Dámaso: figura de un tiempo incierto

El gran matador albaceteño ha fallecido víctima de una enfermedad fulminante

26 ago 2017 / 21:07 h - Actualizado: 26 ago 2017 / 21:26 h.
"Obituario"
  • Dámaso: figura de un tiempo incierto
  • Dos señoras ponen vela en su monumento situado junto al coso de Albacete. / Efe
    Dos señoras ponen vela en su monumento situado junto al coso de Albacete. / Efe

Nadie, fuera de su círculo íntimo, esperaba una noticia tan drástica que corrió como la pólvora, espoleada de whatsapp en whatsapp por todos los teléfonos móviles del toreo. Dámaso González, el maestro manchego del temple, había fallecido en Madrid, víctima de una enfermedad fulminante –un irreversible cáncer de páncreas– que no le dejó alcanzar su séptima década de vida. Hecho de tierra y vid, amasado de albariza y sarmiento, el gran torero de Albacete había logrado pasar a la historia del toreo con el reconocimiento de toda la profesión y la justicia que sólo da el tiempo. No le tocaron tiempos fáciles al poderoso muletero albaceteño, que logró sostenerse en la primera fila, con todo tipo de toros y encastes, en dos décadas duras que nunca llegaron a doblegar su férrea voluntad.

Dámaso González, forjado en el sótano del toreo, fue rey en un tiempo incierto: en España se descorrían los cerrojos de la transición política y en el toreo se apagaban los focos de la década prodigiosa. Dámaso, como Paquirri, Manzanares o Capea, pechó con el llamado toro del guarismo en un ambiente enrarerido por una prensa presuntamente regeneracionista –Navalón, Mariví o el incombustible Molés entre otros– que solo logró radicalizar a los públicos y sentenciar el futuro de muchas ganaderías bravas que hoy añoran las mismas plañideras. En ese difícil escenario, el proverbial temple de Dámaso obró el milagro de sacar partido a un toro más duro pero también mucho más parado que el animal alegre y vivaz que habían matado Antonio Ordóñez, Diego Puerta, Paco Camino o El Viti, póker de ases en los 60.

Pero Dámaso quería ser torero y saltar de la humildad familiar. En el mundo de ida sin vuelta de las capeas de La Mancha y Castilla era conocido como El Lechero, su oficio infantil en un hogar sin holguras. Eran los tiempos fulgurantes de El Cordobés y los años brillantes que acabarían pasando a la historia como la Edad de Platino del toreo. Mientras tanto, el futuro matador velaba sus armas en las talanqueras y las plazas de carros aunque el definitivo arranque de su carrera tendría que esperar hasta la temporada de 1967, anunciado como Curro de Alba, antes de recalar en Barcelona, plaza en la que se hizo ídolo en los tiempos de vino y rosas del viejo Balañá.

Había logrado un ambiente contrastado cuando llegó el momento de la alternativa. Dámaso González despidió aquella década convirtiéndose en matador en las fiestas alicantinas de San Juan de 1969. Su padrino fue Miguelín y el testigo, como una constante premonitoria, solo podía ser Paquirri, el torero con el que más veces alternó en una larga vida profesional en la que no siempre logró el reconocimiento unánime de los últimos años. Dámaso no era un torero de exquisiteces; pero tampoco le hacía falta. Esas carencias estéticas, afeadas por la crítica más amanerada, eran suplidas con creces con ese impresionante sentido del temple sobre el que cimentaba la capacidad para poderle a todo tipo de animales.

Dámaso González navegó a todo trapo en todos los circuitos: desde los carteles más encopetados de las ferias setenteras hasta el refugio, metidos en los ochenta, de las llamadas corridas duras. La muleta tersa del albaceteño podía con todo aunque el desgaste de aquellos años de plomo le llevaron a parar el carro al finalizar la temporada de 1988.

La alternativa de su amigo y paisano Manuel Caballero le animaron a volver a vestirse de luces en la feria de la Vendimia de Nimes de 1991. Dámaso le dio un soberano repaso a su ahijado que le espoleó para seguir en activo. El viejo torero de La Mancha había dejado atrás cualquier discusión y ya había logrado la categoría unánime de maestro. Ese magisterio se sublimó en la Feria de Julio de Valencia en 1993. El excepcional indulto del toro Gitanito de Torrestrella –un hecho absolutamente inusual en aquel tiempo– fue uno de los acontecimientos de aquel lustro. Se trataba del primer ejemplar indultado fuera de una corrida concurso y en una plaza de primera categoría. Al año siguiente llegaría la retirada oficial, aunque tampoco fue definitiva ya que Dámaso González aún volvería a vestirse de luces de forma esporádica en el año 2000 y anunció una reaparición intrascendente, con 54 años cumplidos, en la temporada 2003. Ganadero de reses bravas y feliz padre de familia, el rey del temple se ha marchado de este mundo gozando del cariño de todo el planeta de los toros que le reconoce como maestro.