Que la violencia de género deja secuelas en aquellas mujeres que la sufren es algo incuestionable. ¿Pero cómo viven sus hijos estas situaciones? ¿Cómo afecta al desarrollo de un niño vivir en una situación de tensión, de insultos, peleas y vejaciones? Pues para los expertos está claro. Las afecciones emocionales son prácticamente inevitables, aunque cada niño sobrevive como puede, lo cierto es que en la preadolescencia las experiencias vividas suelen aflorar, muchas veces, como agresiones a sus madres.

«Como todo, depende de cada niño, porque cada uno desarrolla su mecanismo de defensa para protegerse e ir sobreviviendo, pero lo cierto es que no hay diferencia real en las secuelas que sufren en si han presenciado o no los malos tratos», señala la psicopedagoga de Acción Social por la Igualdad, Marián Gallardo. Esta entidad desarrolla un programa subvencionado por el Instituto Andaluz de la Mujer (IAM), «que ofrece asistencia psicológica a los menores y les transmiten nuevas conductas para que aprendan a gestionar los conflictos», señala la directora general de Violencia de Género, Ángeles Sepúlveda. «Desarrollamos tanto un tratamiento reactivo, cuando nos llega el caso para que el niño pueda superar las situaciones vividas y otro preventivo, en el que les enseñamos nuevas pautas para que cuando sean adultos se corte el círculo y no reproduzca el mismo comportamiento que el agresor o asuma un papel de víctima en sus relaciones», explica Gallardo.

Ella, como todos los expertos que trabajan con este asunto, coincide en que «un maltratador no puede ser un buen padre». «Se aprende a agredir y se aprende a ser agredida. No es un ejemplo nada positivo», señala Sepúlveda. En este sentido, la psicopedagoga remarca que las conductas agresivas son copiadas tanto por niños como por niñas, hasta el punto de encontrarse con casos de chicas que agreden a sus madres, quienes «vuelven a vivir las mismas situaciones que sufrieron con sus ex parejas». «Son madres que han perdido toda la autoridad, porque ellas saben cuál es su debilidad y porque han visto que sus padres insultándolas y agrediéndolas conseguían doblegarlas, así que ellas hacen lo mismo para conseguir lo que quieren», relata. «La familia es el primer núcleo de socialización, no lo olvidemos», apunta Sepúlveda. De ahí que, añade, «sea clave la educación en igualdad» no solo en el ámbito familiar, sino también en otros como el escolar. «Estamos mejorando, y mucho, pero aún queda camino por andar», incide.

Por ello, los programas preventivos son tan importantes porque los menores víctimas de la violencia de género «tienen que entender la otra cara, a desarrollar habilidades y capacidades para solventar de forma pacífica los conflictos». Gallardo destaca que hasta la asociación llegan niños «que han visto situaciones muy difíciles, porque ocurre delante de ellos», incluso pequeños que presenciado como su padre ha acabado con la vida de su madre. Para estos casos, en los que los menores se quedan sin su madre, Acción Social cuenta con un servicio de duelo en el que «desde el primer momento se le acompaña» para que pueda asimilar y sobrellevar la pérdida. «Luego ya pasan a ser tratados», explica la psicopedagoga de la entidad.

Llamadas de atención

Estas situaciones provocan que los menores lleguen con síntomas como «ansiedad, estrés, miedos, inseguridad y algunos retroceden hasta el punto de que con ocho o nueve años vuelven a hacerse pipí o caca». Uno de los problemas que rápidamente aflora es que su rendimiento escolar se resiente y, aunque «en muchos casos llegan al fracaso escolar, en otros las madres notan que han bajado su nivel, desciende la atención, están como ausentes o comienzan a protagonizar llamadas de atención como pueden ser peleas con los compañeros».

Sin embargo, no todos reaccionan igual, pues hay casos en los que los niños se vuelven «más perfeccionistas. Son niños tan conscientes de la situación que está viviendo su madre, que no quieren ser un problema más para ella», afirma Gallardo. Son como «adultitos», que están hartos de andar por juzgados, comisarías y que «saben de Derecho más que nosotras» y que son plenamente conscientes de todo lo que le está pasando a su madre y en la situación en la que se encuentra su caso. «Hay niños que han vivido situaciones al límite y que las tienen tan aceptadas que te lo cuentan como si te relataran una tarde en el parque», añade.

Muchas veces ellos mismos son utilizados como armas arrojadizas. «Lo pasan mal en las visitas porque los padres intentan hacerles creer que están separados por culpa de su madre o ambos progenitores intentan sacar información del otro a través de ellos». Para la presidenta del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género, Ángeles Carmona, el máximo exponente de estas situaciones es el caso de los niños de Córdoba. «Se tramitó como un caso de asesinato y no llevó un juzgado especializado, pero es un ejemplo claro de maltrato, porque José Bretón al matar a los dos niños buscaba hacer el máximo daño a su ex mujer», explica. «Es el mayor daño que se le puede hacer a una mujer, porque si la mata a ella, la mata un día, pero así la mata todos los días», indica.

La dependencia de la mujer y de los hijos también se acentúa cuando el condenado por maltrato sigue teniendo la custodia de su hijo. En este sentido, la responsable del turno de oficio del Colegio de Abogados de Sevilla, Amalia Calderón, «ellos tienen que autorizar cosas como un cambio de colegio del menor porque la mujer se ha cambiado de domicilio y a lo mejor tiene una orden de alejamiento de ella». Para Gallardo, además, «la posición de sumisión de ella y su hijo se sigue perpetuando». Asimismo, muchos menores no quieren ver a su padre y los que acceden a hacerlo «quieren que sea solo un rato y en un entorno seguro para él».