen era igual que cuando se rompe un petrolero: todo negro, las plantas estaban tumbadas y había un olor muy fuerte y ácido». Son los recuerdos imborrables del vertido de Pedro Cobo, un vecino de Pilas (Sevilla) que estaba haciendo la prestación social sustitutoria al servicio militar en el Observatorio de Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife) en Doñana cuando la balsa minera de Boliden Apirsa quebró y sus lodos tóxicos recorrieron la vega del río Guadiamar, llegando a las puertas mismas del Parque Nacional. A partir de ese fatídico 25 de abril Cobo fue el coordinador de los proyectos de voluntariado que se empezaron a llevar a cabo desde la SEO y que encauzaron una riada de ayuda para hacerse cargo de las aves víctimas y damnificadas de la riada tóxica. «Había miedo en los pueblos de alrededor», rememora durante una visita a la zona afectada este voluntario de la SEO. «Hay que recordar que se hablaba de cosas como aguas ácidas, veneno...». El desconocimiento inicial de lo que estaba pasando alimentó la alarma social, recuerda Cobo desde Entremuros, el lugar donde se logró frenar las aguas ácidas con muros de contención de barro que se izaron la misma noche de la rotura de la balsa.

«Los primeros días tras el desastre incluso se veían aún muchos pájaros, pero rápidamente se iniciaron las obras de retirada de lodos y el trasiego de camiones y maquinaria llevó a que las labores de voluntariado se realizasen en los fines de semana, cuando había menos actividad y cada vez se veían menos pájaros», explica Pedro Cobo.

Las labores titánicas de las administraciones andaluza y central, que en un principio se lanzaron las responsabilidades una a otra –por aquel entonces gobernaba el PP en Madrid y el PSOE en Andalucía–, pronto lograron un consenso para trabajar y restaurar la zona. «El espacio en general se ha restaurado bastante bien», valora Cobo. Para este voluntario de SEO/BirdLife en 1998 «un año después del vertido yo no podría ni imaginar lo que hoy se ve aquí: la sensación es que la naturaleza está en un estado excelente».

María José Santana estaba en la Universidad cuando se produjo el vertido. Era estudiante de informática: «De aves no sabía nada», recuerda. Pero cuando recibió la llamada en busca de voluntarios no lo dudo y se inscribió. Fue asignada por la SEO/BirdLife al centro de recuperación de aves del Acebuche. «No sólo había daños físicos sino también otros menos visibles que no se sabía entonces cómo podían afectar a las aves», explica refiriéndose a los tóxicos que pasaron a la cadena trófica. «Visto como estaba entonces a cómo está ahora la diferencia es muy grande», explica esta voluntaria que apunta que «las vivencias de los voluntarios eran muy especiales porque tratábamos de salval algo que parecía insalvable». «Fue duro ver el estado del espacio, pero a su vez gratificante por saber que estábamos aportando nuestro grano de arena en la salvación de este espacio».

En Entremuros la labor de SEO/BirdLife en los momentos del vertido se centró en la recogida de pollos y huevos. El rescate de esas nidadas era esencial para salvar a las aves, muchas en peligro de extinción. Posteriormente lo que se hizo fue el seguimiento de las aves. Lo recuerda con total claridad pese a que han pasado dos décadas Antonio Augusto Arrebola, uno de los voluntarios que se dedicaron a esas tareas por parte de la SEO/BirdLife. «Muchas de las especies de las que salvamos nidadas estaban en peligro de extinción, y había que sacarlos de aquí porque las aguas y la vegetación estaban contaminadas».

«Tristeza e impotencia» son los dos sentimientos que más recuerda este voluntario. En lo físico el olor metálico penetrante es el que ha quedado marcado en la memoria de las personas que acudían a tratar de salvar este espacio contaminado por la insensatez de una multinacional que después se iría de rositas, sin pagar nada por el mayor desastre ambiental sufrido en Andalucía. «Existen aún en Doñana lo que llamamos las otras Aznacóllar», explica Carlos Dávila, coordinador de SEO/BirdLife en el Observatorio de Doñana: «un proyecto para reabrir la mina y que ni se ha presentado al Consejo de Participación de Doñana; la sobreexplotación del acuífero; no estamos desarrollando una oferta turística sostenible y hay también mucho que hacer sobre el aprovechamiento ganadero que tienen un gran impacto en algunas zonas sobre los hábitats».

El vertido tóxico despertó por primera vez en Andalucía un sentimiento de arraigo ciudadano a la naturaleza. La marea de voluntarios contrarrestó la de lodos tóxicos y fue una pieza fundamental para sacudir las conciencias de los políticos, embarrados al principio en una pelea infantil entre Gobierno central y andaluz en el que se echaban las culpas uno al otro. Los voluntarios y voluntarias fueron un ejemplo y una llamada de atención a los políticos. «Es enormememente importante la labor de los y las voluntarios y voluntarias ambientales para conservar la naturaleza y como virus que es capaz de transmitir esa lucha por la conservación», recalca Dávila. En el caso de Doñana, más de 2.000 personas participaron de manera totalmente altruista desde el primer momento en las labores de recuperación del espacio.