La efemérides se cumplirá el próximo 28 de septiembre. Entonces hará un siglo exacto de un acontecimiento que no puede pasar de largo en el calendario cultural sevillano. Manuel Jiménez ‘Chicuelo’ recibió los trastos del oficio de manos de Juan Belmonte convirtiéndose en matador de toros. La fecha no estuvo exenta de anecdotario: ese mismo día, en la misma ciudad pero en otra plaza y media hora antes también había tomado la alternativa otro novillero puntero: el jerezano Juan Luis de la Rosa. Fue en la Monumental, oficiando de padrino Joselito el Gallo.

Y era Gallito, precisamente, el espejo en el que se había mirado el joven Chicuelo para convertirse en nexo fundamental del hilo natural del toreo, cimentado por José; renovado por Manuel Jiménez; convertido en piedra angular del toreo moderno por Manolete, un coloso que aún estaba por llegar. Son dos décadas trepidantes en las que, de una u otra forma, se cocina el toreo moderno a la vez que se propicia un nuevo concepto de bravura que lo hace posible. De todo eso y mucho más se habló ayer en la charla organizada por Aula Taurina en el Salón de los Carteles de la plaza de la Real Maestranza, inaugurando su tradicional ciclo de ‘Lecciones Magistrales’. Y hablando de carteles, el que ha pintado la creadora charra María Gómez para anunciar la temporada 2019 ya había reivindicado –acompañado de las críticas y polémicas habituales- la figura de Chicuelo. Pero el acto de este martes tenía otro significado, mucho más taurino, sevillano y hasta cultural: se trataba de reivindicar la figura de Chicuelo, analizada desde muchas aristas. La familiar, la profesional... hasta su imbricación en el medio y el mundo que le toca vivir, esa apasionante Edad de Plata a la que le han faltado cantores y en la que el toreo navega con desacomplejada pujanza en medio de una apasionante efervescencia cultural.

Se echó de menos la presencia de Rafael Jiménez, Chicuelo y torero como su padre. Un fuerte resfriado le retuvo en su casa de la Alameda de Hércules pero el enciclopedismo taurino de su hijo Manuel, también torero y Chicuelo, suplió la presencia del actual patriarca en una charla moderada y conducida por el autor de estas líneas. Se trataba de buscar motivos para celebrar un centenario pero, sobre todo, de marcar el definitivo arranque de ese ‘Año Chicuelo’ que no ha hecho más que comenzar.

De la alternativa y las primeras andanzas del torero sevillano se pasó a analizar un nudo fundamental en su trayectoria vital y taurina y en la propia historia del toreo. Se trata de la mítica faena al toro ‘Corchaíto’, un ejemplar marcado con el hierro de Graciliano Pérez Tabernero al que Chicuelo inmortalizó en la tarde del 24 de mayo de 1928. Fue en la plaza vieja de Madrid, la del camino de Aragón. Manuel Jiménez consagró aquel día lo que ya había podido intuir en otras plazas y había experimentado en los ruedos mexicanos. Hablamos del toreo ligado por naturales y en un palmo de terreno, que marcó el camino definitivo que tendría que recorrer el oficio desde ese momento. El público de la época supo desde el primer instante que estaba asistiendo a una auténtica revelación. La prensa más encopetada, con algún santón reticente, también se rindió a aquel prodigio que completaba la revolución esbozada por Gallito.

Y es que el aura del llamado ‘Rey de los toreros’ planeó por el guión de la charla desde los primeros saludos al aplauso final. La figura revalorizada de Chicuelo no se puede entender sin el legado de José, redescubierto en los últimos años. ¿Cuál era esa revolución? Se trataba de seguir toreando por el mismo pitón, ligando un muletazo tras otro, para crear las series o tandas y dotar al lenguaje taurino de una estructura musical. Es el camino que enseña ‘Corchaíto’, mostrando de paso los parámetros de la bravura moderna. José legisló sobre el toreo pero también lo hizo sobre el toro. El animal que lidiaron los toreros de la Edad de Plata es el que había soñado Joselito. Pero no pudo verlo. Lo impidió aquel ejemplar burriciego de la viuda de Ortega en la tarde aciaga de Talavera. Su muerte abrió un nuevo tiempo –tan luminoso como sangriento- que cerró otra muerte: la de Ignacio Sánchez Mejías después del traslado agónico de Manzanares. A partir de ahí la historia iba a ser otra...

Chicuelo se mantiene vivo, activo y operante entre esas tres épocas tan distintas mostrando una impresionante longevidad taurina. Llegó a alternar con Joselito y Belmonte. Lo hizo con la impresionante baraja de matadores de los años 20 y primeros 30 y le dará la alternativa a Manolete en 1939 marcando otro hito taurino de alto valor simbólico. Detrás de esa cesión de trastos se escondían muchas claves para entender ese hilo del toreo contemporáneo. Es el que se trató de desentrañar en una hora de charla. Pero a Manuel Jiménez, el gran Chicuelo, aún le quedó mecha para seguir en activo después de la caída del califa cordobés en la plaza de Linares en 1947. Chicuelo sobrevivió taurinamente a su tocayo cuatro temporadas más, escogiendo la plaza de Utrera para decir adiós a la profesión. Ese día, el primero de noviembre de 1951, le dio la alternativa a Juan de Dios Pareja Obregón y Juan Doblado. Lo curioso del caso es que los dos también se cortaron la coleta en aquella jornada. No hubo más. Manuel Jiménez había rechazado la jugada del viejo Balañá, que llegó a anunciar su despedida en la Monumental de Barcelona. Se retiró a su vida, a sus cosas, a su familia... y nunca toreó en la calle renunciando a labrarse el aura de personaje. Pasado más de medio siglo de su fallecimiento y a punto de cumplirse el centenario de su alternativa, la figura de Manuel Jiménez crece y se coloca en el lugar que merece. Arranca el año Chicuelo...