La noticia, dolorosa, tampoco podía sorprender demasiado. Toda la familia del toro de Sevilla sabía que Andrés Luque Gago llevaba luchando demasiado tiempo con la enfermedad que le tenía confinado en su casa de Valencina, alternando con frecuentes ingresos en el cercano hospital de San Juan de Dios de Bormujos. El viejo banderillero, habitual de tertulias y todo tipo de actos taurinos de la ciudad de la Giralda, se había resistido a tirar la toalla a pesar de sus problemas de vista y de esas caderas que no le daban tregua. Pero un día le tocó doblar el capote y desaparecer del horizonte hispalense. Su figura, ese aliño y los modos de otro tiempo, se eclipsaron. También esa cortesía antigua; el gracejo natural, la memoria de tantas cosas vividas. Tocaba lidiar con la enfermedad...

Hasta que no pudo más. Andrés Luque Gago falleció ayer, a los 87 años de edad, dejando atrás una fecunda historia personal y taurina que condensó en su testamento vital: ese libro titulado ‘Recuerdos de un torero’ que convirtió en un retablo de remembranzas de las distintas épocas del toreo –y sus principales figuras- que le tocó vivir desde mediados de los años 40 hasta más allá de su gloriosa retirada, en la Feria de Abril de 1987.

El prestigioso lidiador nació en la calle Feria, en 1932, y fue cristianado en la iglesia de Omnium Sanctorum. Luque Gago siempre llevó a gala haber recibido las aguas bautismales en misma pila que el mítico diestro Juan Belmonte que, aunque tenido por trianero también nació en aquel rincón de esta orilla. Andrés mantuvo durante toda su vida un estrecho vínculo con su barrio y el entorno de la Macarena, imagen de la que era un ferviente devoto y la que contemplaba en las mañanas del Viernes Santo en unión de otro recordado macareno: el empresario y ganadero Gabriel Rojas, del que era amigo íntimo desde su niñez.

Su tío Andrés Gago, apoderado del matador mexicano Carlos Arruza, apadrinó sus inicios y en 1947 participó en su primer tentadero, donde coincidió con Manolete, un torero que le impresionó profundamente y por el que siempre mostró una profunda admiración. Sus andanzas como novillero coincidieron con la primera época de Miguel Báez ´Litri´, Julio Aparicio, Antonio Ordóñez, Jaime Ostos o César Girón, entre otros. Ellos llegaron a figuras pero el destino tenía otros planes para el joven Luque Gago.

Logró debutar en 1948 en unión de su hermano Antonio –que también llegó a ser un prestigioso banderillero- aunque su presentación como novillero con picadores se verificó dos años después en Barcelona, resultando herido. A pesar de cortar una oreja en la plaza de la Maestranza decidió hacerse subalterno sin llegar a tomar la alternativa animado por su tío Andrés, que quitó importancia a aquel trofeo logrado en el coso sevillano. Aquel severo juicio le animó a cambiar de categoría y la oportunidad llegó de la mano de los hermanos Girón, con los que veló sus primeras armas como subalterno.

En el escalafón de plata llegaría a alcanzar el máximo respeto profesional además de un hueco en cuadrillas de toreros como Luis Miguel Dominguín, que le abrió las puertas de la primera línea del toreo. Dominguín sería un matador fundamental en su trayectoria y volvería a llamarlo en su última reaparición. Antes le había acompañado a torear en algunos escenarios tan exóticos como el estadio Tasmajdan de Belgrado.

Posteriormente serviría en las filas de Antonio Ordóñez, Antonio Bienvenida, Manolo Vázquez, Miguelín, Pedrés, Antoñete, Paquirri o Rafael de Paula, con el que mantuvo una especial relación personal y profesional ya que llegó a convertirse en uno de sus últimos apoderados, dedicación que también ejerció con el matador malagueño Pepe Luis Martín, el sevillano Domingo Valderrama o los rejoneadores jerezanos Luis y Antonio Domecq.

Andrés Luque Gago toreó su última corrida de toros, precisamente, a las órdenes de Paula. Fue el 14 de abril de 1986. El matador jerezano fue el encargado de cortarle la coleta en presencia de Curro Romero y Paco Ojeda después de su último par de banderillas, saludado por la banda del Maestro Tejera.

Después de su retirada, Luque Gago se convirtió en un personaje habitual en los corrillos taurinos sevillanos. Su presencia y particular gracejo era una constante en todo tipo de actos y tertulias en las que se oía su voz inconfundible. Casado con Loli Teruel tenía un especial orgullo por la trayectoria de sus hijos Andrés –reconocido profesor de Historia del Arte- y José, presidente de la plaza de toros de la Real Maestranza. Su fallecimiento, ya lo hemos dicho, no ha sido ninguna sorpresa pero ha causado un hondo pesar en el ambiente taurino sevillano. Descanse en paz.