Apunten los datos: se llamaba Orgullito. Estaba marcado con el hierro de Garcigrande y el número 35; dio 528 kilos en la báscula y había nacido en la dehesa charra de la familia Hernández en diciembre de 2013. El Juli le abrió de nuevo las puertas del campo e inscribió su nombre en los anales de la plaza de la Maestranza. Orgullito, indultado en Sevilla, ya está en la historia.
Era la mejor manera de homenajear a una vacada y un ganadero, Domingo Hernández, tan estrechamente vinculados a la carrera del diestro madrileño que, celebraba de paso su vigésimo aniversario de alternativa en una de las plazas que mejor le han visto. Hoy igualó a Curro Romero en el registro de Puertas del Príncipe; sólo le queda una para emular a Espartaco, actual guardián del mítico arco que se mira en el Guadalquivir.
Julián ya había cortado las dos orejas del segundo cuando saltó ese Orgullito, un toro que cantó su buen aire en los capotazos iniciales a pies juntos pero, especialmente, en las estupendas verónicas de un quite que el torero madrileño remató con media de aire abelmontado. El toro metía la cara de cine en la brega y los hombres de El Juli, conscientes de lo que podía pasar, funcionaron como una maquinaria perfectamente engrasada. El elegante galope en banderillas hacía presagiar el acontecimiento que iba a llegar y el torero, arreado, lo brindó al personal entre clamores.
A partir de ahí surgió el toreo como un torrente cristalino que se acabó convirtiendo en un río desbordado. El Juli lo bordó desde el macizo inicio en una faena que comenzó fluyendo como un concertino -los muletazos a cámara lenta ya son los mejores de la feria- y acabó convirtiéndose en una orquesta desatada. Julián toreó con el alma y reveló todos sus registros. Primero se había abandonado a su alma de artista pero la bravura del animal, que se venía de largo sin ser citado, fue dando argumentos a un trasteo que que ya era un clamor cuando el grandioso diestro madrileño enterró las bambas de la muleta en la arena y tiró de aquella embestida casi perfecta. Julián se marchó de la cara y se mascó el indulto, aclamado con fuerza desde el tendido mientras la plaza se convertía en un auténtico manicomio. Pero aún había que convencer al presidente a base de series y más series de extraordinarios muletazos dichos en redondo que sólo podían tener un desenlace: el perdón de la vida del excepcional ejemplar. El Juli lo acompañó hasta chiqueros. El presidente, Pepe Luque Teruel, le concedió las dos orejas que no paseó. ¿por qué no darle el rabo que se había ganado en justicia?
Como no podía ser menos, el torero sacó a Justo Hernández, hijo del forjador de la vacada, a compartir la vuelta al ruedo. Antes le había brindado la muerte del segundo, un toro abrochadito y de buena nota al que entendió desde el principio. Barroso lo había picado en maestro y El Juli le enjareto una faena de excelente trazo, de muletazos largos y hondos, de naturales dibujados y series dichas para dentro en las que acertó a pulsear una embestida que sólo tenía un pero: la justeza de su motor. Julián le dio aire y en un cambio por la espalda amarró nuevos muletazos por la izquierda antes de acabar su faena muy metido entre los pitones. La estocada amarró las orejas pero, ya saben, quedaba lo mejor.
Otra oreja se llevó Enrique Ponce del segundo de su lote después de haber tenido pocas opciones con el blando primero, un ejemplar al que doblegó antes de que se orientara. Y algo le vio a ese cuarto cuando se decidió a brindarlo a la parroquia. Después llegó una faena algo desigual, movida de terrenos y adaptada al temperamento manso del animal. Fue grandioso el comienzo, con una excelente serie diestra que levantó un clamor pero no gustó tanto el recurso, que no siempre encontró, de aprovechar la inercia de los viajes en esos artificiosos muletazos en noria. Fue más natural, valga la redundancia, su toreo por naturales y, especialmente los bellos muletazos genuflexos antes de que se rajara. Lo mató pronto y lo mató bien. Talavante ni existió: cortó por lo sano con el vacío tercero y pasó un mal rato con el duro sexto, que le pidió el carnet.