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Interminable y gélido despropósito

Alejandro Talavante fue el encargado de llevarse la oreja de ordenanza en una tarde de largo metraje y pésimo nivel ganadero en el que, sin toros a favor, brillaron las ganas de Roca Rey

13 abr 2018 / 22:45 h - Actualizado: 14 abr 2018 / 09:26 h.
"Toros"
  • Expresivo y bello muletazo diestro de Alejandro Talavante, que cuajó la única faena digna de tal nombre en una tarde para olvidar. / Reportaje gráfico: Antonio Delgado Roig
    Expresivo y bello muletazo diestro de Alejandro Talavante, que cuajó la única faena digna de tal nombre en una tarde para olvidar. / Reportaje gráfico: Antonio Delgado Roig
  • Interminable y gélido despropósito
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Se lo decíamos ayer: este año no hay tarde sin su oreja. Mejor así. Aunque dentro de éstas las hay de pesos y medidas distintas. El encargado de llevarse el despojo de rigor en la tarde de ayer fue el diestro extremeño Alejandro Talavante al que se le vió algo más dispuesto que en otras ocasiones para aprovechar las buenas o malas condiciones que le brindaron sus respectivos toros. Hay que reconocer que el matador pacense no se cansó de perseverar en la cara de sus dos enemigos y brindó, a la postre, los momentos de mayor contenido artístico de una tarde que duró demasiado y peso mucho más.

Talavante se las había visto en primer lugar con un toro grandullón y basto que pasaba sin clase ni ritmo en su muleta. La insistencia se tradujo en algunos muletazos sueltos, de excelente dibujo que salpicaron una faenita de sorbitos y bellos detalles calamitosamente rematada con la espada.

Pero la oreja, en definitiva, se la llevó de un manso de libro que ya estaba huyendo como un prófugo al segundo par de banderillas. Talavante aceptó esos terrenos y lo fue sobando en una faena que sumó paciencia y compostura. Alejandro torea bonito y cuando quiere, además, torea muy bien. Se pudo ver en una reveladora serie diestra en la que hubo reunión, trazo y exquisito temple. El toro amagaba una y otra vez con entregar definitivamente la cuchara pero el Tala siguió insistiendo hasta amarrar un mazo de intensos muletazos diestros, muy cantados en el tendido, cuando la faena parecía más que hecha. La estocada traserilla no fue óbice para que se pidiera ese trofeo que el palco no tardó en conceder.

El mismo presidente tampoco se lo pensó mucho para devolver al tercero sin un solo capotazo. En ese punto encalló el reloj y se precipitó una tarde culminada con nocturnidad en la que Roca Rey tuvo que despachar los dos sobreros previstos. El primero, también de Matilla, era una destartalada e inmensa catedral. Roca se encajó y se expresó a la verónica antes de brindar a su maestro y mentor José Antonio Campuzano que, prudente y elegantemente, prefirió recibir el monterazo desde la tronera del burladero.

Un doble pase cambiado encendió la primera traca. Siguió una gran serie al natural y otros muletazos hondos, sometiendo mucho al toro por el lado derecho. Después de un pisotón inoportuno se descompuso el pasodoble. El animal cantó la gallina y lo que parecía que iba a ser, no lo fue. Roca aceptó que la pelea sólo podía transcurrir en la puerta de chiqueros pero, ya se sabe, dos no riñen si uno no quiere y el toraco de los Matilla era hombre de paz.

Al sexto no quisieron ni verlo. Ni el público ni la cuadrilla del diestro peruano que se afanó cuanto pudo por hacerlo rodar. Estaba claro: viendo el panorama, estaban deseando que saliera el sobrero de Torrestrella. El presidente Fernández Rey, una vez más, tampoco se hizo mucho de rogar y sacó ese pañuelo verde que pone en éxtasis a algunos aficionados de ideas preconcebidas. La verdad es que al final no salimos ganando con el cambio. El toro, un recortado ejemplar de precioso pelo sardo, se pegó un impresionante volantín que le dejó para sopitas y buen vino. Roca hizo el esfuerzo entre tinieblas. Pero era imposible. Como imposible fue que Perera lograra el más mínimo lucimiento de los dos toros que le tocaron en ¿suerte? El primero tuvo peligro y el cuarto, soso y noblón, sólo permitió que su matador hiciera un ejercicio de temple y firmeza. Perera, bien acompañado de un recuperadísimo Fernando Cepeda, llegaba a la Feria y se despedía de ella en el mismo día. Tendrá que esperar un año más

Reflexión final: los ganaderos parecen querer evitar los vaivenes de los equipos gubernativos y veterinarios escogiendo encierros desmesurados que pasen sin problemas en el reconocimiento matinal. Se pudo comprobar con el envío de La Palmosilla y se repitió ayer con los toros de Matilla. Todo ello llega después de las escabechinas sufridas por las corridas de Victoriano del Río y Torrestrella que tanto han alarmado y enfadado al gremio de la dehesa. Algunos estarán encantados de la vida pero, ojo, estos no fueron nunca el verdadero toro de Sevilla. Cuidado...

Plaza de la Real Maestranza

Ganado: Saltaron al ruedo toros de tres hierros diferentes: primero, segundo, el sobrero que hizo tercero y el cuarto fueron de Olga Jiménez y el quinto, de la vacada filial de Hermanos García Jiménez. El sexto fue un sobrero de Torrestrella, que no sirvió. Del conjunto de reses, englobadas bajo el paraguas común de la casa Matilla, hay que destacar el común fondo manso y la tremenda fachada. El quinto sí se dejó; muy a medias a pesar de estar siempre rajado.

Matadores: Miguel Ángel Perera, de verde lago y oro, silencio y silencio.

Alejandro Talavante, de blanco y oro, silencio tras aviso y oreja.

Andrés Roca Rey, de lila y oro, ovación tras aviso y palmas de despedida

Incidencias: La plaza se llenó sin demasiadas apreturas. El festejo duró casi tres horas. Saludaron Ambel, Barbero, Domínguez y Paco Algaba. Curro Javier fue atendido en la enfermería de un fuerte varetazo de pronóstico leve.