¿Por qué los humanos odian los humedales?

Para celebrar el Día Mundial de los Humedales nada mejor que una buena reprimenda: somos responsables de su mal estado

01 feb 2018 / 23:32 h - Actualizado: 02 feb 2018 / 08:22 h.
"Medio ambiente","Día mundial de los humedales"
  • Doñana, la joya de la corona de los humedales españoles en uno de sus rincones más plásticos: Veta la Palma. / Txetxu Rubio
    Doñana, la joya de la corona de los humedales españoles en uno de sus rincones más plásticos: Veta la Palma. / Txetxu Rubio
  • Laguna endorreica de Lantejuela. / Gregorio Barrera
    Laguna endorreica de Lantejuela. / Gregorio Barrera

Apréndase lo que dice la RAE porque hoy va a escuchar la palabra humedal hasta la saciedad. Pocas cosas gustan más al humano que celebrar un día mundial de algo, en el que vender a tropel mil y una acciones supuestamente positivas realizadas en favor de ese inocente protagonista de la jornada tal o cual. El mismo que luego, pobre de él, vive una suerte de letargo hasta que la tierra vuelve a rodear el sol y de golpe y porrazo a todo quisque vuelve a llenarse la boca recitando su nombre. Así llegamos a este 2 de febrero, y, querido humedal, es tu día. Hablemos de cómo estás.

Empecemos por la acepción lingüística. Porque el diccionario dice que un humedal es un terreno de aguas superficiales o subterráneas de poca profundidad. En términos ecológicos, el vocablo define a un ecosistema de suelo inundado, cuya agua procedería del mar, ríos, lluvias o de un acuífero. En este mismo orbe verde, hablar de un humedal es hacerlo de un reducto rebosante de biodiversidad, lo que traducido al cristiano quiere decir que tratamos de un espacio bastante apreciado para la vida animal, donde el agua, como todo avezado lector ya habrá entendido, juega un papel fundamental.

Hasta ahí, esa es la teoría. Ahora, pasemos a la práctica. Lo primero, y más importante, es que el agua escasea. El líquido elemento superficial se está esfumando, y no solo por el ya pertinaz –a pesar de Trump– cambio climático. La presión humana, sumado a este dantesco calentamiento global, cierne amenazas de órdago sobre toda laguna viviente. Tanto es así, que se están secando. Aún más a las situadas en terrenos más cercanos al ecuador, y/o con ciclos de sequía pronunciados. Ergo Sevilla, donde la Junta de Andalucía tiene catalogados 34 humedales.

El problema es que la que no se seca, tiene que lidiar con otras amenazas, como la explotación agrícola. Y por extensión, con la del modus vivendi humano, esa especie tan ducha en aniquilar todo cuanto le rodea. Usted, su vecino o el mismo que escribe: todos somos responsables de que en la provincia hispalense, por poner un ejemplo hiperlocal, los humedales se encuentren en una situación próxima a lo lastimoso. «¿Por qué yo?», se preguntará pseudoindignado. Pues preste atención, que tres expertos en el terreno nos lo van a contar.

«Los humedales están muy mal, en un estado desastroso». Pablo García acaba de descolgar el teléfono y no se anda con chiquitas. Él sabe de lo que se dice. Este biólogo, profesor de botánica en la Universidad de Sevilla conoce de cabo a rabo los espacios húmedos de la provincia, y podría decirse que de Andalucía. Ha sido uno de los autores del plan andaluz de humedales y a día de hoy es uno de los investigadores más destacados en el ámbito de la flora acuática de estos entornos: «Las plantas son un indicador casi infalible del estado de un humedal, así que a través de ellas sacamos muchas conclusiones».

¿Y cuáles son estas conclusiones? Pues para empezar, el problema que no nos cansaremos de repetir. «El agua». Al déficit acuático que tiene nuestra tierra, sometida a una presión tremenda sobre el recurso hídrico, se une la calidad de la misma. «El agua se devuelve en una situación muy mala a la naturaleza», explica García. ¿Significa eso que algunas de estas lagunas biológicamente monumentales se están convirtiendo poco menos que en balsas pestilentes? «Algunas sí, y es un completo desastre», enfatiza dejando bien claros los puntos sobre las íes.

A este respecto, García imparte en la conversación telefónica toda una clase de primero de biología: «En 30 año se han producido grandes cambios en los humedales del sur peninsular. Esos efectos, por el tipo de agua que llega han provocado que las plantas cambien y eso ha modificado toda la estructura». ¿Y eso como se nota? «En el color», contesta raudo, «el de ahora es más chocolate-verdoso», añade, haciendo visual la conversación.

Precisamente más de tres décadas son las que lleva Maribel Adrián en la Cañada de los Pájaros, uno de los humedales más emblemáticos de la provincia, ubicado en La Puebla del Río y donde cohabitan más de 200 especies distintas de avifauna. Se trata de una reserva natural privada que Adrián compró en 1987 como una antigua gravera, totalmente degradada. Con tesón, la Cañada es ahora un auténtico paraíso para las aves, que tienen aquí un hábitat propicio ya sea estacional o permanente. Durante años ha sido y es un lugar fundamental para la educación ambiental.

Hablando sobre el estado de los humedales, Adrián lo tiene claro: «Cada año tenemos que destinar más esfuerzos al mantenimiento», refiriéndose de forma directa a amenazas como la contaminación y la colmatación. «Es verdad que existen figuras de protección en Andalucía que son muy exitosas, pero el problema es que se tiende a proteger zonas acotadas, y las zonas adyacentes están sujetas a agresiones que al final acaban llegando a lo que está protegido». En el ámbito de las lagunas esto es muy común. Porque por muy preservada que esté una de ellas, el afluente que la alimenta puede estar agredido, o que estos elementos perjudiciales se filtren hasta el acuífero que las sostiene. La paradoja infernal que anega un humedal.

«El aumento de temperaturas, que cambia el ecosistema y genera algas tóxicas también se nota», añade la responsable de la Cañada, que tampoco quiere perder la ocasión de anunciar que este sábado realizarán una suelta de fochas, cercetas y porrones –para los neófitos hablamos de pájaros- en sus instalaciones, como mejor celebración posible del ya referido día de los humedales. «De alguna forma hay que incidir en la importancia de estos entornos, porque el medio ambiente es el gran olvidado por los políticos, incluso en sus programas electorales».

El siguiente experto consultado es un ecologista, Juanjo Carmona, coordinador de WWF Doñana. Carmona, tampoco se anda por las ramas, pese a su predilección vegetal: «No están en buen estado, hay una presión excesiva sobre los humedales y el mayor ejemplo es Doñana». Este ejemplo, con el caso del Parque Nacional que acoge al humedal más emblemático de Europa, es sintomático de la situación que vive el mundo humedal. «Los arrozales con riego subterráneo son un problema, habría que recuperar esa parte de la marisma ocupada», clama el ecologista, que incluso se imagina una suerte de nueva arcadia de lagunas naturales en esta Doñana sevillana, al sur de Isla Mayor: «Se podrían crear lagunas salinas, que el Guadalquivir regule las mareas».

Más allá de sus propuestas, Carmona también habla de los conocidos como patitos feos en el mapa de los humedales hispalenses, es decir, las lagunas endorreicas de importancia ecológica en la Sevilla allende a Doñana, como los complejos de Lantejuela, Utrera o Las Cabezas. «Ahí afecta mucho la contaminación difusa, se está notando una merma de la biodiversidad», avisa, al tiempo que aprovecha la ocasión para lanzar otro grito de socorro: «Estamos estudiando mucho cómo afecta a las aves pero hay otros grandes afectados, que son los anfibios, insectos y reptiles. El ave busca refugio en otro sitio, pero estos otros animales se mueren junto a la laguna».

Queda meridianamente claro, y a través de fuentes distintas, que la situación no es ni mucho menos halagüeña. Y como se refirió en los primeros compases de este texto, hay una cuota de corresponsabilidad muy alta, y que además, depende de detalles a priori sencillos. A estas lagunas llegan restos de medicamentos que perjudicialmente son arrojados a la basura, como las pilas. Ambos, una vez en el vertedero, se filtran por el terreno hasta ser empujados por escorrentías hasta el humedal. Sus efectos son mortales. Igual que el aceite que vertemos en la cañería, otro ejemplo de incivismo natural. «Esto se arreglará el día que empecemos a valorar a los humedales igual que valoramos a la Giralda», dice Pablo García, que también presume de tener la receta para cambiar esta deriva detestable: «Educación, educación y educación». Lo mismo, hasta tiene razón.