Ya lo dijo el gran Paco Ojeda: el reglamento está para los que no saben de toros. La salida a hombros por la puerta de cuadrillas -llámenle principal si quieren- era un premio cicatero para un hecho inusual que pronto figurará en los anales del Real Coso. El perdón de la vida de un toro es el máximo triunfo de la fiesta pero también es, de alguna manera, el mejor galardón al que puede aspirar un matador en escenario de tanta alcurnia. Lo dicho: el cómputo de los trofeos, además de ser un hecho moderno, nada tiene que ver con la grandeza del triunfo. Como el figurón sanluqueño se lo dejamos para los que no se enteran de qué va esto.
Y es que Manuel Escribano debió salir en volandas por la Puerta del Príncipe después de indultar al Cobradiezmos, ese gran ejemplar de Victorino Martín que nos llevó a los mejores fueros de la vacada del supuesto paleto de Galapagar. No hace tanto que el mero anuncio de su nombre era sinónimo de lleno pero hoy los tiempos son otros... pero da igual, la buena simiente siempre da buen fruto y Victorino echó un encierro que nos devolvió a los tiempos grandes de la ganadería. Hubo tres y tres. Tres para andar listo y sobre las piernas y otros tres para salir triunfante de Sevilla. Ese trío de excelencias, en calidad creciente, saltó al ruedo en orden consecutivo: el difícil pero interesante segundo; el gran tercero y, tachán, tachán, ese boyante y bravo cuarto que sirvió para volver a poner en órbita a un torero que alza su techo. Se llama Manuel Escribano.
La lidia de ese animal tuvo un ritmo creciente y trepidante. Comenzó en la portagayola de su matador, que había salido espoleado después de que Ureña cortara las dos orejas del tercero. Hubo clamor en las verónicas posteriores, alegría en el tercio de varas y sincronía y apreturas en ese segundo tercio -marca de la casa- que Manuel culminó con su genuino par al quiebro y sentado en el estribo.
Pero lo más importante estaba por llegar. Escribano brindó al cónclave y comprobó que el toro rompía con importancia desde el primer muletazo. El animal humillaba; se dejaba el morro por el suelo y seguía la muleta con esa fijeza, tan en Saltillo, que le impide salir despedido del embroque. Pero el torero de Gerena, curtido en mil batallas, entendió a la perfección la embestida y cuajó una compacta primera parte de faena estructurada sobre la mano derecha. Surgió un redondo mazo de muletazos hondos, dichos para adentro, muy bien trazados.
Pero con la muleta en la izquierda se empezó a mascar lo que estaba por llegar. Los naturales se sucedieron largos, deslizantes, con la muleta arrastrada por el suelo mientras el personal comenzaba a revolverse en el asiento. Escribano se abandonó definitivamente y hasta arrojó el estoque de acero sabiendo que el indulto podía llegar. Un leve bajón causado por un desarme inportuno no impidió que el matador aplicara una sobredosis cuando el pañuelo naranja ya era una certeza. Lo de darle dos o el rabo, ya lo hemos dicho, eran ganas de contar garbanzos. A pesar de las dificultades que le puso el correoso primero, Escribano mereció salir a hombros bajo ese arco de piedra que se mira en el Guadalquivir.
Lo hizo por la puerta de caballos en unión de otro torero que también había caído de pie en la Maestranza confirmando su condición de gran intérprete. Las dos orejas son discutibles, es verdad, pero hay que fijarse en la calidad de ese toreo diestro que supo apurar el mejor lado del importantísimo toro que saltó en tercer lugar. La faena no tuvo el mismo nivel por el pitón izquierdo pero el relajo, el trazo curvo y el concepto personal del torero de Murcia calaron de verdad en el público sevillano que se animó a pedir y obtener el doble trofeo después de la fulminante estocada que lo despenó. Ureña tuvo muchas menos opciones con el duro sexto, un animal que embistió a trompicones y obligó al matador a andar ligero de piernas. Hubo un susto pero la cosa no pasó a mayores.
La tercera pata del banco era el burgalés Morenito de Aranda que, ésa es la verdad, no terminó de solventar las dificultades que le planteó el segundo que, con todo, tuvo más teclas que tocar. A los detalles sueltos les faltó el redondeo. Se le concede el beneficio de la duda con el tobillero quinto. Éste era del lado oscuro... .