El toreo contado por Enrique Ponce

El maestro valenciano rememoró su gran faena abrileña de 2016 en la sala ‘Antonio Machado’

15 mar 2017 / 08:02 h - Actualizado: 15 mar 2017 / 08:05 h.
"Enrique Ponce"
  • El maestro valenciano logró abarrotar la sala ‘Antonio Machado’ de la fundación Cajasol. / Comunicación Cajasol
    El maestro valenciano logró abarrotar la sala ‘Antonio Machado’ de la fundación Cajasol. / Comunicación Cajasol

Se trataba de hablar de toros y la cita, en la sala Antonio Machado de la Fundación Cajasol, contaba con uno de los grandes protagonistas de la pasada Feria de Abril. Enrique Ponce era el encargado de poner en marcha esta segunda edición del Toreo Contado que el pasado año logró abarrotar el Salón de los Carteles de la plaza de la Maestranza en sus sucesivos pases. Este año cambia el escenario pero el espíritu es el mismo. El hilo conductor de la charla lo prestó la proyección de la faena del maestro valenciano a un noble y flojo ejemplar de Juan Pedro Domecq que le sirvió para cincelar una de sus obras más bellas en la plaza de la Real Maestranza.

Pero el aliciente principal de la charla, conducida por el periodista José Enrique Moreno, pasaba por desentrañar los resortes técnicos de aquel trasteo de boca de su propio intérprete. Ponce admitió cierto pudor a la hora de desnudar su alma de artista. «Se puede explicar la técnica, las distancias, la colocación, las distancias o la altura de la muleta pero el sentimiento del torero es difícil de contar», señaló el maestro valenciano que advirtió que es algo que «sólo puede percibir el que lo ha sentido». Ponce admitió que no había visto aquella faena. «Tengo la obligación de verlas pero prefiero que pase el tiempo», señaló el matador afirmando que el sentimiento se aleja a veces de la imagen que atrapa el vídeo.

Pero las imágenes transportaron a Enrique Ponce a la tarde de ese 9 de abril, al escaso galope del toro, a su comportamiento en la suerte de varas y hasta las sensaciones antes de tomar la muleta para resolver la incógnita que siempre ofrece la embestida de un animal bravo. Ponce habló de gusto, naturalidad, transmisión... descubrió terrenos vedados al espectador del tendido a la vez que desentrañaba el entramado técnico de aquel trasteo. Merece la pena refrescar la crónica que publicó este periódico al día siguiente del despliegue poncista: En el texto se hablaba de «relajo absoluto; belleza en el trazo; compostura natural e imaginación para hilar una serie tras otra con un exquisito sentido de la armonía que convirtió el trasteo en concertino».

Esa idea, la del toreo entendido como un ejercicio musical o de armonía sirvió a Ponce para redundar en algunos conceptos. El maestro de Chiva recordó «lo difícil que es templar, pulsear y torear despacio a un toro de pocas fuerzas». El veterano diestro –que encara su temporada número 28 como matador de alternativa– recordó el peligro cierto que se esconde en las astas de un toro de lidia sea cual sea su condición. Todos esos puntos de partida conducían a una misma meta, a un único concepto: la naturalidad. Esa naturalidad que Ponce entiende «sin forzamientos, la que ese toro en particular demandaba». El torero alabó la sensibilidad de la afición sevillana para calibrar la dificultad de la faena. «Había que ponerle al toro lo que le faltaba», señaló Ponce que descubrió nuevas acepciones de otro concepto manido, el de la transmisión, que también puede llegar por el camino del pulso, el gusto y el temple. Todos esos parámetros se hicieron presentes en la faena de Sevilla, seguramente la mejor tarde de Enrique Ponce en la plaza de la Maestranza después de la Puerta del Príncipe de la feria de San Miguel de 1999 o la tarde de aquellos zalduendos fieros de 2006 que dieron la medida de la auténtica capacidad del valenciano. La próxima oportunidad de contemplar su gran momento será el próximo 28 de abril alternando con Manzanares y López Simón. En el cartel vuelven a anunciarse toros de Juan Pedro Domecq.