Como el toro, he nacido para el luto

La trágica muerte de Iván Fandiño ha sumido al oficio en una gran postración. Aún no se había cumplido el año de otra cornada irreversible, la de Victor Barrio, y los hombres de luces -todo el planeta de los toros- ha acusado el durísimo golpe

20 jun 2017 / 10:09 h - Actualizado: 20 jun 2017 / 10:23 h.
"Observatorio taurino"
  • Instante del funeral celebrador ayer en Orduña en memoria del diestro fallecido. / EFE
    Instante del funeral celebrador ayer en Orduña en memoria del diestro fallecido. / EFE

“Podrás perder la vida pero la gloria jamás”

En la vieja escuela taurina de la Venta del Batán de Madrid -antes de ser desmantelada por Manuela Carmena y su dudosa tropa- había un panel que se grababa a fuego en la memoria de los jóvenes aspirantes: “llegar a ser figura en el toreo es casi un milagro pero al que llega podrá el toro quitarle la vida; la gloria jamás”. La sentencia parecía escrita para Iván Fandiño, que luchó con ahínco por llegar a la cima del oficio. Llegó a tenerlo en la mano aunque algunas decisiones arriesgadas -su encerrona madrileña del Domingo de Ramos de 2015 fue un punto de inflexión- le volvieron a poner en la senda de esa lucha a la que nunca renunció. No fue fácil dejar las galeras de las capeas de Guadalajara -su segunda casa- y abrirse un hueco en las ferias de plazas con palcos. Pero el tesón del diestro vasco le permitió escapar del sótano del toreo para navegar por las ferias. Madrid le puso en la órbita y fue Madrid, también, la que sentenció el final de aquel sueño cimentado sobre las valiosas faenas a sendos ejemplares de Parladé y Victoriano del Río. El toro le ha quitado la vida en un festejo perdido del nomadeo estival. También le ha dado esa gloria, el estremecimiento de los hombres de luces y el reconocimiento de un país en el que aún hay actores que representan una película en la que se muere de verdad. Este planeta de sedas, oro y miedos aún no se había repuesto por completo de otra muerte prematura: la de Víctor Barrio en Teruel, que sigue sacudiendo nuestros corazones.

Preguntas que se tienen que responder

La Francia taurina es idolatrada por la gente de coleta. La capacidad y seriedad organizativa; el lujo de sus citas y el entusiasmo de su afición sirven de espejos al sur de los Pirineos. Pero no se suele hablar demasiado del lunar negro de sus plazas de toros: las enfermerías y los médicos que las atienden, a los que suele faltar especialización para la peculiaridad y las inesperadas trayectorias de las heridas por asta de toro. El banderillero Roberto Martín Jarocho fue doble testigo de las muertes de Barrio y Fandiño. A ambos los sirvió en su cuadrilla en las dos tardes fatídicas. El primero murió en el acto y Fandiño entró en la enfermería quejándose con gritos de hombre sabiendo que la vida se le escapaba a chorros... ¿Por qué se esperó casi una hora antes de ser trasladado a Mont de Marsan? ¿Qué alcance tuvo esa primera intervención? ¿No había ninguna ambulancia disponible junto a la plaza? A Iván Fandiño le ha matado un toro; eso nadie lo duda. Tampoco se trata de señalar o acusar pero un parte oficial revelaría las causas de la muerte y el alcance de las gravísimas lesiones que le desangraron camino de ese hospital que sólo fue la promesa de una bahía lejana.

Y los toreros volvieron a crecerse...

Los toreros saben que el toro, siempre el toro, es una promesa de triunfo pero también de dolor. Lo que no pueden explicarse es que haya desalmados que se meen en la sangre de los nuestros. No merece añadir una línea sobre ello. Fandiño está muerto... esa agonía por la carretera landesa que conducía Mont de Marsan evocó, casi 33 años después, la angustiosa bajada de Paquirri desde el Valle de los Pedroches hasta el hospital de Córdoba. Ambos se quedaron en el camino abrigados por las lentejuelas de este oficio antiguo y heroico que sigue constituyendo una escuela de valores. Navegamos en una sociedad enferma que se enternece con un gatito embarcado en un naranjo y desprecia el honor y la gloria de un valiente que murió haciendo lo que mejor sabía hacer: torear. Tuvo que ser muy duro volver a vestirse de luces en la tarde del domingo mientras el cuerpo de Fandiño se enfriaba en la morgue del hospital francés. Ésa es la vida; así es el toreo. Pero la función debe continuar. Gloria a los toreros de hoy, de ayer, de siempre...