El vestuario, el último armario

Tabú. El deporte se ha convertido en territorio casi prohibitivo para la comunidad homosexual. Aún no se ha normalizado lo que ya resulta cotidiano en otros ámbitos

02 nov 2016 / 08:47 h - Actualizado: 03 nov 2016 / 07:12 h.
"Sevilla multisexual"
  • Justin Fashanu fue el primer jugador de la liga inglesa en hacer público su homosexualidad, se suicidó en 1998. /El Correo
    Justin Fashanu fue el primer jugador de la liga inglesa en hacer público su homosexualidad, se suicidó en 1998. /El Correo

«Creo que he tenido compañeros gays y nunca me lo han dicho. Saberlo genera más morbo que otra cosa. Si un jugador me lo dijera, estaría encantado. Creo que controlo quién lo es, por indicios o demás. Creo que algunos de los que hablan de que ligan mucho, lo son y hablan así como protección. Es algo que respeto», contó una vez el exentrenador del Sevilla Unai Emery.

La revista Zero se hizo famosa por publicar outings de personajes famosos, casi todos relacionados con personajes del espectáculo en España. Sin embargo, hubo una portada que no consiguió llevar a los kioskos, la de un futbolista declarando abiertamente que era gay. Durante meses se especuló con la posibilidad de que un canterano del Real Madrid estaba dispuesto a dar el paso, pero la directiva de Florentino Pérez presuntamente presionó al futbolista y al magazine gay para que el secreto siguiera escondido bajo siete candados.

Pero no sólo el balompié se ha convertido en territorio tabú para la comunidad homosexual, el deporte en general no ha normalizado lo que ya es normal en otros ámbitos de la vida.

«Soy un jugador de fútbol, así que no puedo ser gay, solía repetirme esta frase a mí mismo. En 1991, a pesar de que yo era uno de los jóvenes más prometedores de Alemania, dejé mi carrera. Cada día, me estaba escondiendo. Fingiendo no ser diferente al lado de entrenadores directivos, aficionados o familiares. Luché tratando de controlar cada gesto, y no tenía vida fuera del fútbol. Al final, tuve que decidir. La elección fue el fútbol o de mi vida. Yo elegí la vida». Antes que un chico, el primer amor de Marcus Urban fue el fútbol. Aprendió a quererlo en una de esas rígidas escuelas deportivas de la Alemania Democrática, pero pronto descubrió la incompatibilidad con que la sociedad juzgaba sus sentimientos hacia el balón con la atracción hacia personas de su mismo sexo. Era centrocampista, cuenta que de tan buena pegada como Rafael Van der Vaart, aunque admite que siempre se empleó en el campo con un punto de agresividad con el propósito de construir su sólida coartada para que nadie sospechara que detrás de ese enérgico futbolista se escondía un homosexual.

Terminó por admitirlo a uno de sus mejores amigos en el vestuario del Weimar, cuando su decisión de retirarse ya estaba decidida. Comenzó entonces un tratamiento psicólogico para airear todo lo que tuvo que reprimir durante tantos años

Es más sencillo encontrar en un estadio una esvástica nazi o escuchar un cántico en el que se desea la muerte a un jugador que la bandera arco iris del orgullo gay. Al fútbol le queda una última frontera por traspasar: la integración del colectivo homosexual. Un cuarto de siglo después de la historia de Marcus Urban; otro futbolista, Robbie Rogers, se vio obligado a renunciar a su carrera en la Premier League por el mismo motivo. En Francia, un chico de 14 años fue expulsado del equipo amateur F.C. Chooz días después de que saliera del armario. La causa esgrimida por el club era evitar «los problemas que esta situación podría crear en el vestuario».

«Un equipo está más que preparado para asimilar que uno de sus miembros es gay», asegura Patricia Ramírez, psicóloga deportiva que ha trabajado en vestuarios de Primera División «el problema es que hay un número importante de aficionados con un nivel de crueldad intolerable. Sus dardos van directos a las debilidades, tratan de hacer daño», continúa. Existe una contrariedad evidente entre lo que dicen las encuestas y la banda sonora que se escucha los fines de semana en los estadios: la mayoría de seguidores afirman que aceptarían sin problema alguno que un futbolista de su club saliera del armario, pero después la realidad demuestra que hay más rechazo de lo que las estadísticas apuntan. La sospecha es que el la heteronormatividad (el estado en el que se considera la heterosexualidad como lo normal) del fútbol la causante de este miedo. «Creo que el cálculo de que el 10% de los jugadores son gays no es válido. La proporción es menor ya que hay un filtro importante desde la niñez. El niño homosexual tiende a inclinarse por otro tipo de actividades, danza, por ejemplo», matiza Ramírez.

Casi nadie se atreve ni siquiera a opinar sobre el asunto. Justin Fashanu, el primer jugador inglés en reconocer su homosexualidad en 1990, acabó suicidándose. La cadena BBC 3 encargó el año pasado a su sobrina Amal un documental sobre futbolistas gays en Inglaterra. Ningún jugador importante aceptó sus peticiones de entrevista. El psicólogo francés Anthony Mette sólo consiguió el sí de seis equipos de la Primera División (Ajaccio, Girondins de Burdeos, Brest, Evian, París Saint-Germain y Saint-Etienne, además de otros siete de Segunda) para participar en una encuesta a mediados de esta temporada para calibrar el grado de homofobia y de aceptación de la homosexualidad en los vestuarios galos. La conclusión de su estudio es que el 41% de los futbolistas profesionales admite «opiniones hostiles a la homosexualidad». Francia sufre un aumento significativo de los incidentes homófobos desde que el presidente de la República, François Hollande, promulgara la ley que avala el matrimonio entre personas del mismo sexo.