La revolución masculina en busca de una nueva sensibilidad

Cada vez son más varones los que entienden que el feminismo no es una amenaza a sus privilegios, sino el único modo de alcanzar la igualdad

16 feb 2018 / 20:44 h - Actualizado: 17 feb 2018 / 09:58 h.
"Temas de portada","Los nuevos hombres"
  • Miles de personas protestan contra las agresiones sexuales en Pamplona, durante los pasados Sanfermines. / Efe
    Miles de personas protestan contra las agresiones sexuales en Pamplona, durante los pasados Sanfermines. / Efe
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  • El exdelegado del Gobierno para la Violencia de Género, Miguel Lorente. / Efe
    El exdelegado del Gobierno para la Violencia de Género, Miguel Lorente. / Efe
  • Modelos masculinos y femeninos posan en un escaparate de lencería de Jaén. / Efe
    Modelos masculinos y femeninos posan en un escaparate de lencería de Jaén. / Efe

Como en los chistes, tenemos una noticia mala y otra buena. La buena es que las mujeres no están solas en su lucha por la igualdad. La mala es que todavía queda mucho camino por recorrer para que ese camino se haga efectivo. En cualquier caso, los avances en ese sentido han sido espectaculares en los últimos años, si consideramos que los esquemas más rígidos del patriarcado se han mantenido inamovibles durante siglos.

Los españoles de hoy, la mayoría de los cuales rara vez vio a sus padres y abuelos ocuparse de las tareas del hogar o compartir la crianza de los hijos más allá del papel de guardianes del orden y la disciplina, no solo han acabado asumiendo como naturales dichos cometidos, sino que están experimentando toda una revolución que pasa por negar la superioridad de lo masculino y la subordinación de lo femenino, desarrollar una sensibilidad fuera de los patrones al uso y llegar, en definitiva, a un pacto social en el que las dos mitades de la Humanidad seamos equivalentes.

Ni varones depredadores, ni ansiosos de poder o protagonismo, ni violentos, ni precarios, ni aparentemente invulnerables, sino liberados, también, de una cultura machista que, al mismo tiempo que los privilegia, les impone comportamientos indeseables para toda la sociedad, ellos incluidos.

Claro que, frente a este emergente movimiento, se reproducen en todos los ámbitos de la sociedad –política, deporte, empresa...– los tics del antiguo régimen, que permiten, por ejemplo, que el alcalde de Carboneras (Almería) dijera en noviembre de 2015 la triste frase «cállense y guarden respeto cuando está hablando un hombre»; o que un concejal de La Rambla (Córdoba), en julio de 2017 espetara a la concejala de Igualdad: «Si vez que no puedes, hija mía, antes de ponerte mal con nadie, dedícate a lo que te tienes que dedicar, que es a tu casa». Dos ejemplos entre muchos, demasiados.

«Hacen falta, sin duda, medidas legales y políticas públicas», afirma el profesor Octavio Salazar, de la Universidad de Córdoba, que acaba de publicar el libro El hombre que no deberíamos ser, «pero también que los varones incorporemos el cuidado, el de nosotros mismos y el de los demás, como parte de nuestro desarrollo personal. De forma que ya no dependamos, para ser sujetos autónomos, de mujeres que cubran esas necesidades», agrega.

Eso, añade Salazar, «nos hará seres más empáticos, más conciliadores y menos violentos», dice. «Los hombres hemos estado siempre condicionados por nuestra menor, o en muchos casos, nula capacidad para gestionar nuestras emociones, al menos de las que hemos considerado femeninas y que en gran parte tienen que ver con el reconocimiento de nuestra fragilidad».

Como todas las cosas importantes, esta transformación debería comenzar en el hogar y en la escuela. «Aunque es indudable que el papel del hombre varón ha evolucionado considerablemente, y de manera proporcional, a los cambios sociales producidos durante las últimas décadas en España, siguen coexistiendo en su forma de ser determinados patrones de micromachismo, o pautas de comportamientos machistas encubiertas, bendecidos en ocasiones de manera errónea por la tradición cultural, que es necesario poner de manifiesto para poder combatir y erradicar», asegura Óscar Gálvez, coordinador de Coeducación del IES Pésula de Salteras.

En sus aulas «se abordan casos concretos de micromachismos, la visibilidad de la mujer en la sociedad actual, diferencias salariales y laborales entre hombres y mujeres, actitudes machistas en realaciones de parejas adolescentes, cambios de roles tradicionales, etc. Para lo cual nos apoyamos en diversos tipos de materiales (digitales, documentales, literarios, etc), o en el intercambio de experiencia a través del desarrollo de talleres y conferencias llevados a cabo por especialistas».

«De esta manera», concluye Gálvez, «y teniendo en cuenta las importantes limitaciones que tenemos desde el ámbito docente derivadas del cumplimiento de las programaciones de las diferentes asignaturas, falta de recursos y materiales que la Administración pone a disposición de los docentes o una clara formación concreta y específica al respecto para el profesorado, se intenta inculcar entre los adolescentes una nueva visión sobre el respeto a la mujeres, así como sentar las bases de una verdadera cultura en igualdad entre hombres y mujeres», apostilla.

Por otro lado, es cierto que muchos varones se han adaptado a la parte más superficial del discurso feminista, sin cuestionar la posición tradicional del hombre: lo que Miguel Lorente, ex delegado del Gobierno contra la Violencia de Género, ha dado en llamar posmachismo. «El hombre de hoy usa los elementos de lo posmoderno para mantenerse en el poder. Ejemplos: critica que algunas mujeres ponen denuncias falsas contra sus parejas, critica que las madres estén generando en algunos casos un Síndrome de Alienación Parental en los hijos, critica que haya que luchar excesivamente para conseguir la custodia compartida, critica que las mujeres ya han alcanzado la igualdad y que ahora sólo quieren obtener beneficios extras... Por tanto, el posmachismo no critica el discurso de la igualdad en sí, sino que cuestiona un montón de asuntos puntuales para deteriorar poco a poco ese mismo discurso», afirma Lorente en una entrevista.

La tarea pendiente es abundante: los hombres deben renunciar a seguir gozando de manera acrítica de sus privilegios, como si fuera una realidad inmutable, y colaborar en la transformación de las estructuras de poder; no seguir ausentándose en lo privado, y volcarse más en el ámbito doméstico y familiar; no huir de lo femenino, sino apreciar y practicar valores asociados a la feminidad, como la ternura o la vulnerabilidad; no monopolizar el poder, ni reproducir modos patriarcales heredados; no ser la única referencia de la cultura, la ciencia y el pensamiento, ni ser cómplices de las violencias machistas ni de instituciones explotadoras como la prostitución; no querer ser, en fin, ni héroes románticos ni depredadores sexuales, y sí educarse en una afectividad y una sexualidad basada en el reconocimiento de nuestra pareja como un ser equivalente... En una palabra, la fórmula es caminar hacia el feminismo. Empezando, claro, por perderle el miedo a la palabra».