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La Real Venta de Antequera recupera su lugar en el mapa taurino de Sevilla

Lola Rojas y Daniel de la Fuente, sus actuales propietarios, han recuperado este espacio emblemático después de años de abandono

13 nov 2015 / 21:11 h - Actualizado: 13 nov 2015 / 21:21 h.
"Toros"
  • Reinauguración de la Venta de Antequera. / José Luis Montero
    Reinauguración de la Venta de Antequera. / José Luis Montero
  • Reinauguración de la Venta de Antequera. / José Luis Montero
    Reinauguración de la Venta de Antequera. / José Luis Montero
  • Reinauguración de la Venta de Antequera. / José Luis Montero
    Reinauguración de la Venta de Antequera. / José Luis Montero
  • Reinauguración de la Venta de Antequera. / José Luis Montero
    Reinauguración de la Venta de Antequera. / José Luis Montero
  • Reinauguración de la Venta de Antequera. / José Luis Montero
    Reinauguración de la Venta de Antequera. / José Luis Montero

El sencillo y emotivo brindis de Eduardo Dávila Miura a Lola Rojas –actual propietaria– era la mejor forma de inaugurar el histórico recinto regionalista, reliquia de unos tiempos y unos modos que se fueron, puerta del campo en la orilla de la ciudad y monumento recuperado del arte regionalista, el que más y mejor representó la Sevilla de la Edad de Plata. La Real Venta de Antequera ha resistido contra viento y marea, cercada por bloques desarrollistas, forrada de maleza y jaramagos, remendada de desconchones... pero el tesón de Lola Rojas y Daniel de la Fuente ha obrado el difícil milagro.

Sin desprenderse de la teba ni la corbata, el diestro sevillano secundó a Pepe Luis Vázquez, que abrió el tentadero inaugural con esas formas suaves, naturales –herencia de los viejos– que trajeron aires de otro tiempo para lidiar sendas reses –una becerra colorada y un precioso añojo– de Fernando Sampedro y Manuel Vázquez Gago. En el pabellón anexo a la placita de toros, una fotografía de Arjona recordaba a su propio padre, apoyado en uno de los burladeros recuperados junto a Antonio Bienvenida, no mucho antes de su trágica y absurda muerte en El Escorial. Porque hablar de la Venta de Antequera es hablar de la historia viva del toreo sevillano, que no se puede entender sin el recordado manifiesto del ganado en las vísperas de feria en esos corrales resucitados que estuvieron a punto de convertirse en un impersonal supermercado.

Tres toracos de Fermín Bohórquez y una parada de mansos recordaban aquella vocación expositiva que la actual propiedad del recinto pretende recuperar interpelando a todos los actores del toreo. Así lo pidió Francisco Jódar –que pertenece al equipo directivo– recordando que «todo lo relacionado con el toro bravo está denostado». De la misma forma, advirtió, «acciones como esta son fundamentales para su promoción y arraigo en la sociedad». Y hablando de sociedad, la de Sevilla se dio cita este viernes en este rincón de Bellavista para acompañar a la familia Rojas de la Fuente.

El sacerdote Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp fue el encargado de bendecir esta nueva etapa bajo un imponente azulejo del Señor del Gran Poder. Dueño de la escena, el cura recurrió al Nazareno de San Lorenzo –Rey de reyes– para recordar que fue Alfonso XIII el que confirió el título de real a este recinto que pisó en 1930, en coincidencia con la Exposición Iberoamericana. Una cosa trajo la otra. Jiménez Sánchez-Dalp señaló que «cuando uno pisa el albero se acuerda de España y pido especialmente por nuestra patria y por el Rey; debajo del Gran Poder pido su bendición y protección para todos». Tres golpes de agua bendita sellaron el acontecimiento. ¿Alguien da más?


UN POCO DE HISTORIA

La Venta de Antequera fue fundada en 1916 junto al viejo camino de Cádiz por Carlos Antequera, que había sido mozo de espadas del diestro sevillano Antonio Fuentes. Sus mayores esplendores llegan a raíz de su conversión en pabellón de las tierras de Jerez para la Exposición Iberoamericana de 1929. Dos años antes había servido para reunir por primera vez a los poetas de la generación del 27.

Las distintas bodegas –González Byass, Domecq, Osborne, Marqués de Mérito, Garvey, Sánchez Romero y Agustín Blázquez– se esmeraron en poner lo mejor de las artes y los oficios del arte regionalista en las distintas estancias para promocionar sus vinos en coincidencia con la muestra iberoamericana.

El preciosista recinto –apoteosis de la azulejería, la forja y la arquitectura popular– se convertiría en un referente inexcusable como escenario del manifiesto de las reses que se lidiaban en la Feria de Abril, una costumbre perpetuada a través del tiempo que fue languideciendo en los años 80 del pasado siglo XX. La última corrida expuesta en los corrales –que estuvieron a punto de ser recalificados para levantar un supermercado– fue una de Miura. La mató Espartaco en solitario en la feria de 1987. A partir de ahí llegó un progresivo abandono aunque en el imaginario de los sevillanos de cierta edad permanecía el recuerdo de un recinto unido al ocio y, sobre todo, al ambiente taurino de la ciudad.