La Virgen de la Caridad resplandecía bajo la cúpula de la capilla del Baratillo. Había sido bajada de su altar algunos días antes para presidir el besamano anual pero la cita de ayer, con la imagen de Fernández Andés a la altura de los fieles, tenía un particular acento. Se trataba de la eucaristía anual convocada por la corporación penitencial para dar gracias por la temporada que se fue, pedir por la que vendrá y tener un recuerdo especial a los miembros de la familia taurina que nos dejaron en el año que está a punto de pedir la cuenta.
Los vínculos de la Hermandad del Baratillo con el mundo taurino y la propia Maestranza son casi tan antiguos como la propia capilla de la hermandad, elevada junto al antiguo monte Baratillo algunos años después de la trágica peste de 1649 que convirtió aquel paraje en un inmenso cementerio señalado por la cruz que aún campea en la cúpula del coqueto templo, que anda de obras de restauración en su altar mayor.
Junto a ese lugar, se construirían los sucesivos cosos provisionales que desembocaron en la construcción de la actual plaza de toros a finales del siglo XVIII. La capilla llegó a servir de oratorio de los toreros que actuaban en el coso maestrante. En uno de sus altares, además, se conserva una imagen roldanesca de San José, regalo del legendario diestro Pepe Hillo. Esos vínculos se estrecharon con el tiempo hasta escoger a la Virgen de la Caridad como patrona de la extinta Asociación Benéfica de Socorros a la Vejez del Torero. El llamador de su palio, además, es sostenido simbólicamente por un angelito tocado con montera torera. Es la misma imagen que, recientemente, ha recibido el regalo del vestido verde lago y oro que lució Morante de la Puebla en su último compromiso de la Feria de Abril de 2016.
Y tocaba pedir por los que se fueron pero también por los que están. La ceremonia, cuidada en todos sus detalles por la hermandad, fue presidida por Andrés Ybarra, que concelebró con el joven presbítero Plácido Manuel Díaz Vázquez, que cimentó su vocación entre estas paredes. Ybarra habló a los presentes del “toro de la vida” haciendo un paralelismo entre las dificultades diarias que hay que vencer en la cotidianeidad y el tesón de los hombres de luces. Se echaron de menos algunas caras que, por fallecimiento o enfermedad, eran habituales en este acto litúrgico que tuvo muy presente la memoria de Enrique Lebrija, el puntillero de la plaza de toros; el rejoneador, escritor y ganadero Ángel Peralta; los ganaderos Juan Manuel Criado, Domingo Hernández y José Luis García Palacios; el banderillero sevillano José Rodríguez ‘El Pío; Angelete, decano de los matadores españoles; el cirujano Ramón Vila; Rafael Díaz Palacios, capataz de la cofradía del Baratillo y jefe de seguridad de la plaza de la Maestranza y el baratillero Fernando Moreno Pachón, ex hermano mayor de la cofradía de la calle Adriano y habitual de este acto.
No fallaron los matadores de toros Tomás Campuzano, Manuel Jesús ‘El Cid’, Alfonso Oliva Soto –que anda de enhorabuena- y Juan Ortega además del gran picador Paco Martín Sanz junto a su nieto, el prometedor novillero David Martín. Tampoco faltaron los banderilleros Luis Arenas, Rafael Torres y Antonio Ronquillo junto con aficionados, periodistas y gentes del toro a los que no les faltó en ningún momento las atenciones de Rogelio Gómez, el popular Trifón. La foto de familia la completaban el hermano mayor de la corporación del Miércoles Santo, Marcelino Serrano, y el diputado de plaza de la Real Maestranza de Caballería, Luis Manuel Halcón Guardiola. La convivencia final en los salones de la corporación pusieron el colofón a una tarde noche de devoción, memoria, amistad y toros.