La fiesta más auténtica

Las novilladas de La Algaba dan buena muestra de la importancia de los festejos menores

17 sep 2017 / 18:52 h - Actualizado: 17 sep 2017 / 20:12 h.
"Toros"
  • Ginés de Yoli toreando al natural en la plaza de La Algaba este fin de semana. / Fotografías: Antonio Delgado-Roig
    Ginés de Yoli toreando al natural en la plaza de La Algaba este fin de semana. / Fotografías: Antonio Delgado-Roig
  • Los banderilleros esperan el paseíllo en la galería de la plaza.
    Los banderilleros esperan el paseíllo en la galería de la plaza.
  • La capilla siempre es un buen lugar para pedir protección.
    La capilla siempre es un buen lugar para pedir protección.
  • Raúl García busca su sueño a portagayola.
    Raúl García busca su sueño a portagayola.
  • Gandullo toreó con solvencia al natural.
    Gandullo toreó con solvencia al natural.

Fuera de las grandes ferias, los grandes carteles y los toreros de mas relumbrón, la fiesta de los toros se organiza alrededor de decenas de pequeños festejos en los que los chavales que sueñan con reventar las taquillas de las plazas de toros cuando sean figuras del toro deben comenzar mordiendo el polvo –nunca mejor dicho– y conociendo de primera mano la dureza de una profesión. Si no eres simplemente un aspirante, todo se te pone muy cuesta arriba desde el primer día. Pero no por ello deja de ser, para muchos, la profesión más bonita del mundo.


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FOTOS | Novilladas de La Algaba


Así se ha podido ver durante este fin de semana en la localidad sevillana de La Algaba, donde once chavales han hecho el paseíllo en la singular plaza de toros del pueblo. Ésta, mitad de obra y mitad emulando a las que se formaban de forma improvisada hace décadas en los pueblos cercando el terreno con carros de mulas, ha sido un gran ejemplo de que para ser figura del toreo hay que empezar siendo una persona humilde.

De forma paralela, estos festejos se organizan habitualmente coincidiendo con las fiestas patronales de los pueblos, por lo que los aficionados suelen ser más propenso a hacer algún gasto extraordinario y acudir a alguno de los festejos taurinos es ya casi tanta necesidad como tradición.

Mientras el pueblo se divierte y se olvida de los problemas del día a día y en los bares de alrededor del coso bullen los cafés y las copas largas en la hora previa a la corrida, en el interior de la coqueta plaza algabeña ya se está viviendo en la intimidad un humilde festejo de toros que no deja de ser tan grande como fundamental para la fiesta.

Poco a poco van llegando los becerristas a la plaza por su propio pie. Si alguien espera un coche de cuadrillas del que se bajen el aspirante y sus banderilleros puede estar todavía esperando. Allí se llega andando, desde abajo, cruzándote con el pueblo y casi pidiendo permiso a la hora de entrar en la plaza. Si acaso, un mozo va contigo y te lleva los trastos. La cuadrilla no va con el chaval porque los banderilleros están dentro poniéndose el traje corto en los vestuarios que hay en las galerías del coso. Allí, unos y otros hacen piña porque nunca se sabe cuál de ellos te puedo hacer el quite milagroso que te salve de la vida. Intentan pasar el rato de la mejor forma que pueden. Unos fuman, otros se entretienen mirando la galería de los viejos carteles y otros pasan a la humilde capilla para sentirse protegidos por la Virgen que, desde su azulejo, tranquiliza a quienes se ponen delante de ella pidiéndole protección. Una doble puerta de chapa entreabierta separa la intimidad del bullicio. Poco más.

Una vez en el albero, los novilleros verán una plaza llena, un público bullicioso y mucho niño en los tendidos que les pedirán las orejas aunque la faena no haya terminado de tomar vuelo. Lo importante es que haya habido fiesta, ya sea en una plaza de cemento, de talanqueras o de carros como la de La Algaba. Es ahí, y con toda la autenticidad y humildad del mundo, dónde se forjan las figuras y se sostiene buena parte de la fiesta