No. Nadie podrá decir que a la manifestación del 8M en Sevilla fueron «cinco o seis», como coreaba la masa que, desde Tetuán, trataba de hacerse paso lentamente rumbo a la Alameda de Hércules y que taponó (y hasta suplió) a una cabecera que quedó atrapada entre la multitud en Plaza Nueva. Bendito colapso, que paralizó el servicio de Metrocentro y obligó a cortar el tráfico en lo que fue una oda a la esperada y todavía no conseguida igualdad entre hombres y mujeres.

Sevilla abrazó ayer al feminismo –ojalá que todos leyeran la acepción en la RAE para evitar malentendidos– y lo hizo tomando el centro como en las grandes citas. «Parece que esperan al Gran Poder», bromeaba una joven con peluca morada y pinturas de guerra tras serpentear por las calles del entorno y toparse con la bulla. El Movimiento Feminista de Sevilla, convocante de la protesta, confiaba en superar los 10.000 asistentes, más después del caldo de cultivo generado durante la jornada de paros, donde los sindicatos CCOO y UGT calcularon un seguimiento de en torno al 70 por ciento. La realidad superó holgadamente a la ficción y, según el Centro de Coordinación Operativa (Cecop), el 8M congregó a 120.000 personas, cifra que poco después la Policía Nacional enfrió a 30.000. Sea cual sea, la realidad a pie de calle era que cuando los primeros manifestantes tomaron la Alameda todavía había gente esperando con paciencia en la Plaza Nueva. Incluso dos horas después de iniciar la marcha, los mensajes feministas se podían sentir con fuerza en La Campana, mientras que en la Alameda de Hércules daban por concluida la manifestación con una multitudinaria sentada.

Pero, más allá de que sean miles o decenas de miles, lo que sí ha calado es el mensaje, en ese propósito, cantado, de que «Sevilla será la tumba del machismo». Este 8M ha sembrado el debate en la calle, que no está de paso sino que viene para quedarse para siempre. Una película en la que las protagonistas indiscutibles son las mujeres, pero que están arropadas por una multitud de actores secundarios. El crisol que conformaba la marea morada sevillana lo dejaba claro. Había muchas jóvenes que aireaban su indignación a base de cacerolazos y pancartas de lo más variopintas, incluso algunas irreverentes. Se desgañitaban, brincaban –«un bote, dos botes, machista el que no bote»–, reivindicaban más respeto a las mujeres y «menos piropos». Pero no eran los únicos. También había padres de familia con niños y niñas en sus carritos o en sus brazos. Y muchos mayores –algunos abuelos– que ya demostraron hace semanas con el conflicto abierto en canal del futuro de las pensiones que tal vez no son de trending topic ni comparten en su muro de Facebook, pero tienen el pulso tomado a la sociedad justa que hace tiempo anhelan y que ahora reivindican a viva voz. Estas tres generaciones daban por cumplido el mensaje de que «el feminismo no es una moda sino una lucha de todos».

Hay quien coreaba, otros se colocaban delantales reivindicativos y, los más originales se subían a una escalera e improvisaban un fandango feminista que desató los aplausos de cientos de manifestantes. «Y porque tú tengas el peso de la historia, que te ha reconocido como el héroe, y eso es algo verdadero, no me trates tú con el pie, que eso no es de caballeros», cantaba la espontánea.

El ambiente tenía mucho de impulsividad y hasta un pellizco de desorganización que no se recordaba en una protesta desde las movilizaciones del 15M que, en el caso sevillano, ocuparon las Setas de la Encarnación. Tal era esa impulsividad que pocos sabrían decir qué ponía en la cabecera de la protesta. A todo esto, el lema era Para transformar la sociedad: igualdad-feminismo. Incluso nadie acertaba a adivinar donde se ponía punto y final. La Alameda es muy grande y la manifestación se desparramó entre los que seguían para adelante como si no hubiera mañana hasta llegar a las columnas; los que acertaron a quedarse en la Casa de las Sirenas –meta oficial– y los que pararon ante la multitud de cámaras de televisión que cubrían el acto. Incluso había los que, cansados de esperar en la Plaza Nueva, tomaban atajos por la Plaza de la Magdalena, San Eloy hasta llegar al Duque y seguir callejeando por Jesús del Gran Poder. Un itinerario muy de Madrugá, pero que a algunos les sirvió para llegar a tiempo para escuchar cómo los organizadores pregonaban, megáfono en mano, las cifras trasladadas por el Ayuntamiento de Sevilla.

También fueron unos privilegiados y pudieron escuchar un manifiesto que expone que las mujeres «se están manifestando porque la desigualdad está instalada de forma estructural con la complicidad de quienes ostentan todos los poderes» y que «se han puesto en huelga porque ya es hora de que el patriarcado se conciencie de que sus privilegios deben agotarse en pro de una sociedad justa e igualitaria».

Aseguran que salen a la calle para «exigir la paridad real», una democracia «paritaria sin ambages ni porcentajes», así como «igual salario a igual trabajo». Asimismo, exigen «el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo sin cortapisas, sin objeciones de conciencia, fuera del código penal y en la sanidad pública, el respeto social y el apoyo normativo para vivir su diversidad e identidad sexual con libertad, una verdadera coeducación y la igualdad real y efectiva para las mujeres en situación de vulnerabilidad».

Sembrada la semilla de este 8M, ahora toca que otro reto: que la revolución del feminismo en Sevilla no se quede en flor de un día.