Evocación: en el XXV aniversario de la muerte de Manolo Montoliú

Un toro de Atanasio Fernández le partió el corazón el 1 de mayo de 1992 en plena Expo

01 may 2017 / 22:27 h - Actualizado: 01 may 2017 / 22:27 h.
  • El toro, llamado ‘Cubatisto’, abrió como un libro el corazón del banderillero. / El Correo
    El toro, llamado ‘Cubatisto’, abrió como un libro el corazón del banderillero. / El Correo
  • El toro, llamado ‘Cubatisto’, abrió como un libro el corazón del banderillero. / El Correo
    El toro, llamado ‘Cubatisto’, abrió como un libro el corazón del banderillero. / El Correo
  • El toro, llamado ‘Cubatisto’, abrió como un libro el corazón del banderillero. / El Correo
    El toro, llamado ‘Cubatisto’, abrió como un libro el corazón del banderillero. / El Correo

Era el año de todos los fastos. En la plaza de la Real Maestranza, que también vivía una programación extraordinaria paralela a la Exposición Universal, se anunciaba una corrida de Atanasio Fernández que debían despachar José María Manzanares, el Niño de la Capea y José Ortega Cano. Aquel primero de mayo cayó en viernes de Farolillos y el festejo se retransmitía en directo por Televisión Española. La corrida, además, implicaba el estreno del nuevo reglamento taurino que desarrollaba la llamada ley Corcuera, que entre otras novedades limitaba el calibre de la antigua puya y reducía drásticamente el peso de los caballos de picar. Y las cuadrillas, que amenazaron con un plante en la mañana de aquella corrida aciaga, se habían puesto de uñas...

Cubatisto era el primer toro de la tarde y fue lanceado por Manzanares antes de que fuera picado por el viejo Barroso con ciertas dificultades montado en el caballo -ligero y español- que consagraba la nueva reglamentación. El toro llegó pleno de pujanza al segundo tercio y Manolo Montoliú, vestido de cobre y azabache, arrancó despacio, se dejó ver más de lo debido y quiso hacer la suerte con la majeza de siempre. Pero el toro le empitonó salvajemente en el embroque: el cuerno le había traspasado la delantera derecha de la chaquetilla pasando de un costado a otro hasta el corazón. Aquella salvaje cornada era mortal de necesidad y el veterano banderillero cayó fulminado allí mismo. Las asistencias lo llevaron a puñados, con la faz demudada y chorreando sangre, hasta la antigua enfermería en medio de un clima de consternación que se contagió a los tendidos. Era increíble...

El equipo médico dirigido por Ramón Vila sólo pudo comprobar el alcance de las lesiones -el corazón estaba abierto como un libro- y certificar su muerte. Manzanares acabó con la vida de Cubatisto mientras crecían los rumores del tendido. Arrastrado el toro, y pesar de las inquietantes certezas que esperaban detrás de la puerta de la enfermería aún se lidió otro ejemplar que fue despachado de puro trámite por el Niño de la Capea.

Pero la gente seguía más pendiente de las noticias irremediables que seguían trascendiendo de la puertecita blanca de los bajos del tendido 6. Ya no saldría ningún toro más aquella tarde aciaga. Un largo y escalofriante clarinazo anunció la tragedia mientras se arriaba el estandarte de la Real Maestranza. La condesa de Barcelona abandonaba el Palco Real. Se hizo un silencio escalofriante: acababa de morir un torero en Sevilla, pero no sería el único en aquel año trágico. Tres meses y medio después caería -con otra cornada en el corazón- el banderillero camero Ramón Soto Vargas. El 92 no alumbró la Maestranza.