Sevilla y el cine: una relación apasionante y difícil

Antes del SEFF, la ciudad ya intentó en varias ocasiones constituirse en referente cinematográfico

04 nov 2016 / 21:20 h - Actualizado: 05 nov 2016 / 08:05 h.
"Cine","Festival de Cine Europeo 2016","Sevilla extiende la alfombra roja"
  • Fotograma de ‘Elena’, del ruso Zvyagintsev. / El Correo
    Fotograma de ‘Elena’, del ruso Zvyagintsev. / El Correo
  • Fotograma de ‘Gomorra’. / El Correo
    Fotograma de ‘Gomorra’. / El Correo
  • Fotograma de ‘La profesora de parvulario’. / El Correo
    Fotograma de ‘La profesora de parvulario’. / El Correo
  • Fotograma de ‘Venus’. / El Correo
    Fotograma de ‘Venus’. / El Correo
  • Fotograma de ‘La academia de las musas’. / El Correo
    Fotograma de ‘La academia de las musas’. / El Correo

Sevilla ha mantenido a lo largo de su historia reciente una permanente relación de amor y lucha con el cine, y no tanto porque haya servido en innumerables ocasiones como plató ideal para recrear ambientes exóticos desde que David Lean la descubriera para Lawrence de Arabia y John Milius para El viento y el león; sin contar las muchas en que la burocracia impidió su proyección internacional, caso flagrante el de Misión Imposible 2, que motivó para evitar en el futuro situaciones similares la creación de una Film Comission que ha dado más réditos a sus artífices que a la ciudad propiamente dicha. En realidad la lucha viene de sus constantes intentos de convertirse en referente y plataforma de lanzamiento del cine en todas sus vertientes, y de la relación de amor y traición que el público sevillano ha brindado a la exhibición de cine en la ciudad. El primer escollo se traduce en un Festival Internacional que dio excelentes frutos al principio de la prodigiosa década de los ochenta, pero que con tan sólo cuatro ediciones desapareció sin entenderse muy bien por qué. El segundo tiene su mejor reflejo en la falta de modernos complejos monumentales para la exhibición como sí los hay en otras ciudades de similar categoría como Málaga o Valencia, y la todavía carente voluntad de nuestros exhibidores de emitir en nuestras salas todo lo que entra semanalmente en la cartelera patria, si bien esto se ha paliado en los últimos años con la irrupción de la tecnología digital y el cambio de propietarios de los Cines Nervión Plaza, que ha propiciado una paleta de gustos y estéticas más generosa en sus pantallas, así como una mayor oferta de cine en versión original, tal y como ya aconsejaba hace veinte años a sus antiguos responsables una dirección comercial que fue sistemáticamente despreciada.

Podemos considerar el disparatado Festival de Cine y Deporte que Rojas-Marcos impulsó de manera harto forzada para potenciar la candidatura de Sevilla a los Juegos Olímpicos, como precedente inmediato de un Festival de Cine Europeo que este año cumple sus catorce ediciones con buena salud, excelentes credenciales y el objetivo intacto de convertirse en ventana a un continente que, a pesar de tratados y mercados comunes, sigue siendo en sus costumbres e idiosincrasias un gran desconocido frente a la asumida invasión americana, cada vez más presente y arraigada en la sociedad, especialmente la más joven, como atestigua sin ir más lejos la reciente celebración de la Noche de Halloween. Un público mayoritariamente joven y universitario, gracias a las promociones que para este sector ofrece un festival que, como decía aquel eslogan de hace treinta años, mantiene la consigna de ser joven e ir al cine, inunda cada día las numerosas salas en las que se celebra el certamen, entregándose incondicionalmente a maratones y gymkanas en las que el descubrimiento se convierte en principal reclamo. Un público que sin embargo, y a pesar de que ofertas y fiestas hay todo el año, desaparece el resto de la temporada, haciendo que incluso nuestros cada vez más saludables circuitos de versión original, con mayor protagonismo de ese cine de autor que reclama este y cualquier otro festival de cine que se precie, se resientan en taquilla. Cosas inexplicables de una ciudad tan difícil de entender como de amar.

La resistencia de los equipos gestores que cada año se han ido sucediendo frente al festival, a algo tan sencillo como es mantener vivo el evento en páginas web tan emblemáticas como IMDB (Internet Movie Data Base), tan gratuito como conveniente, es otro de los aspectos de un festival que cada año convierte a Sevilla en sede del anuncio de las nominaciones a los Premios Europeos del Cine, a pesar de que aún no se ha conseguido que sea aquí donde se celebre la gala de entrega de los galardones. Un anuncio que en última instancia sólo sirve para que los políticos de turno, como siempre reclamando un protagonismo que no les corresponde, reivindiquen para la ciudad una posición de privilegio que ella por sí mismo ya hace muchos siglos se ha ganado, sin necesidad de la mediocridad reinante y de que grandes campañas de promoción en el extranjero se sufraguen con el dinero de los contribuyentes. Esa ventana a Europa, sus inquietudes, cultura y problemas, tienen durante una semana un acertado reflejo en un festival que ha ido ganando en secciones, sesiones, premios y actividades paralelas, quizás para acabar confirmándose en referente de una forma de entender la vida y el cine que pertenece a quienes de alguna manera han definido a todo un planeta.

Un festival de cine son sus películas y los cineastas que las presentan; las que recogen algún reconocimiento, especialmente el Giraldillo de Oro, definen su trayectoria. Hasta el momento van trece ediciones, trece películas y otras dignas de consideración. Avanim, la primera película en recibir este premio, se situó como precedente de la fiel presencia en este festival de un país no europeo pero conformado por gente emigrada del continente en sus tiempos más difíciles, Israel. Sus temas, casi siempre relacionados con el conflicto que hebreos mantienen con palestinos, se han visto reflejados en títulos de cineastas consagrados como Amos Gitai (Rabin: The Last Day) o prominentes como Nadav Lapid (La profesora de parvulario). Como tantas otras triunfadoras en Sevilla, la cinta no conoció estreno en nuestras salas comerciales, a pesar de que el premio en metálico, sufragado por nuestras arcas municipales, va destinado a la exhibición. Antes de triunfar con Un profeta (Premio del Público en 2009), el director francés Jacques Audiard se llevó el Giraldillo con De latir, mi corazón se ha parado, primer escalón de Roman Duris para convertirse en estrella del cine galo. Un año después fue un romántico empedernido, Roger Mitchell (Notting Hill) quien logró el galardón con la muy estimulante Venus, una comedia entrañable en la que un legendario Peter O’Toole se enfrentaba a la cruel dicotomía entre cuerpo y mente cuando uno se ha convertido en anciano venerable. Y antes de lograr la Palma en Cannes con la reciente Yo, Daniel Blake, Ken Loach ya había conseguido el máximo galardón en Sevilla con otra cinta de reivindicación social, En un mundo libre. Ese mismo 2007 se presentaron en nuestra ciudad películas como Mi hermano es hijo único de Daniele Luchetti, y Al otro lado, de Fatih Akin.

Contra todo pronóstico, Vuelvo enseguida se alzó triunfadora en 2008, a pesar de tratarse de una comedia intranscendente y prescindible. Fue el año en que el cine más comercial arrasó entre el público con Bienvenidos al Norte, mientras la polémica Gomorra de Matteo Garrone sirvió para lograr una mayor atención de los medios de comunicación. Lourdes fue la gran revelación del festival de 2009; en ella la austriaca Jessica Hausner nos contó en clave casi de documental el particular via crucis de una mujer en silla de ruedas en busca de un milagro. El viaje de una abuela y su nieto por un Irak devastado por la guerra le valió a Mohamed Al Daradji triunfar en la octava edición del SEFF con Son of Babylon, en un año en el que Stephen Frears logró el premio del público con Tamara Drewe, y la oscarizada En un mundo mejor de la danesa Susanne Bier los de mejor directora y mejor guion. Más discreta fue la película ganadora del premio principal en 2011, Siempre feliz, un simpático y entretenido vodevil a mayor gloria de la actriz noruega Agnes Kittelsen, cocinado por la realizadora Anne Sewitsky. The Artist dio sus primeros pasos en nuestro país en esa misma edición, mientras la emblemática Shame consiguió premio para Michael Fassbender, y la intrigante Elena del esteta ruso Andrei Zvyagintsev (Leviathan) sirvió para reconocer a Nadezhda Markina como mejor actriz.

Come, duerme, muere es otro exponente de ese cine preocupado por las políticas sociales y humanitarias de los regímenes que controlan Europa, que se llevó el Giraldillo de Oro en 2012, año en que Sevilla dio a conocer al singular realizador Ulrich Seidl con las dos primeras entregas de su trilogía Paraíso: Amor y Fe, mientras Esperanza aún estaba inconclusa y sin que ninguna de las tres conociera estreno comercial en la ciudad. Ese mismo año, de la mano del hasta entonces director del Festival de Gijón, José Luis Cienfuegos, el festival renovó algunos de sus contenidos con secciones tan novedosas como Las nuevas olas, que curiosamente ha servido para promocionar más que ninguna otra la cinematografía marginal de nuestro país, siempre distinguida con el premio de la sección (Arraianos, Costa do morte, La jungla interior, Las altas presiones, Pozoamargo y Berserker), lo que paradójicamente apenas ha servido para que alguna haya podido verse en los circuitos convencionales de exhibición. La gran belleza fue sin duda la gran película europea de 2013, y la Asociación de Escritores y Escritoras de Cine de Andalucía así lo supo reconocer, mientras una controvertida cinta de sexo e intriga, El desconocido del lago, se hacía con el máximo galardón oficial, y un lacrimógeno drama belga, Alabama Monroe, colapsaba las salas y se hacía con el premio del público.

Un film tan distinto y atrevido como La sapienza, una joya de orfebrería en la que arte y descontento se dan la mano para poner en valor nuestra cultura y la pasión por el conocimiento, mereció el premio de la crítica andaluza; su director, Eugène Green vuelve a competir este año en sección oficial con Los hijos de Joseph. Pero fue Ruben Ostlund con Turist quien con desparpajo y juventud nos habló de crisis de pareja y rol y se llevó con ello el premio a la mejor película de 2014, cuando la apasionante El capital humano de Paolo Virzi, protagonizada por Valeria Bruni Tedeschi, que este año recibirá el homenaje del festival, consiguió la bendición del público. Así hasta el año pasado, cuando tras muchos años celebrando el cine portugués y estrenando cada nueva película de Oliveira, Las mil y una noches, una enigmática, inteligente y original disección en tres partes del país en plena crisis económica, reportó a Miguel Gomes el Giraldillo de Plata; el de Oro recayó con toda justicia, y por primera vez para el cine español, en La academia de las musas, guinda de una de las filmografías más coherentes y comprometidas de nuestro cine reciente, la de José Luis Guerin, que con este ensayo sobre el amor, la creación artística y la invención poética puso el listón muy alto en un festival que confiamos siga deparándonos gratas sorpresas. Porque para eso están los festivales, para descubrir.