‘Thriller’ y otras canciones para no dormir

Música. No todos los compositores están al servicio del baile o del placer estético: algunos han querido suscitar en el público sensaciones más inquietantes

30 oct 2017 / 22:42 h - Actualizado: 30 oct 2017 / 22:45 h.
"Halloween. ¿Negocio o tradición?"
  • Michael Jackson marcó un antes y un después en la historia de la música pop con ‘Thriller’. / El Correo
    Michael Jackson marcó un antes y un después en la historia de la música pop con ‘Thriller’. / El Correo
  • King Diamond, con su característica ‘pintura cadáver’. / El Correo
    King Diamond, con su característica ‘pintura cadáver’. / El Correo
  • Eddie The Head, mascota de Iron Maiden. / El Correo
    Eddie The Head, mascota de Iron Maiden. / El Correo
  • Marilyn Manson, el último miedo del rock convertido en estrella. / El Correo
    Marilyn Manson, el último miedo del rock convertido en estrella. / El Correo
  • Jane Leigh, en uno de los más famosos fotogramas de ‘Psicosis’. / El Correo
    Jane Leigh, en uno de los más famosos fotogramas de ‘Psicosis’. / El Correo

Fue el 1 de diciembre del lejano 1982 cuando vio al luz un disco llamado a marcar un antes y un después en la historia de la música pop. Se trataba de Thriller, el sexto álbum en solitario del cantante Michael Jackson. Su tema principal y su correspondiente videoclip narraban una espeluznante historia de muertos vivientes rematada, por más señas, con la voz del maestro del terror Vincent Price. Nunca antes el miedo había ido tan de la mano el miedo y el disfrute, las ganas de salir corriendo y las de bailar. Y algo parecía indicar que la oscuridad, la sordidez y el escalofrío iban a seguir inspirando mucha música en los años venideros.

Claro que no puede decirse que el malogrado Jackson fuera el inventor del miedo en la música. Sería largo y prolijo hacer una historia de este fenómeno asociado al arte musical, pero de lo que no cabe duda es de que las postrimerías del siglo XX, con el auge del cine, llenaron los oídos del respetable de melodías que por sí solas erizaban la piel al tiempo que producían ese regocijo un tanto masoquista que caracteriza a los fans de las películas de género.

Cómo no recordar, en este sentido, las notas de Bernard Herrmann para la escena de la ducha de Psicosis (1960), claramente influenciada por el lenguaje musical del cuarteto de cuerda de Dmitri Shostakóvich. Hitchcock quería que las escenas del motel prescindieran de la música, pero Herrmann le suplicó intentarlo con la música que había compuesto. El director quedó tan complacido que casi duplicó el sueldo de Herrmann.

Inolvidable resulta también la banda sonora de un filme como El exorcista (1973), encomendada en principio a Lalo Schifrin, que puso unas desmedidas exigencias y fue sustituido por el polaco Krzysztof Penderecki. Este compositor, que ya en sus primeras obras demostraba una clara voluntad de crear incomodidad, cuando no pavor, en su público, echó mano de piezas como Polymorphia para la película de William Friedkin. En el mismo filme sorprende la relectura de un fragmento de Tubular bells de Mike Olfield para reforzar la atmósfera del relato.

A Penderecki volveríamos a encontrarlo en otro clásico terrorífico como El resplandor (1980), junto a otros ilustres colegas como Hector Berlioz, Béla Bartók, Gyorgy Ligeti, sin olvidar el majestuosamente fúnebre Dies irae medieval con arreglos de Wendy Carlos y Rachel Elkind.

Y aunque la lista podría prolongarse infinitamente, con tantas bandas sonoras como filmes escalofriantes hay, estando en Halloween no podríamos olvidarnos de la banda sonora de precisamente La noche de Halloween (1978), obra del propio director, John Carpenter. Aquellas notas de piano en compás de 10/8 acabaron siendo uno de los grandes activos de la propuesta, y no deja de ser gracioso que en los créditos finales, Carpenter firmara su composición como Bowling Green Philharmonic Orchestra.

Otras bandas sonoras tan terroríficas como memorables son las de Poltergeist, Gremlins y La Profecía (todas de Jerry Goldsmith), Carrie (Pino Donaggio), Pesadilla en Elm Street (Charles Berstein), Misery (Marc Shaiman), La matanza de Texas (Steve Jablonsky), Viernes 13 (Harry Manfredini) o It (Richard Bellis), por citar algunas.

Por cerrar el capítulo de compositores para el cine, no podemos olvidarnos del prolífico Philip Glass, que además de poner música a un clásico como Candyman: el dominio de la mente (1992) será siempre recordado por su versión operística de La caída de la casa Usher, de Edgar Allan Poe, estrenada en 1988.

Unos años antes de que Michael Jackson asombrara al mundo con el mencionado Thriller, unos jóvenes músicos de pelo largo alumbraron en Ashton (Inglaterra) una forma completamente nueva de hacer rock. Y no era solo por los lúgubres riffs de su guitarrista, Tommy Iommi, ni por el aspecto demencial de su cantante, Ozzy Osbourne, sino por las letras de sus canciones, llenas de imágenes dantescas y guiños diabólicos. Había nacido el heavy metal, y con él el primer género musical consagrado a provocar rechazo, asco o miedo, o las tres cosas a la vez, sin dejar por ello de arrastrar masas de fervorosos incondicionales.

Otro hito fundacional de aquel nuevo estilo fue la creación en Londres de Iron Maiden, banda que desde su primer álbum homónimo adoptó como mascota a un muerto viviente llamado Eddie The Head. La criatura tuvo tan buena acogida que a lo largo de todos estos años Eddie, obra del dibujante Derek Riggs, ha ido mostrándose bajo la apariencia de una esfinge, de un loco lobotomizado, de un ciborg, de un aviador, de un soldado confederado... Vendiendo de paso miles de camisetas, chapas, parches y toda suerte de merchandising.

El abrumador éxito de Eddie condujo a todas las bandas de aquella nueva ola a adoptar todo tipo de mascotas más o menos grotescas. Así, Motorhead, dio a conocer la suya, Snaggletooth, una mezcla de lobo, perro y gorila con casco, cuernos y pinchos creada por el dibujante Joe Petagno. Megadetyh hizo lo propio con Vic Rattlehead, una calavera diseñada por el cantante Dave Mustaine que tiene tapados y sellados ojos, oídos y boca. Dio tenía a su Murray, un demonio musculoso, como demonio era también Violent Mind, la mascota de Kreator.

Dicha profusión de aberraciones más o menos llamativas vino también acompañada de conciertos cada vez más espectaculares, donde entre efectos visuales y ceremonias de fingida crueldad el personal gozaba de lo lindo pasando miedo. Un pionero en este sentido fue Alice Cooper, un carismático cantante que acertó a combinar un maquillaje impactante con elementos escénicos como guillotinas, sillas eléctricas o serpientes pitón. Cooper, que llegó a representar su propia decapitación en directo, es autor de un buen número de canciones que apelan a menudo al escalofrío.

Pero puestos a lucir pinturas espectaculares, ninguno como los Kiss, un grupo que se trabajó también una leyenda más o menos terrorífica –memorables aquellos vómitos de sangre de su bajista, Gene Simmons– antes de hacerse millonarios interpretando éxitos cada vez más ligeros y comerciales.

Y aunque, una vez más, la lista de los maestros del miedo de la música rock excede con mucho la capacidad de este reportaje, sería un gran error no mencionar a otro artista de rostro pintado como King Diamond, líder de la banda danesa Mercyful Fate y luego ídolo en solitario, que bajo la inspiración de Alice Cooper, patentó la llamada «pintura cadáver» para impresionar a su audiencia.

Esta costumbre ha tenido una larga secuela entre los grupos de black metal o metal satánico, cada uno de los cuales poseen una estética y unos videoclips tan aterradoramente trabajados que cualquier director de películas de miedo de antaño habría soñado con alcanzar sus efectos. Desde los pioneros Venom o Bathory hasta propuestas posteriores como Mayhem, Darkthrone, Burzum, Immortal, Emperor, Satyricon, Enslaved o Gorgoroth, su historia real, alguna vez entreverada de crímenes y delitos varios, es un ejemplo del miedo que puede dar tomarse las fantasías demasiado en serio.

En todo caso, los miedos del rock han ido siendo cada vez menos sustos: estrellas como Rob Zombie o Marilyn Manson son habituales en los programas de máxima audiencia, y monstruos como los del grupo nórdico Lordi conquistan nada menos que Eurovisión.