La novia de Reverte tiene un pañuelo con cuatro picadores, Reverte en medio... La copla pertenece al imaginario popular y certifica la fama, que trascendió de su propia trayectoria en los ruedos, de un matador de leyenda que, como tantos inmortales, murió prematuramente, víctima de un tumor hepático, el 13 de septiembre de 1903. Había nacido 35 años antes –hoy hace siglo y medio– en Alcalá del Río, localidad con la que mantuvo unos estrechos lazos de afecto que se no interrumpieron con su temprana muerte. Los restos de Reverte reposan en la capilla de San Gregorio de Osset, a los pies del Cristo de la Vera Cruz y la Virgen de las Angustias, la hermandad y las imágenes a las que tanto quiso y tanto dio en vida.
Hablar del diestro ilipense implica describir una personalidad poliédrica, inquieta, curiosa, apasionante, excesiva, exuberante... Antonio Reverte fue, visto desde los parámetros de hoy, todo un famoso, el primer torero mediático... Posiblemente no fue el mejor matador de su época pero sí pudo ser el más querido, el que más cobraba, adelantando incluso al califa Guerrita, dictador absoluto de aquel tramo de la historia del toreo. Los amores de Reverte se cantaron en coplas y sus ocurrencias forman parte de la memoria sentimental del pueblo que le vio nacer. El torero se presentó allí un día, montado en un globo aerostático que pilotaba un exótico negro. Suyo fue el primer automóvil que se vio en Alcalá y en Sevilla. Suya, también, la primera línea telefónica que unió la capital con la localidad ribereña y suya, definitivamente, la insólita idea –completamente madurada– de llevar a la cofradía de la Vera Cruz, con sus nazarenos y sus pasos montados en una barcaza, a hacer estación de penitencia a la mismísima Catedral de Sevilla. Habría sido la mejor manera de estrenar el suntuoso palio de las hermanas Antúnez que había encargado el famoso matador para la Virgen de las Angustias. El fastuoso dosel, que superaba en riqueza a los palios sevillanos de la época, se estreno el Jueves Santo de 1904 pero Reverte ya no pudo verlo...
Pero... ¿Quién fue taurinamente Antonio Reverte? ¿Dónde cimentó su fama? Irrumpe en los ruedos en coincidencia con la hegemonía de Rafael Guerra Guerrita, II Califa del toreo, que apadrinó su alternativa en la plaza de la Corte el 16 de septiembre de 1891 cediéndole un toro de la Viudad de Saltillo. El diestro de Alcalá del Río, que llegó mermado de facultades al doctorado por una sucesión de cogidas que llegaron a retrasar la ceremonia, fue juzgado severamente por la crítica de la época que no supo atisbar el poderoso atractivo que iba a despertar en los públicos en las ocho temporadas de su apogeo. Reverte coincide con toreros como Antonio Fuentes, el malogrado Manolillo Espartero –muerto por un toro de Miura en 1894– o Mazzanttini, aquel torero, excelente estoqueador, que llegó a gobernador civil. El impávido valor de Reverte tapaba todas sus carencias. Sus recortes capote al brazo y las fulminantes estocadas forman parte de una particular puesta en escena a la que se añadía un impresionante carisma que rendía a los públicos. Hay que volver a la figura totémica de Guerrita, que diría de él: «Yo no tuve oposición en el mundo de los toros, ningún torero me hizo sombra, pero con Reverte fue con el único que me dolió la cabeza».
La vida taurina de Reverte, de alguna manera, concluyó el 3 de septiembre de 1899 en la plaza francesa de Bayona. El diestro ilipense se anunciaba, una vez más, con el todopoderoso Guerra –que se retiraría para siempre algunas semanas después en Zaragoza– para despachar una corrida de Eduardo Ybarra. Reverte fue herido por el segundo cuando se desplantaba tras la estocada. La cornada, gravísima, puso en peligro su vida primero, la pierna después... la insistencia de unos médicos españoles impidió que le amputaran el miembro herido. Pero ya nada fue igual... La convalecencia del percance le mantuvo alejado de los ruedos año y medio. Pero Reverte quería volver a los toros y se prueba con aparente éxito en la plaza de Badajoz. Finalmente, el 28 de abril de 1901, el mismo día de su 33 cumpleaños, volvía a enfundarse el vestido de torear en el coso lisboeta de Campo Pequeno. Pero a Reverte, que ya no era el mismo en la cara de los toros, le quedaba muy poco tiempo. En 1902 se verifica su última temporada formal, incluyendo una incursión americana. En 1903, lo que no logró el toro de Ybarra lo haría un tumor de hígado. Su memoria permanece viva.