Lo había pedido en vida y se cumplirá tras su muerte. Pepe Luis Vázquez Garcés, el Sócrates de San Bernardo, descansará para siempre a los pies del crucificado que tanto quiso cuando culmine el plazo legal de cinco años entre su inhumación en el camposanto de San Fernando y el traslado definitivo al altar del Cristo de la Salud, previsto para 2018. Su hijo Lolo Vázquez Silva ya ha confirmado que los trámites están prácticamente ultimados y permitirán cerrar un hermoso círculo de fidelidad y devoción que hace un guiño a la propia historia del toreo sevillano.
El torero llegó a conocer entronizado en el mismo altar de la parroquia de San Bernardo a otro crucificado, destrozado a hachazos en el asalto de la iglesia del viejo arrabal en el anochecer del 18 de julio de 1936. En aquella fecha Pepe Luis ya se había probado en la mismísima plaza de la Maestranza, a puerta cerrada, estoqueando sendos becerros de Guadalest y Miura. Aún quedaba un año para su debut profesional y cuatro para su alternativa, el día de la Virgen de 1940, en el ruedo del Baratillo. En aquella fecha, el antiguo crucificado de la Salud ya había sido sustituído por la imagen que, procedente de la Escuela de Cristo, sigue recibiendo el culto y la veneración de sus hermanos. Pepe Luis había sido sacado de pila junto a la vieja imagen pero su devoción reverdeció en el nuevo crucificado y no se interrumpió con el tiempo. El gran diestro sevillano vistió la túnica de la cofradía del Miércoles Santo hasta que se lo permitieron las fuerzas. Tampoco faltó a su cita en el Puente de los Bomberos más tiempo del que le dejó su maltrecha vista...
El Cristo de la Salud había sido el asidero devocional de la gente de coleta, ligada históricamente a los sucesivos mataderos de la Puerta de la Carne y el Cerro del Águila y, siempre, al barrio de San Bernardo. Francisco Arjona Guillén, Curro Cúchares, llegó a conocer las enseñanzas de Pedro Romero en la efímera Real Escuela de Tauromaquia de Sevilla, instalada en los corrales de aquel febril matadero. Cúchares prestó su mote al propio arte de torear y llegó a ser hermano mayor y reorganizador de la cofradía de su barrio. Era ya demasiado mayor cuando decidió aceptar una gira para torear en Cuba. Pero no volvería a Sevilla.
Cúchares murió lejos de la Giralda. La enfermedad del vómito negro –la fiebre amarilla– lo despachó para el otro mundo en La Habana. Corría 1868, el nefasto año de aquella revolución mal llamada Gloriosa que supuso un auténtico zarpazo patrimonial para la ciudad. Los restos del mítico torero de San Bernardo no pudieron ser trasladados a su ciudad natal hasta 1885. Desde entonces reposan a los pies de los sucesivos crucificados de la Salud. Tras la mesa de altar, por un hueco practicable, se puede llegar hasta la lápida del legendario matador. Una inscripción escrita a mano reza que «dichoso aquel que fuera llorado sin dejar en la tierra un enemigo». Parece escrita para el propio Pepe Luis Vázquez, que pronto se le unirá en la eternidad. Por los siglos de los siglos.