No ha visto a ningún oriental, ha sido un espejismo

El singular universo de estos comerciantes permite conocer a personajes que hacen la Feria más singular de lo que es

19 abr 2018 / 07:13 h - Actualizado: 19 abr 2018 / 08:19 h.
"Feria de Abril 2018"
  • El imperio del plástico se alza poderoso en la Calle del Infierno, donde centenares de juguetes se arremolinan esperando un dueño. / Manuel Gómez
    El imperio del plástico se alza poderoso en la Calle del Infierno, donde centenares de juguetes se arremolinan esperando un dueño. / Manuel Gómez
  • Un extraño y amarillo ser alado. / Manuel Gómez
    Un extraño y amarillo ser alado. / Manuel Gómez
  • Las pistolitas de agua son un hit en esta Feria. / M. Gómez
    Las pistolitas de agua son un hit en esta Feria. / M. Gómez

Si la venta ambulante desapareciera del Real, la Feria sería otra cosa. Bueno, quizá exageramos. Pero, en todo caso, no parece que esta, a nivel visual y vivencial, le haga mucho mal. Desde luego ningún daño pretende hacer Manuel, que ayer por la mañana daba paseo arriba y abajo por la Calle del Infierno vendiendo cartuchitos de avellanas, de arvellanas en su jerga. «Arvellanas y almendras, de las dos cosas tengo, a ver si las liquido pronto y me voy pal’pueblo», decía sin apenas pararse.

La fauna ambulante del Real –dicho con todo el respeto para la fauna y para los vendedores– es variopinta y, reconozcámoslo, bastante habitual; tanto que todo el que ha pisado una o dos veces la Feria en su vida ya sabe qué puede comprar a ras de albero. Este año sin embargo, un modestísimo emprendedor intenta diversificar el mercado. Una de las máximas más sagaces del capitalismo es saber encontrar un nicho de demanda para ofrecer un producto. Y he aquí a Primitivo, 47 años, utrerano. En 2017 tuvo una ocurrencia. No le fue mal... pero tampoco le fue bien porque la policía se lo requisó todo en una ocasión. Este año, a hurtadillas entre las Casas del Terror y el Palacio de los Espejos vende sus productos. Que no son otros que peluches. ¿Peluches? «Sí... bueno... traigo unos cuantos y siempre hay algún padre o novio que lo compra un poco de tapadillo para regalarlo en el caso de que no haya funcionado la cosa en la tómbola. Cada uno se monta su propia película para distraerse y justificar que le ha tocado, yo ahí no me meto», dice prudentemente, siendo consciente del elevado secretismo que envuelve a su mercancía de riesgo.

Otro universo son los chinos. Aunque usted los vea con sus propios ojos transitando, aunque jure y perjure haber visto a una oriental con antenas de colores y un arsenal de pistolitas de agua en la mano por Gitanillo de Triana... pellízquese y, a partir de ahora, no crea todo lo que ven sus ojos. Porque si no está dispuesto a adquirir un clavel de plástico para la solapa sus posibilidades de establecer (educado) contacto lingüístico son cercanas a ninguna. Si es usted un afortunado conocedor de los rudimentos del chino mandarín, no se crea en una situación de superioridad. Tampoco sacará más información que el que las pistolitas cuestan cinco euros y los claveles, dos. «No sé... yo no sé...», declaraba a este periodista una de las vendedoras. Luego, en Pascual Márquez, lo intentábamos por segunda vez con otra: «No, no... no, no, no sé...» Y así hasta en dos ocasiones más.

Todo lo contrario que Juanini, que vende cañas para animar el cotarro y no se sabe si tiene más ganas de vender o de echar el rato con la clientela. «Yo llevo viniendo a vender 32 años a la Feria, que se dice pronto. 32. Ni 30, ni 31, 32», insiste. «Y esto ha cambiado, vaya si ha cambiado, pero quien diga que lo ha hecho a peor, miente. Que yo llevo 32 años aquí y sé de lo que hablo. 32», recalca. ¿Y las cañas, siguen teniendo venta o están en desuso? «Las cañas, bueno, siempre hay gente que se las lleva, aunque sean guiris. La Feria de ahora es más bonita, hombre, más grande, más tranquila, que son muchos años aquí para saber bien de lo que hablo», concluía. Tantos como 32. El gremio (sic) de los vendedores ambulantes no siempre es tan amable como Juanini, claro, que parece que lleva la penitencia de la extrema cordialidad implícita en su propio nombre. Quienes se dedican a trapichear con bocadillos y rebujito no quieren ver a nadie con un cuaderno y un bolígrafo rondándoles. «Esto es para consumo propio, ya está. Para consumo propio», sentenciaba uno ayer a mediodía en los aledaños de la noria con dos docenas de bocadillos. La policía cumple su función. Y los vendedores ambulantes la suya. A veces, hay colisiones. Pero dentro del microuniverso (o no tan micro) que es el Real las cosas, relativamente, andan tranquilas. Unas armendras, una caña o una antena fluorescente para conectar con Saturno los miércoles de los años bisiestos. Usted elige.