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La importancia del subalterno

El sevillano Gregorio Serrano, responsable de la DGT, es un reconocido aficionado a los toros desde muy joven e incluso ha participado en festivales taurinos

21 jun 2018 / 08:00 h - Actualizado: 21 jun 2018 / 09:27 h.
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  • Gregorio Serrano, en San Bernardo emulando el ‘cartucho de pescao’ de Pepe Luis Vázquez. / Antonio Delgado-Roig
    Gregorio Serrano, en San Bernardo emulando el ‘cartucho de pescao’ de Pepe Luis Vázquez. / Antonio Delgado-Roig

Las cuadrillas toreras funcionan como una máquina perfectamente engrasada. Basta una simple mirada o un gesto del matador a un banderillero para saber dónde tiene que colocarle el toro, cuándo sacarlo del caballo o en qué momento tienen que quitarle a todos esos que se quieren hacer una foto con él echando siempre esa inapropiada mano por encima del hombro. El todavía máximo responsable de la Dirección General de Tráfico, podríamos decir que ha sido y es en el mundo de la política un excelente hombre de confianza. Siempre ha estado ahí para hacerle el quite oportuno a su jefe de filas (un portavoz de la oposición municipal, un alcalde o un ministro) con la sana intención de que el público reconozca su labor y le pida los máximos trofeos, taurinamente hablando.

Esta faceta de subalterno de Serrano no es del todo nueva para él. Para su versión política hemos empleado el término de forma metafórica, pero la mayoría de los ciudadanos desconoce que Serrano que hizo sus pinitos como subalterno allá por el decenio de 1980 en la coqueta plaza de Higuera de la Sierra (Huelva).

Muchos aficionados conocen perfectamente ese festival que se organiza con fines benéficos y por el que han pasado todas las figuras del toreo. A raíz de este, un grupo de chavales aficionados, entre los que se encontraba Gregorio Serrano, y que con la fuerza de la juventud se veían capaces de todo, dieron el paso adelante y se embarcaron en organizar otro festival paralelo pero exclusivamente para aficionados prácticos. Aquel grupo estaba formando por, entre otros, Luis Rufino, Paco Ayala, Ignacio Girón, Pepe Aguado, Diego Ayala, etc. Nuestro protagonista iba como subalterno del hoy reconocido pintor Paco Ayala y como no podría ser de otra forma, se anunció en los carteles con el sobrenombre de Serranito.


Gregorio Serrano, emulando a Pepe Luis Vázquez en el barrio de San Bernardo. / Antonio Delgado-Roig

Cuando Gregorio narra aquella experiencia lo hace con verdadero orgullo, porque fue una simiente que plantaron ahí para lograr fondos para la residencia de ancianos del cura Girón y que con el paso de los años fue evolucionando y logró mayores beneficios. Entonces lo hacían de forma humilde pero no por ello menos divertida: una furgoneta de alquiler para llegar a la sierra de Huelva; su compadre Roberto Alés tocando la guitarra mientras se vestían de corto; ese paseíllo desde la casa del cura hasta la plaza y, por qué no decirlo, la fiesta que se montaba en el ruedo al termino del festejo y que, como se suele decir de forma políticamente correcta, se prolongaba hasta altas horas de la madrugada.

Toda esa afición por los toros le llegó a Gregorio por la vía paterna y las conversaciones de toros eran en casa más que habituales. Le encanta ir a la corrida del Domingo de Resurrección porque es el día en el que la plaza brilla con luz propia, pero no por ello resta importancia al resto de festejos. Es más, se declara fan de las novilladas de promoción del mes de julio, donde los jóvenes hacen el paseíllo con la ilusión de ser figuras del toreo y cuando en los tendidos se vive un ambiente mucho más relajado y familiar que en una corrida de farolillos. Gran conocedor de la fiesta por dentro, ha tenido el privilegio de asistir a muchos reconocimientos y sorteos de corridas e incluso es uno de los habituales a la tradicional misa que se celebra en la enfermería de la Maestranza poco antes de que suene el cerrojazo de la puerta de cuadrillas y arranque la temporada.

Su pasión por los toros también le llevó a impulsar cuando fue delegado de Fiestas Mayores, el premio taurino Ciudad de Sevilla. No concebía que esta ciudad no reconociera la labor del mundo del toro. Y todo iba bien y él estaba orgulloso hasta que hubo cambio de Gobierno y los actuales responsables municipales le dieron a este premio una media lagartijera que todavía no han logrado explicar por qué y para qué. Pero eso forma parte también de los sinsabores que puede llevarse un excelente hombre de plata. El que pone su nombre en los carteles es el que manda. El toreo es así.