La Sevilla taurina de 1936: de la República al Cara al Sol...

El alzamiento militar partió en dos la temporada del primer año de la Guerra Civil pero no interrumpió el triunfo de los toreros ni el disfrute de los aficionados

24 jul 2016 / 09:52 h - Actualizado: 24 jul 2016 / 09:55 h.
  • La Sevilla taurina de 1936: de la República al Cara al Sol...
  • Una imagen curiosa: el presidente de la República junto al de la Generalitat catalana en el último festejo de la Feria de Abril. / El Correo
    Una imagen curiosa: el presidente de la República junto al de la Generalitat catalana en el último festejo de la Feria de Abril. / El Correo
  • Milicias nacionales, guardia cívica y policía montada en la Sevilla de 1936. / El Correo
    Milicias nacionales, guardia cívica y policía montada en la Sevilla de 1936. / El Correo

Se cumplen 80 años del estallido de la Guerra Civil. Sevilla fue la cabeza del puente aéreo que unió el África española con el suelo peninsular para trasladar las tropas en sus primeros lances. Y en Sevilla se escucharon los primeros tiros de un golpe que acabaría desembocando en el trágico conflicto abierto que partió la vieja piel de toro en dos zonas enfrentadas; fue en el viejo aeródromo de Tablada, antigua dehesa en la que los toros aguardaban antes de ser lidiados en la plaza de la Real Maestranza.

Y Sevilla, definitivamente, también fue el primer gran escenario taurino de esa España nacional que acabaría ganando una guerra en la que todos fueron perdedores. La fecha del 18 de julio marca un antes y un después en el desarrollo de aquella temporada lejana en la que brillan con luz propia el nombre de dos toreros a los que la vida no trató bien. Hablamos de Manolo Bienvenida –fallecido de un cáncer de pulmón al año siguiente– y el entonces novillero Pascual Márquez, que tenía revolucionado el cotarro sevillano.

La temporada se había abierto con un festival a beneficio de la mutua de la Vejez del Toreo que reunió a Perlacia, Manolo y Pepe Bienvenida, Gitanillo de Triana, Antonio Pazos, Juan Luis Ruiz y Capillé. Pero la inauguración oficial de la campaña llegó el Domingo de Resurrección que aquel año cayó en 12 de abril. El ambientazo de Pascual Márquez permitió organizar una novillada. El valeroso torero de Villamanrique cortó dos orejas y un rabo; idéntico premio que Torerito de Triana. Aquel día nació una enorme rivalidad entre ambos. El Andaluz había quedado de convidado de piedra.

Y llegó la Feria, reducida entonces a tres corridas de toros a las que se sumó una novillada en la que se volvió a escenificar un nuevo duelo entre Pascual y Torerito. En las corridas, celebradas entre el 18 y el 20 de abril, desfilaron los nombres de los diestros Marcial Lalanda, Domingo Ortega –que actuó en las tres– Chicuelo, Alfredo Corrochano, Gitanillo de Triana y El Niño de la Palma. Pero fue Manolo Bienvenida, que cortó un rabo a un toro de Joaquín Murube el que finalmente se llevó el gato al agua. Pero el personal estaba aguardando el desarrollo de esa novillada, que vuelve a revelar el excelente momento de Pascual Márquez y su antagonista. El mismísimo presidente de la República, Diego Martínez Barrio, asistió a ese festejo de clausura de la Feria de Abril desde el palco del Príncipe. Le acompañaban –cómo cambian los tiempos– el presidente de la Generalitat de Cataluña, Luis Companys. Si Torerito logró cortar dos y un rabo, Pascual acabó con el cuadro llevándose cuatro, otro rabo y hasta una pata del lote de los novillos que había embarcado Juan Belmonte. El cartel lo completaban Diego de los Reyes y Gallito, sobrino del recordado Joselito que se llevó dos trofeos. Aún hubo otros festejos en aquella primavera premonitoria. La plaza de la Maestranza acogió ocho novilladas picadas más antes de que resonaran los cañones. Pascual Márquez suma cuatro compromisos más incluyendo un mano a mano con Torerito en la tarde del seis de junio. La baraja de novilleros incluye el nombre de aquella torera, Juanita Cruz, que acabó en el exilio. Hay que anotar también la presencia de José Ignacio Sánchez Mejías, hijo del gran Ignacio y Juanito Belmonte, vástago natural del Pasmo de Triana.

El último festejo antes del alzamiento fue otra novillada –a beneficio de los afectados por los temporales de lluvias– que vuelve a acartelar juntos a Torerito de Triana y Pascual Márquez con Antonio Pazos por delante. Fue el día del Carmen y sólo dos días después comenzó aquella brevísima y sangrienta guerra en clave sevillana que dejó una estela de cadáveres, represión y templos quemados. Aquella noche espesa del 18 de julio se anunciaba una mojiganga en la plaza de toros que no llegó a celebrarse. En el cartel figuraba un personaje popular de la época, Loquillo de Triana, que presta la anécdota agridulce del momento, recogida por Filiberto Mira: «no tuve que torear para armar la revolución», dijo.

El fragor de la contienda, a pesar de su lejanía de las calles de Sevilla, interrumpió la actividad normal de la plaza de la Maestranza que ya no reabriría sus puertas hasta el tardío 18 de octubre. Se trata de una célebre corrida patriótica –se anunció como homenaje al Ejército Nacional– que merece punto y aparte. El decorado había cambiado sustancialmente y hasta las tablas de la barrera fueron repintadas en rojo y gualda para reforzar el espíritu patriótico de un evento que reunió en el mismo cartel a los rejoneadores Antonio Cañero y Pepe García Carranza El Algabeño además de los diestros Juan Belmonte, Manolo Bienvenida, Domingo Ortega, Víctor de la Serna y Venturita. También hubo sitio para los novilleros Diego de los Reyes y, cómo no, para Pascual Márquez. Los de a pie se repartieron ocho orejas y cuatro rabos. Sería el último que cortó Belmonte en su trayectoria profesional. Aunque sus biógrafos no lo aclaran, aquella también fue la última vez que el Pasmo de Triana se vistió de luces. En cualquier caso, la imagen más significativa de aquel evento la otorga Manolo Bienvenida pintando un ¡Viva España! en su muleta con el fondo de la plaza engalanada. Al mejor de su casta tampoco le quedaba mucho tiempo de vida.

Queipo de Llano asistió a aquella corrida que contó con la asesoría de toreros retirados de la talla de Antonio Fuentes, Machaquito, Emilio el Bomba o Algabeño padre. Su hijo Pepe también había tomado la alternativa de matador pero actuó aquella tarde otoñal a caballo. Y a caballo encontró la muerte dos meses después oficiando de mensajero a las órdenes del propio Queipo en el frente de Lopera. El torero, consumado jinete, formaba parte de aquella pintoresca unidad de caballería –la policía montada– formada por garrochistas, señoritos y vaqueros de la Baja Andalucía en la que también sirvió el propio Cañero, que sí era militar de profesión. José García Carranza fue alcanzado por las balas. Trasladado a la Cruz Roja de Córdoba no pudo sobrevivir a las gravísimas heridas. Pero la vida seguía... un festival a beneficio de la cabalgata del Ateneo cerró la temporada el 13 de diciembre. Quedaban dos largos años de guerra.