Más y más mayores eligen vivir solos

Los hábitos están cambiando y las pensiones dignas permiten a los ancianos de hoy residir de forma autónoma y no ser «una carga»

29 may 2018 / 16:59 h - Actualizado: 30 may 2018 / 14:05 h.
"Salud","Sociedad","Pensiones","Los hábitos de la tercera edad"
  • Una pareja de turistas de la tercera edad descansan en un banco. / El Correo
    Una pareja de turistas de la tercera edad descansan en un banco. / El Correo
  • Manifestación de pensionistas en Bilbao. La pensión es la clave económica que permite el cambio social en los mayores. / Efe
    Manifestación de pensionistas en Bilbao. La pensión es la clave económica que permite el cambio social en los mayores. / Efe

Un estudio de la Universidad de Granada ha derribado el tópico de que la familia española o de los países del sur de Europa mantiene a sus familiares mayores con ellos y eso nos hace diferentes a los países del norte de Europa.

El individualismo se abre paso y cada día hay más hogares con mayores muy activas, de edades incluso avanzadas, que viven solos porque así lo quieren... y porque las pensiones se lo permiten.

Es una situación inaudita: el estudio explica que los antepasados de estos ancianos nunca antes vivieron en solitario. Ni siquiera ellos mismos en el transcurso de su curso vital.

El autor del estudio es el profesor de Sociología Juan López Doblas, quien en Formas de convivencia con las personas mayores explica por qué esta tendencia lleva años en un auge silencioso... y por qué va a ir a más, al menos en el futuro más inmediato. Para más adelante tiene dudas: por un lado, disfrutar de la independencia es un plato que agradará a más y más abuelos que se criaron ya sin el referente cultural de los ancianos en casa. Por otro, muy pocas personas podrán permitirse esa independencia con la desvalorización de las cotizaciones y las pensiones propiciadas por los salarios a la baja.

«Para empezar, ya hoy la palabra anciano no significa lo que antes y hasta los 90 años o la pérdida de facultades o la enfermedad nadie desea que lo llamen anciano. No lo hagan los medios», pide el autor del estudio, que también rechaza el eufemismo de «tercera edad» para referirse a una realidad de hombres y mujeres (sobre todo) cada vez más activas y que descubren el reto de vivir solas y de actividades a las que no pudieron dedicarse antes.

«Este cambio cultural» (entre 1991 y 2016 el número de mayores que viven solos se ha duplicado con creces, y casi lo ha hecho el de las parejas de ancianos, mientras que se ha reducido a la cuarta parte el peso de los hogares con cuatro miembros y al menos uno de ellos mayor de 65 años) «no tiene una sola explicación. Pesa mucho el no molestar a los hijos hasta que los estragos del tiempo no den otra opción, pero también razones como que en casa ajena disminuyen la autonomía y la privacidad».

Este cambio de hábitos en los mayores es además, uniforme en toda España, sin que Andalucía sea diferente a las comunidades del norte o a las de mayor renta. «Antes al yerno o la nuera las conocías de años. Ahora mucho menos y mucha gente mayor es reacia a compartir el aseo o la cocina con quienes apenas conocen», apostilla el investigador.

Mudarse con los hijos asimismo implica cambiar de barrio y, a menudo de ciudad. El riesgo de desarraigo al perder a los conocidos se acentúan. Es otra razón de peso para no emprender una mudanza. «El espíritu es casi las antípodas de los jóvenes de 25 años: los mayores viven solos porque pueden permitírselo, incluso con pensiones medias tan bajas como las actuales de Andalucía, de poco más de 700 euros al mes para las mujeres.

Estas incluso explican en las encuestas del estudio que descubren la libertad que no tuvieron en su matrimonio al enviudar: y es que llega ahora a mayor la última generación que ha vivido toda la vida con su primera pareja.

Es más, quienes no se plantean llegar a mayores como una aventura también descartan vivir con sus hijos como un mal menor: suelen vivir lejos, a veces muy lejos. Tampoco para ellos ingresar en una residencia es una opción mientras se sientan válidos –y por el quebranto económico que supone–. Y mucho menos que sus hijos se turnen en su cuidado, una pesadilla de hacer y deshacer maletas cada poco tiempo.

Las ganas de vivir solos mientras se tengan capacidades las ilustra este testimonio recogido en el estudio: «–¿Que vive usted en un cuarto piso sin ascensor?/ –Sin ascensor./ –¿A la edad que tiene?/ –A la edad que tengo. Y subo las escaleras que me pongo con cualquiera que pase de los 50 a ver si es capaz de cogerme».

«Nosotros [el autor del estudio acaba de cumplir los 50 años] desearemos mucho más esa libertad, aunque si la situación social tiene poco que ver con la de 1968, tampoco será igual que la de 2048. Quienes tengan en pocos años 75 u 80 años se habrán criado en una cultura urbana, moderna, en la que todos habrán pasado por la escuela.

Las parejas ya no habrán sido una para toda la vida, lo que hará que se replanteen nuevos emparejamientos tras la viudedad, algo que hoy no está a la orden del día tras 50 años de matrimonio. No habrá esa «uña y carne». Hoy las viudas mayores temen que si les sale un pretendiente sea por la incapacidad de él de planchar y lavar la ropa solo, como recoge otro testimonio

La tecnologías facilitarán a los mayores solos muchas cuestiones de la asistencia en casa. No esquivarán la soledad solo con la televisión, como ya hacen hoy conversando con los nietos por whatsapp. «Tendremos mucha más decisión a la carta», explica López Doblas. Pero...

...El punto débil de este futuro son las pensiones. Son el soporte material que permite la actual independencia de los mayores, y su cuantía es más elevada que nunca. Además, incluso quienes tienen pensiones bajas son personas que han sido educadas en la austeridad de una posguerra. Desde su juventud saben vivir con poco. «Son capaces de no poner el brasero para estirar la pensión, o comer 15 días seguidos lentejas. Renuncias a veces demasiado básicas», explica el sociólogo. «Nosotros ya no somos así. Con los 700 euros de una pensión media andaluza no podríamos llegar a fin de mes, mucho menos ser independientes. Si la Seguridad Social no sostiene las coberturas como hasta ahora volveremos a ver cómo mucha gente volverá a vivir con sus descendientes», explica. Lo harán a regañadientes y en una sociedad dual, con viejos muy ricos que disfrutarán de una segunda o tercera adolescencia, frente a los mayores empobrecidos que, al contrario que los actuales, tienen que aprender no a vivir solos, sino a convivir en una casa en la que ellos no mandan.

¿Está detrás de este panorama la actual revuelta de los pensionistas?

«Quienes salen a la calle son la primera generación de mayores modernos. Sus líderes tienen estudios y en la masa están maestros jubilados, por ejemplo, más que pastores. Son un colectivo urbano, escolarizado y por la impresión que tengo, más de varones que de mujeres, y no están necesariamente en cabeza quienes tienen pensiones más bajas».

Prosigue: «Los pensionistas son 8,50 millones de personas. El doble que hace cuatro décadas. Pero no tienen conciencia de grupo, a diferencia de las feministas, y su voto es un voto disgregado. Claro, la crisis económica, que ha dejado huellas en todos los órdenes, también les ha tocado a ellos, aunque sea menos que al conjunto de la población. Pero ven que muchos colectivos están protestando y ellos lo están haciendo. Y de forma constante y sistemática. Lo mejor es que no piensan en ellos, que tienen las pensiones más o menos aseguradas. Piensan en quienes vienen detrás y no quieren que se ponga en riesgo para las próximas generaciones el sistema público de pensiones».

«Es un punto de vista muy altruista, más social que pensando en la familia», expone. Y contrasta con los jóvenes sin empleo, «a quienes ofrecen puestos miserables y que no están en la calle».