Juan José Padilla: punto y final

El llamado ‘Ciclón de Jerez’ se vestirá de luces por última vez este domingo en la plaza Monumental de México siete años después del brutal percance de Zaragoza

16 dic 2018 / 09:37 h - Actualizado: 16 dic 2018 / 09:40 h.
"Toros"
  • El diestro Juan José Padilla. EFE / Rodrigo Jimenez
    El diestro Juan José Padilla. EFE / Rodrigo Jimenez

Zaragoza, siete de octubre de 2011. Un toro de Ana Romero había alcanzado a Juan José Padilla a la salida de un par de banderillas. Cuando lo tuvo en el suelo no perdonó el lance, atravesándole el cráneo con el pitón, desde el cuello hasta la cuenca del ojo izquierdo, que quedó prácticamente en el aire. Las primeras noticias colocaban al torero de Jerez en la raya de la muerte. Las imágenes del percance, sin solución de continuidad, se iban a colar pronto en móviles e informativos certificando su crudeza. Al fin y al cabo se trataba de corroborar una única verdad: en las plazas de toros aún se podía morir de verdad –Padilla pudo contarlo, no así Fandiño ni Víctor Barrio- y el llamado Ciclón empezaba a enfrentarse a un camino de difícil retorno. Primero había que salvar al hombre pero el veterano diestro quería ir más allá. Pretendía rehabilitar al torero...

Más allá de la evidente parálisis facial y la pérdida del ojo, quedaba una lista interminable de dolorosas secuelas que el matador consiguió ir venciendo gracias a su tesón, el apoyo de su familia y el concurso inestimable del que hoy es uno de sus mejores amigos: el cirujano maxilofacial Alberto García Perla, que ha llevado la batuta de las innumerables intervenciones quirúrgicas y pruebas médicas que ha tenido que afrontar el torero para recuperar el máximo de normalidad en su vida doméstica –la mejoría ha sido palpable- y la mínima seguridad ante el toro.

Olivenza, 4 de marzo de 2012. Los propios toreros alzaron en hombros a un hombre vestido de laureles de oro y seda verde en el anochecer del último invierno extremeño. Había hecho el paseíllo con un parche negro que no ocultaba la evidente parálisis facial, que lograría ser revocada progresivamente. Aún quedaban operaciones, marcadas por ese lema acuñado por el diestro jerezano: “el sufrimiento es parte de la gloria”. Padilla había logrado volver a ponerse delante del toro en un tiempo record que estremeció a este mundillo y trascendió de sus estrechos límites. Aquella fuerza de superación y reivindicación de la cultura del esfuerzo iba a tener su premio. Lo que el propio Juan José había soñado como una prueba personal iba a convertirse en su última y más feliz etapa en los ruedos incentivado por unos honorarios, alternando con unos compañeros y estoqueando unos toros que ni siquiera podía haber soñado en su trayectoria anterior.

Desde entonces ha cumplido sido siete temporadas completas en las que no ha dejado de recoger el cariño y el reconocimiento del público. Pero todo tiene un final y las evidentes e inevitables muestras de decadencia física de los últimos años han debido pesar en la decisión. El torero la comunicó hace poco más de un año en una concurridísima rueda de prensa celebrada en el taurino hotel Colón de Sevilla. La de 2019, sería su última campaña en activo. Había llegado el principio del final.

Juan José se aseguraba así cierta bula, que no le ha faltado en esta extensa gira de despedida. El espectáculo trascendía de lo que pudiera intentar o lograr en la cara de los toros, que evidenciaban el ocaso profesional del torero sin poder rebajar ni un ápice el impresionante atractivo personal del personaje. Las propias despedidas, interpretadas y escenificadas por el ‘Pirata’ en plena comunión con el público enardecido, han constituído por sí mismas el definitivo espectáculo. Ya se pudo comprobar en la Feria del Caballo, toreando en el patio de su casa hasta el punto de eclipsar la reaparición –que en realidad no era tal- de Morante de la Puebla. Otros capítulos de esa impresionante capacidad de comunicación con el tendido se pudieron ver en Sevilla, que le entregó la última oreja de su carrera en un ruedo que le ha visto despachar decenas de ‘miuras’ y abrir su Puerta del Príncipe.

Pero Padilla tampoco se iba a librar de la sangre en este año de adioses. Fue el 8 de julio en el ruedo de la localidad avileña de Arévalo y, de nuevo, durante el tercio de banderillas. El toro le arrancó gran parte del cuero cabelludo en un percance en el que la crudeza ganó a la definitiva gravedad. Padilla, volviendo a hacer honor a su leyenda, no dudó en acudir a Pamplona unos días después para escenificar su particular despedida de las fiestas de San Fermín. No podía faltar. El llamado Pirata reforzó esa puesta en escena adoptando un pañuelo que tapaba la inmensa cicatriz que volvía a surcar su cráneo. Ya no se desprendería de él en el resto de la temporada, redondeando el aura de su personaje junto a esa bandera de la calavera y las tibias cruzadas que está a punto de arriarse cuando el matador, enterradas las armas, retorne a su hogar de Sanlúcar de Barrameda.

Padilla formó un auténtico alboroto en el coso pamplonica en la yema de un verano que aún le llevaría por las plazas de Bilbao, Valladolid, Salamanca, Logroño, Sevilla... hasta Zaragoza, donde le esperaba el público maño, que le colmó de honores y emociones. Era el mismo ruedo en el que había estado tan cerca de perder la vida siete años antes. También era la última corrida en España antes de iniciar una postrera gira por ruedos americanos que también ha llegado a su fin en la Monumental de México. Esta noche –hora española- le esperan los toros de Boquilla del Carmen acompañado de los matadores aztecas Arturo Macías y el último Armillita. ¿Será la última?