A Julio Aparicio le parieron en Sevilla. Su padre es el matador del mismo nombre y su madre, la gran Maleni Loreto, se curraba los cuartos siendo muy jovencita bailando en el tablao madrileño de Torres Bermejas. Allí le cantaba un chiquillo de Jerez que había desembarcado en el Foro para abrirse paso a golpes de garganta y corazón. Pansequito, que ése era el artista, se sentó ayer junto al hijo de su vieja amiga en el escenario del salón de actos de la Fundación Cajasol. El argumento de la cita, enmarcada en los clásicos mano a mano de la entidad, pasaba por hablar de cante y toros, de cantaores y toreros, pero sobre todo de arte...
«Es que este niño ha nacido de una mujer que ha bailado demasiado bien», espetó Pansequito. Aparicio también evocó a su madre para ubicar su palo torero. «Antes de pensar en torear veía a mi madre bailar, escuchaba a Paco de Lucía, a Camarón, a Pansequito, a Bernarda, a la Paquera... es que antes de pensar en torero veía más cerca el cante y el baile», reconoció el matador que sí se declaró incapaz de arrancarse por cualquier palo del flamenco. En ese punto terció el cantaor. «Es que eso se lleva en la sangre y tienes compás toreando», apuntó, desvelando la estrecha amistad que le une con Aparicio, que reclamó su presencia para este nuevo mano a mano que volvió a demostrar su poder de convocatoria a pesar de la década cumplida y las 43 ediciones celebradas.
Pansequito dejó algunas perlas de gran artista: «Con el cante se torea y con el toreo se canta». La gregería quedaba para los anales, pero el cantaor abundó en la idea buscando las conexiones entre el arte del toreo y el flamenco confesando que le habría gustado arrancarse en algún tentadero. Ya lo había hecho en una experiencia que entonces fue pionera. Fue en la plaza de Badajoz en 1988. A Curro Romero le cantó Camarón; a Rafael de Paula, José Mercé; Pepe Luis Vázquez se acopló con el cante de Rancapino; Pansequito hizo las veces con Curro Caro; Lucio Sandín, con Nano de Jerez y el novillero Emilio Rey, con el Niño de la Ribera. Curro y Paula anduvieron sembrados y los cantaores no le fueron a la zaga. Pero Pansequito recuerda que la fiesta se prolongó más allá de la plaza. «Nosotros acabamos toreando y los toreros cantando», bromeó.
Aparicio se puso más serio para definir las dos caras de una misma moneda. «El toreo y el cante son el mismo arte; no dejan de ser algo en lo que se pone un sentimiento, que sirve para expresar lo que se lleva dentro», señaló el matador afirmando que «hay un desgarro interior que muestra el sentimiento interior del artista». Julio Aparicio recalcó la dimensión artística de ambos empeños, en especial la del oficio de torear, «que ha servido de inspiración a tantos artistas». «El torero expresa lo que siente y lo hace con verdad y pureza», apuntó.
Pansequito volvió a aquellos años difíciles del tablao madrileño y se rindió ante la memoria de Maleni. «Yo la veía bailar por tarantos y soleares y me quedaba como una menina de Velázquez...». Era la llamada de una sangre que llevó a Julio a concentrarse en El Puerto en los años de forja. «Podía haberme ido a Salamanca pero prefería Vejer, Sevilla o Jerez», recordó el torero que se llevaba en el coche a Pansequito en esos viajes por la ruta del toro que terminaron de cuajar su personalidad artística y taurina en tentaderos secretos que se susurraban a los aficionados que presumían de estar en la pomada. Ha pasado el tiempo; algunos nombres ya no están pero permanece sus obras. El secreto, una vez más, sólo podía estar en el arte.