Finito no era nuevo en los ‘Mano a Mano’, que volvieron a evidenciar su propio tirón –y el de sus protagonistas- llenando hasta los topes el salón de actos de la Fundación Cajasol. La cita sí era nueva para Manuel Lombo que se encontró desde el primer momento como pez en el agua. José Enrique Moreno, el moderador habitual de estos encuentros que ya suman 52 ediciones citó a Bergamín para introducir la charla, aludiendo a que el toreo “es música para los ojos del alma y para el oído del corazón”, antes de poner el toro en suerte al diestro cordobés, que se deshizo en elogios con Manuel Lombo, evocando el inicio de su amistad.
Pero había que entrar en faena y tampoco hizo falta espolear demasiado al Fino, que llegaba a Sevilla especialmente locuaz. “Los toreros no seríamos nada sin la música; el flamenco y el toreo son dos almas que van de la mano”, señaló Juan Serrano invocando “ese mundo tan mágico que se ha inspirado en el toreo para crear letras tan especiales”. A partir de ahí, Finito defendió el toreo y la música como expresiones de la misma cultura.
“Antes la ética que la estética”, espetó Lombo para definir personal y taurinamente a su amigo Finito de Córdoba, que había llegado con muchas ganas de hablar. El cantante habló de toros y música como dos caras “de la cultura del pueblo”. “Cuando una faena es memorable está acompañada de la música”, prosiguió Manuel Lombo antes de hablar de conceptos como “emoción” y “fuente de inspiración absoluta” para definir su relación con el mundo del toreo.
El moderador recordó la anterior cita del torero cordobés en los ‘Mano a Mano’ de Cajasol. Fue en 2010, junto a Vicente Amigo. Finito, que recordó el momento, habló de “una música interior”. El Fino evocó el indulto de un toro en Córdoba; le había pedido al guitarrista que cantara pero le contestó que “no cabía” la música. La amistad de ambos era antigua y partía de la visita del incipiente músico al torero en sus tiempos de novillero. “Vino a verme después de torear el último festejo de la temporada y me regaló su disco; al llegar a casa lo puse y me puse a torear de salón después de haber cumplido 84 novilladas aquel año”, refirió el veterano diestro. “No veía el toro ni el momento de brindarle uno hasta que llegó esa encerrona en Córdoba; fue en el cuarto y tenía que ser. Se lo brindé y lo indulté. Se llamaba ‘Bondadoso’ y se marchó para el campo”.
Pero había que seguir ahondando en los nexos entre el toro y la música. “Cuando estamos ante un público estamos sometidos a una gran tensión”, señaló Lombo aludiendo al “control” que un artista puede ejercer sobre la situación. “Los toreros están preparados pero luego está ahí el animal”, espetó el cantaor poniendo en paralelo “el sentir y la emotividad” de ambas actividades. José Enrique Moreno preguntó por el miedo. “Tengo un gran sentido de la responsabilidad y un gran respeto por el público que paga una entrada”, señaló el artista de Dos Hermanas recordando las dificultades técnicas de un concierto que aumentaron ese miedo escénico. “Pero mi miedo no vale dos duros comparado con los toreros”. A partir de ahí narró la victoria sobre esos temores en aquel concierto en Camas que pudo convertirse en una catástrofe pero se acabó trocando “en uno de los conciertos más bonitos de mi vida”.
El torero y el cantaor desvelaron los inicios de su amistad, cuajada en un encuentro inesperado y casual en Jerez. “Los toreros están todos locos”, bromeó Lombo, evocando la primera vez que se metía en un coche de cuadrillas. Fue, precisamente, con Finito, acompañándole a un festival que tenía que torear en Córdoba a beneficio de la Asociación del Cáncer. “Miras atrás, sonríes y tienes todos esos recuerdos muy frescos”. Pero la relación de los toreros con la música es diversa tal y como mostró Finito. “Mi compadre Juan José Padilla mataba una corrida tremenda en un pueblo y cuando le acompañé en la furgoneta me puso a ‘Estopa’; me bajé en el primer semáforo”. “Es que cada torero tiene su lista de música”, interrumpió Manuel antes de ponerse a bromear con su compañero de escena. “Todos los toreros tenéis un plomazo”, ironizó de nuevo Lombo. “Al final el loco es el psiquiatra”, le contestó Finito entre las risas de los presentes. Pero la cosa se puso más seria al hablar de emociones y hasta del particular sentido de la existencia de los propios toreros. Pero Lombo no lo arregló: “es que es difícil encontrar a un torero centrado”. Las risas arreciaron, certificando la complicidad de ambos artistas, que hicieron bueno el aserto taurino de ir de menos a más.
Finito, definitivamente serio, hizo un largo alegato en torno a la situación sociopolítica de la fiesta de los toros demandando una verdadera unión y reestructuración del sector y de los propios profesionales sin ahorrar críticas al estado de la profesión y las abismales diferencias de cotización entre matadores en las primeras ferias del circuito. Pero aún quedaba una sorpresa final: Manuel Lombo se arrancó cantando los ‘Tangos de la Plaza’ (vuelta a Bergamín) y Finito replicó pegando lances al aire. A esas alturas se habían olvidado del reloj. Llegaron, llenaron y gustaron....