¡Felices años 2018!

Fiestas globales. ¿Qué tienen en común un dromedario, la cultura europea, los arrecifes y una lechuza? Que celebran ahora su año mundial. Desde que las fechas sirven para reivindicar y concienciar, el calendario está lleno de las festividades más variopintas

26 ene 2018 / 19:58 h - Actualizado: 26 ene 2018 / 21:23 h.
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El primero que relacionó una fecha con una idea fue Yavé. O eso dice el Génesis. De hecho, lo que deja claro la Biblia nada más empezar es que el séptimo día se descansa –nótese hasta qué punto es sagrado el asunto–. Luego sale todo eso de los llantos de Jeremías, los flirteos salomónicos, las andanzas de los apóstoles, el perdón de los pecados y la bestia corrupia de siete cabezas con siete cogotes y siete puros en la boca. Pero lo primero es lo del domingo. No es casual: las fechas rituales de un tiempo cíclico son una constante de la humanidad desde sus mismísimos orígenes. Y el que ahora se celebren años mundiales de tal o cual cosa, días internacionales de esto o de lo otro, no está tan alejado de las viejas fiestas paganas de los solsticios y del santoral de los cristianos: se trata de aprovechar cualquier efeméride para concienciar al respetable sobre asuntos comúnmente considerados de relevancia y necesitados de cierta megafonía, o bien hacer que ciertas reivindicaciones tengan una periodicidad. Y para eso el almanaque es el soporte ideal. Este 2018 todavía flamante es, entre otras cosas, el año internacional de los camellos y dromedarios. Podría haber sido el del somormujo cuellirrojo, el de la mula torda, el de la urticaria o el de las mesitas rinconeras. Porque no hay colectivo, fundación, institución, organismo, hermandad, asociación, agencia, confederación, gremio o peña que no considere como tarea urgentísima la de zarandear a la población por las solapas para que se dé cuenta de lo importantes que son las cosas que a ellos les importan. Y de hecho, así ocurre. Entre todas ellas se está construyendo la nueva e insoslayable conciencia social oficial.

Empecemos por los camellos y dromedarios tanto salvajes como domésticos. Si a alguien le parece divertido el detalle, o una simple ocurrencia propia de gente ociosa, sepa que la elección de 2018 como año de los camélidos ha sido obra de la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, a propuesta de Bolivia. Y la razón de que esto sea así es que los cuadrúpedos con chepa y sus parientes inmediatos –alpacas, vicuñas, llamas, guanacos– son los que hacen posible que millones y millones de familias de los rincones más inhóspitos del planeta, desde el altiplano andino hasta el desierto del Sáhara, desde los pastores nómadas de Asia hasta las poblaciones indígenas americanas, sigan más o menos campantes: las fibras necesarias para fabricar ropas y utensilios, la leche y la carne para el consumo humano, su utilidad como mercancía, como medio de locomoción y carga y hasta su aportación de estiércol para el uso agrícola de los suelos empobrecidos... todo eso son, para ellos, estos mamíferos rumiantes, auténticos todoterrenos de bajo consumo del mundo animal. En este caso, la idea boliviana pretende que se produzcan y se consuman más camélidos.

No es el único animal protagonista de 2018: la lechuza común ha sido elegida ave del año tras la votación popular organizada por SEO Birdlife. A decir verdad, la lechuza carece de la mayoría de las cualidades que adornan a los dromedarios y afines, incluida la de servir de sustento en 90 países del globo terráqueo. Pero hay razones para dedicarle 365 días, más allá de su aprovechamiento: básicamente, que está desapareciendo. La suya es una lenta extinción-denuncia, por así decir, porque el hecho de que su población mundial se esté reduciendo –en algunas zonas de España, su presencia ha caído a la mitad en los últimos quince años– es una consecuencia directa de la pérdida del campo. «La ciudadanía ha decidido que pongamos el foco en la lechuza común», afirma la directora ejecutiva de SEO Birdlife, Asunción Ruiz. «En silencio, como cuando vuela, esta especie nos avisa, desde hace años, sobre la paulatina pérdida de vida en el campo. Se la ve menos, se la oye menos. Ocurre lo mismo con los insectos. Con los roedores. Con los paisajes y con el paisanaje». En la web de la institución, la responsable señala que «la mala situación de la avifauna agraria es un aviso para fortalecer social y ambientalmente al medio rural. Una cuestión que nos atañe a todos. Desde las administraciones y fuerzas políticas, que este año han de establecer la hoja de ruta para que España se enfrente al cambio climático y deberán definir el futuro modelo de la Política Agraria Común (PAC), a los consumidores», porque, según dice, «también podemos ayudar a la lechuza con las elecciones de nuestra cesta de la compra». Como se ve, no es solo el romanticismo y el esnobismo esteticista de dedicarle un año a un ave en concreto; es, por encima de ello, o junto a ello, una profunda reclamación de orden social, económico, cultural. Es, como sucede con una buena parte de estas nuevas celebraciones rituales, una respuesta de los paisanos, de las aldeas, de los pueblos, de las pequeñas comunidades, de las entidades que velan por la diversidad en sus múltiples facetas, ante los estragos de ese elefante que la globalización y la mercantilización de la existencia han soltado en nuestras pequeñas cacharrerías. La lechuza es un ave protegida en España, lo cual no sirve de gran cosa si, como advierte la organización, se está yendo a pique por culpa de la «radical transformación» del agro mediterráneo, entregado a los monocultivos y controlado con plaguicidas que han dejado a las aves agrarias no solo sin comida, sino también expuestas al envenenamiento.

No solo de animales viven los almanaques. 2018 es además, otras cuantas cosas: el Año Europeo del Patrimonio Cultural y el Año Internacional de la Biología Matemática y de los Arrecifes. Este último es una obviedad: todo el mundo sabe que los corales conforman uno de los ecosistemas más amenazados, que ya es decir. Y lo sabe precisamente, en parte, gracias a estos recordatorios anuales: de hecho, 2018 es el tercer Año Internacional de los Arrecifes, y la alerta está puesta no solo en el maltrato directo que sufren sino también en el cambio climático. Llama la atención que una de las claves de esta movilización auspiciada por la ONU proviniese del blanqueamiento generalizado de los corales entre 2014 y 2017, que por lo visto es lo que pasa cuando estas colonias animales se estresan más de la cuenta; en este caso, por el calentamiento de las aguas. Esto desata un proceso complejo que acaba con la muerte del coral.

La defensa del patrimonio cultural europeo tampoco es pequeña misión. Contra lo que opinen quienes no la valoran, la cultura no es solo echar dos horas en un cine el día del espectador, leerse las notas a pie de página de los ensayos, comprar el último best seller y hacerse fotos delante de la Venus de Milo. No se trata solo de un entretenimiento, ni siquiera de una fuente inigualable de conocimiento del pasado, o de una herramienta educativa y social, o de una forma de ganar dinero con los turistas y otras modalidades de negocio. La cultura, además de todo esto, es la expresión de los valores de una sociedad, su cimiento, su esencia más íntima, lo que le da sentido, trayectoria, destino y lo que justifica su existencia como tal colectividad. Los regímenes bárbaros destruyen los monumentos, saquean los museos, queman los libros, cierran las escuelas, censuran sus espectáculos, prohíben sus versos, callan a sus artistas, niegan sus raíces históricas, imponen el olvido y vetan la cultura en los periódicos. Que Europa quiera apostar por su patrimonio cultural, y proclamarlo de este modo, es un posicionamiento ético. La cultura es la barricada por detrás de la cual se pierden todas las guerras.

Aprobada por decisión del Parlamento Europeo y del Consejo, esta proclamación de 2018 como Año Europeo del Patrimonio Cultural pone la lupa en los jóvenes y en la necesidad de reforzar en ellos ese sentimiento de pertenencia a un espacio común que se define, precisamente, por su cultura, más que por ninguna otra peculiaridad o condición. De este modo, se celebran los paisajes, las ciudades, el arte, la literatura, la artesanía, las costumbres, la gastronomía, la historia, el cine, la música, las artes escénicas, la monumentalidad. Y sobre todo, la decisión de conservar todo esto como garantía para las futuras generaciones.

Y después de tanta solemnidad, ¿qué decir de 2018 como Año Internacional de la Biología Matemática? Lo primero, claro, será explicar de qué estamos hablando: de lo importantes que son las matemáticas aplicadas a la vida, aunque así a primera vista suene a robots. La decisión de esta festividad la han tomado la European Mathematical Society y la European Society for Mathematical and Theoretical Biology, que así dichas suenan un poco a lo de Monty Python en La vida de Brian: el Frente Popular de Judea y el Frente Judaico Popular. Pero bromas aparte, el asunto tiene su miga. La Biomatemática usa estas aplicaciones en campos diversos: epidemiología, ecología, genética de poblaciones, neurobiología... Hasta en el estudio del cáncer. Y muy probablemente no se estaría hablando de ella en el periódico –en este y en otros– si 2018 no fuese su año internacional.

Es inagotable esta idea de los años internacionales. 2003 lo fue del agua dulce; 2008, de las papas; 2009, del gorila; 2016, de las legumbres... y 2019 lo será de la tabla periódica de los elementos y de la moderación, entre otras. Pero ojo, que esto no acaba aquí: ahora vienen los días.

No habría sitio en un periódico para dar cuenta más o menos detallada de todos y cada uno de los días de esto o de lo otro que se están celebrando a lo largo de 2018. Hace medio siglo estaban el Día del Padre, el de la Madre y el del Domund. Al almanaque le ha pasado lo que a ciertos municipios, que antes todo esto era campo y ahora entre rotondas, adosados y centros cívicos apenas queda sitio para un olivo ornamental. Hoy, en definitiva, el calendario está prácticamente urbanizado por completo. Pero la idea es la misma: el santoral. Un santoral laico.

El 13 de febrero es el Día Mundial de la Radio. O sea, que es Santa Radio, patrona de revolucionarios y noctámbulos, de charlatanes y escuchadores, de todas las clases de aficionados del mundo y de conductores a deshoras. De la información sin fronteras, de la cooperación internacional, de la lucha contra la soledad y de tantísimas otras virtudes y batallas –unas conseguidas, otras en peligro y otras por hacer– de las sociedades libres. La ONU le dedica esta jornada, al igual que ocho días más tarde, el 21 de febrero, lo hace con la Lengua Materna «para potenciar la unidad en la diversidad y la comprensión internacional a través del multilingüismo y el multiculturalismo», según la organización.

¿A alguien le parece una tontería que exista el Día Internacional de la Felicidad? A la ONU, no. En realidad, visto lo visto, la Organización de las Naciones Unidas le hace ascos a muy pocas cosas. En esta ocasión, de lo que se trata no es de que todo el mundo tenga un yo-yo ni de que el personal se lea las obras completas de Paulo Coelho, sino de recomendar a los gobiernos del mundo que hagan lo posible por tener en cuenta que el bienestar y otras expresiones de felicidad de la gente también pueden y deben formar parte de sus programas y planes, a poco que hagan el esfuerzo de comprenderlo. Un día estupendo, ese 20 de marzo, para entrar en definiciones y decidir qué entendemos por felicidad. Que no es escasa tarea ni estaría exenta de sorpresas.

El 26 de abril es el Día Mundial de la Propiedad Intelectual, de la Inmunización (las vacunas) y del Desastre de Chernobyl. Las tres cosas. Pero el almanaque soporta bien las aglomeraciones: esa misma fecha, según el santoral, es el día de San Basileo, San Cleto papa, San Esteban de Moscú, San Guillermo de Foggia, San Pascasio Radberto, San Peregrino, San Primitivo de Gabio, San Ricario, Beato Domingo, Beato Gregorio, Beato Julio Junyer Padern y Nuesta Señora del Buen Consejo. Si fuese la onomástica de alguno de los presentes, circunstancia harto improbable, las felicitaciones más efusivas.

Que en el mundo hay mucho merluzo, es cosa cierta y ampliamente divulgada; pero si alguno se sintiera atún, sepa que puede pedir a sus allegados que lo feliciten el 2 de mayo. Más allá de las efusividades patrióticas, esa jornada está reservada para reconocer los méritos del susodicho pez, el más consumido del mundo, tanto en esa faceta alimentaria como en las otras: económica, laboral, cultural y recreativa. Tres días más tarde, el 5, las 24 horas de gloria son para las parteras.

Quienes a estas alturas consideren todavía que los días internacionales y similares están pensados para combatir el peligro de extinción de algo, que se lo vaya quitando de la cabeza: el 23 de junio es el Día de las Naciones Unidas para la Administración Pública. La organización destaca que el objetivo es «revitalizar la administración pública creando una cultura de renovación, colaboración y respuesta a las necesidades de los ciudadanos». Y añade que «los gobiernos en todo el mundo necesitan adoptar enfoques innovadores e integrales que promuevan cambios en las políticas, una coordinación institucional, la participación en la toma de decisiones y la promoción de un servicio eficaz, receptivo, inclusivo y responsable».

Este homenaje a la administración lo podrían haber fijado, por ejemplo, el mismo día que el de las viudas, y no llevarse a estas al 23 de junio. Según la nota de la ONU, «el abuso de las viudas y sus hijos constituye una de las más graves violaciones a los derechos humanos y obstaculiza el desarrollo actual», por lo que se designa esta fecha para «promover los derechos de todas las viudas a fin de que puedan vivir mejor y realizar el enorme potencial que tienen para contribuir en el mundo». En un tremendo texto titulado Mujeres invisibles, problemas invisibles, la web de Naciones Unidas describe el panorama terrible de la viudez en muchos países, con unas mujeres «ausentes en las estadísticas, inadvertidas por los investigadores, abandonadas por las autoridades locales y nacionales y mayormente ignoradas por las organizaciones de la sociedad civil». El Día Internacional de las Viudas, por lo tanto, «es una oportunidad para tomar acción en pos del logro de sus plenos derechos y del reconocimiento» para ellas, «invisibles, ignoradas y despreciadas durante mucho tiempo».

El 30 de junio es el Día Internacional de la Amistad y el del Asteroide. Relación, relación... pues no tienen, la verdad, como no sea que hay amigos que vienen como caídos del cielo. Pero el pedazo de roca de la película Armagedón no venía con buenas migas, esa es la verdad. Y por ahí van los tiros: lo que pretende con esto la Asamblea General de las Naciones Unidas es sensibilizar sobre el peligro de los impactos de asteroides, eligiendo para ello la fecha del incidente de Tunguska, en 1908, que dejó hechos unos zorros 2.000 kilómetros cuadrados de bosque siberiano.

El correo (9 de octubre), la filosofía (16 de noviembre), el retrete (19 de noviembre), la neutralidad (12 de diciembre)... Vista a través de sus días internacionales, la humanidad puede ser una comedia o una tragedia. Pero ni lo uno ni lo otro tienen su día.