La pregunta es tan vieja como el mundo: la poesía, ¿para qué sirve? ¿Para qué en estos tiempos tan prosaicos y pragmáticos? ¿Y en Sevilla, tendrá una utilidad especial, habida cuenta de los abultados datos demográficos que se registran en el ramo? ¿Qué hacer con su abrumadora tradición?
Para Javier Sánchez Menéndez, uno de los pocos editores especializados en poesía con su sello Isla de Siltolá, la poesía sirve sencillamente «para evitar las dietas de adelgazamiento», mientras que María D. Almeyda, que acaba de publicar el poemario Mundos, cree que «en Sevilla, hoy, creo que la poesía no sirve para nada. A lo sumo, alimenta algunos egos. Para gente sin aspiraciones de poeta, como yo, el alimento es inmaterial. Pero servir, servir no sirve para nada físico, es algo puramente emocional. Yo creo que la poesía de verdad solo le sirve a otros poetas, siempre que estos poetas no sean unos engreídos. Pero a quien le gusta escribir poesía, se siente feliz con lo que hace».
Para Juan Lamillar, bardo veterano que está a punto de sacar un libro de artículos sobre poetas, «la doble indagacion que supone la poesia –sobre la realidad, a traves de la palabra– ha sido una constante a lo largo de la historia, a lo ancho de la geografia. En el caso de Sevilla, la actualidad poética, dinámica, con la enriquecedora convivencia de estilos diversos, descansa en una esplendida tradicion, con nombres ya fundamentales».
Antonio Rivero Taravillo, poeta, traductor, biógrafo y director de la revista Estación Poesía cree que la poesía «sirve para lo que siempre ha servido en todo lugar y época: para que al ser humano no se le pudra dentro el deseo, la necesidad de expresar lo más íntimo, que gracias al lenguaje y a su capacidad de dar precisión a lo informe pasa de ser personal a ser ya de todos. También de espejo, el más exacto del mundo al que llamamos real y que en realidad es un un espejo deformante. En Sevilla siempre ha habido grandes poetas, y varios de ellos siguen vivos a pesar de que hay ciertas fechas finales en sus lápidas».
Otro autor, Lutgardo García, que publicó recientemente La llave misteriosa, opina por su parte que «la poesía sirve para mucho y para muy poco a la vez. Al lector de poesía un buen poema, o un solo verso incluso, puede salvarlo de la monotonía, de la mediocridad», dice. «La poesía es fulgor, destello, una forma capturar e inmortalizar pequeñas revelaciones de verdad y de belleza. La poesía es un asalto de eternidad en medio de lo cotidiano y un modo de mirar el mundo. Por ello, al hablar de mi ciudad, Sevilla, la poesía me ha servido para descifrar esas claves de resplandor y de verdad que están ocultas, bajo la hojarasca de lo superfluo, por el callejero de mi memoria».
Otro veterano de los versos, Javier Salvago, cree que «la poesía, de servir para algo, creo que sirve lo mismo en Sevilla que en Sebastopol, aunque el paisaje, el cielo y el clima predispongan, y creo que sirve lo mismo y para lo mismo ahora y siempre. De todos modos, yo no me hago muchas ilusiones al respecto. Hay un haiku de Borges que dice: La vieja mano / sigue trazando versos / para el olvido. ¿Para qué sirve la poesía? Para eso, por ejemplo, para seguir trazando versos para el olvido o para darte cuenta de que a nadie o a casi nadie le importa. Pero tampoco importa demasiado porque durante mucho tiempo –y quizá todavía, aunque el escepticismo no lo quiera reconocer–, me ha importado a mí, y eso basta. La poesía ha sido, después de las personas queridas, lo más importante de mi vida. Durante muchos años he vivido casi por ella y para ella, lo que no quiere decir, sino todo lo contrario, que renunciara a la vida, puesto que para mí la poesía no es otra cosa que la vida, la vida con todo lo bueno y con todo lo malo».
«La poesía le sirve al que la lee –al menos, a mí me sirvió– para reconocerse en las palabras de otros semejantes que han explorado los mismos territorios antes que él, y se lo cuentan y le dan pistas para orientarse y palabras para nombrar sus emociones, sus sentimientos, sus ilusiones, sus deseos», agrega Salvago. «Los grandes poetas, decía Ortega, nos plagian. Dicen lo que todos sentimos y no todos sabemos expresar. Fríamente la poesía no sirve para nada, pero puede servir para todo, menos para hacerse rico. La poesía sirve para complicarte la vida, para fastidiarte la relación con el mundo, para darle importancia a cosas que para la mayoría no la tienen, para valorar la soledad y aprender de ella, para sentirte acompañado estando solo, para sentirte solo estando acompañado y, si eres valiente, para atreverte a mirar de frente tu verdadero rostro y a contar lo que ves, lo que sientes, lo que piensas con la mayor cantidad de verdad posible.
Por último, según Rosario Pérez Cabaña, «en Sevilla, creo, como en cualquier lugar del mundo, la poesía sirve para nombrar lo innombrable, para decir lo impronunciable, para conocer aquello a lo que solo la emoción pone imágenes», comenta. «Es una forma de ficción. Me gusta decir que el poema es un inventario, una suma de invenciones con el alma sucia de verdades. Sevilla es una ciudad abrazada por sí misma, reconcentrada y terca. Una ciudad con pocos poetas y muchos versificadores. La emoción provoca poesía, no versos».
«En narrativa, Sevilla está viviendo un vuelco, uno de esos extraños movimientos de tierra que hacen temblar algunos cimientos», prosigue. «Un surgimiento muy interesantes de voces propias con identidad, con recuperación bien destilada de formas y estilos. Fuera de nuestras lindes, ya algunos hablan de grupo nuclearizado en torno a la ciudad que unifica narradores de Sevilla y de otras ciudades andaluzas con vínculo directo con la capital. En poesía no ocurre lo mismo. Hay voces dispersas en muchos casos eclipsadas por el ruido de las palmas o de la tradición».