Toros

Los Gallo y Margarita Xirgú: una fiesta en Pino Montano

José Gómez Ortega agasajó a la famosa actriz catalana en la mítica finca familiar en el invierno de 1916. La celebración –las historias se repiten- no se libró de las críticas de un periódico balear escrito en catalán

28 dic 2018 / 11:17 h - Actualizado: 28 dic 2018 / 11:38 h.
"Toros"
  • Gallito bailando con Margarita Xirgú. / La Lidia-Archivo Luis Rufino
    Gallito bailando con Margarita Xirgú. / La Lidia-Archivo Luis Rufino

Lo publicaba Máximo Gim en la revista ‘La Lidia’ publicada el 7 de febrero de 1916 bajo el título de ‘Cosas de los catalanes’. El riquísimo archivo del investigador y coleccionista Luis Rufino Charlo ha permitido rescatar los detalles de aquellos acontecimientos que, una vez más, certifican la vigencia desacomplejada del mundo del toreo en aquellos años irrepetibles. Pero, ojo, no llovía a gusto de todos... “Un periódico de Palma, que se publica en catalán, inserta un artículo contra la eminente actriz Margarita Xirgú, que como se sabe, es también hija de Cataluña”, señalaba el cronista advirtiendo que “en ese trabajo periodístico se abomina de esa bella e insigne actriz porque hallándose con su compañía actuando en un teatro de Sevilla fueron ellos y sus compañeros galantemente invitados por los hermanos Gallos para asistir a una clásica fiesta andaluza...”. Era la segunda fiesta que los Gómez Ortega organizaban para la famosa actriz de la época.

¡Quién hubiese imaginado que por ceñir el talle con un mantón de Manila, prenda más que sevillana, típicamente española, iba a fulminar un articulista de un diario de Palma tan gran anatema, negándole á la Xirgú el agua y el fuego, el talento y la gracia, la belleza y el genio!”, exclamaba Máximo Gim en su crónica de aquel festolín celebrado –seguramente- en los primeros días de enero de 1916, hace casi 102 años. ¿Conocía ya José a la Xirgú? ¿Se la presentó su cuñado Ignacio Sánchez Mejías? La actriz, eso está claro, catalizó el vínculo del polifacético matador con los futuros poetas de la generación del 27 –pudo ser el puente entre Ignacio y García Lorca- que se reunirían una década después y en la misma finca –ya en propiedad de Ignacio- tomando espíritu de grupo y generación literaria. Y hay que volver a lo mismo: el toro se desenvolvía en el mundo de la cultura, preludiando los años luminosos de la Edad de Plata, con una desenvoltura que hoy causa envidia.

Los Gallo y Margarita Xirgú: una fiesta en Pino Montano
Los Gallo, Joselito y Rafael. / La Lidia-Archivo Luis Rufino

Pero ésa es una historia que ya les hemos contado. Nos interesa ahora seguir con los comentarios de Máximo Gim, que permanecen de rabiosa actualidad. “El gran pecado de la Xirgú, que ahora se la quiere hacer purgar con esa ridícula excomunión, no es el ‘agarrao’ de ayer, ni el mantón de Manila, ni la manzanilla, ni el baile por sevillanas, es que Margarita, ídolo de sus paisanos cuando era el alma del teatro catalán, comprendiendo que su arte no podía reducirse al cercado campo de un dialecto, se lanzó a la escena del teatro castellano. ¡Margarita habla el castellano! ¡Representa comedias y dramas escritos en castellano! Y los castellanos la quieren, la admiran, sienten por ella esa veneración que se otorga al genio. He aquí el gran pecado de la Xirgú...”. Estas líneas parecen escritas hoy, cuando el debate de la españolidad de Cataluña no se apea de la primera línea informativa y el separatismo vuela los últimos puentes con el resto del país. ¿La historia es cíclica? Podría ser...

Los Gallo y Margarita Xirgú: una fiesta en Pino Montano
La información en La Lidia. / La Lidia-Archivo Luis Rufino

En un número anterior de ‘La Lidia’ –la edición del 10 de enero de 1916- y firmado por Durabat se hace un retrato más minucioso del desarrollo de aquella fiesta en honor de Margarita Xirgú. El cronista, por cierto, llama a la finca equivocadamente “Torremontano”. “Quiso Gallito rendir un tributo de admiración a la insigne trágica y allí en el campo donde resaltan más la belleza de las cosas, dio la fiesta con todo el sabor de los cortijos de Andalucía, donde los toros y las guitarras, la majeza y el vino, los cantares y su cielo hacen un paraíso de aquella bendita tierra”, exclama el tal Durabat afirmando que “seguramente no olvidará la eminente actriz tal obsequio en toda su vida, como no dejará de admirar eternamente el insuperable arte y prodigalidad del menor de los Gallos, esa dinastía de grandes artistas”. Gallito hasta debutó como ganadero en aquella jornada lidiando –y estoqueando- varios becerros. Los miembros de la compañía teatral no dudaron en torear, con Ricardo Puga –estrella de ‘Los intereses creados’- a la cabeza. “Se hartaron” insiste el cronista. Las imágenes permiten comprobar que la plaza estaba pintada tal y como se mantuvo hasta hace muy pocos años, hasta su venta por parte de la familia Ruiz de Alda a los Rodríguez de Moya; provista de una barrera y un callejón que desaparecieron posteriormente. “Joselito tuvo tres éxitos en una sola tarde”, prosigue Durabat destacando sus facetas de torero y ganadero, pero también de artista, “ofreciendo una fiesta a la Xirgú en la que la alegría y el arte se dieron la mano”. ¿Tuvo amores José con la actriz catalana? La relación entre el torero y la artista, probablemente, no pasó a mayores, pero la gran reina del teatro de aquella época recibió el brindis de una de las mejores faenas de su carrera, en la Feria de Abril de 1920. Era la última que toreará José...

Máximo Gim volvía a la carga en torno al guateque de Pino Montano en la edición de ‘La Lidia’ del 17 de enero. El escritor hablaba de esa fiesta haciendo un canto costumbrista. “Ningún torero, hasta los últimos años del siglo pasado, pensó en trocar el clásico calañés o el airoso sombrero de ala ancha, por el aseñoritado frégoli... nadie de entre los toreadores de entonces pensó que pudiera sustituirse el traje corto por la americana entallada o el ribeteado smoking”, enfatizaba el cronista haciendo alusión a los cambios de indumentaria de los toreros que, eso sí, aún conservaban la ancestral trenza, símbolo sacrosanto de la profesión.

En base a ese canto melancólico, Gim alaba la majeza castiza de los Gallo, que mantienen el clásico tipo taurino en la plaza, pero también en la calle. El marco, la finca de Pino Montano, es definido por el cronista como “un salón de festejos, que adorna el Sol ardiente que estudia sus sonrisas en los remansos del Guadalquivir”. El escritor florea al verbo al señalar que “la manzanilla se desliza tranquila y resignada de las botellas a las cañas”. Pero el narrador también recoge la lidia de una becerra del hierro familiar –él lo adscribe a Rafael- en la que toman parte, entre otros próceres y amigos, Pickman, Martínez de León y los toreros Curro Vázquez, Olmedito, Calvache y el Almendro además de los actores de la compañía de Margarita Xirgú. A partir de ahí, el retrato de la fiesta se desmadra hasta hablar de Joselito: “Ustedes se han fijado lo que se arrima a los toros cuando quiere, que parece que se los va a comer? Pues, como quería, se ceñía como una hiedra bailando con la Xirgú...”. La fotografía del momento, que no engaña, es elocuente...