Los ‘urquijos’ del día de la Ascensión

La leyenda del currismo se cimentó el 19 de mayo de 1966, hoy hace medio siglo

18 may 2016 / 21:30 h - Actualizado: 19 may 2016 / 09:31 h.
"Toros"
  • Curro Romero abrió la Puerta del Príncipe por segunda vez en su carrera hace medio siglo exacto. / Archivo A.R.M.
    Curro Romero abrió la Puerta del Príncipe por segunda vez en su carrera hace medio siglo exacto. / Archivo A.R.M.

Sevilla, 1966: «Lo más trascendental de este año aconteció la tarde del 19 de mayo», escribía el recordado periodista sevillano Filiberto Mira en su recurrente Cien años de toreo en Sevilla. «Fue en este día cuando nació el mito, comenzó la leyenda y se dilató la exageración hasta superar todo lo imaginable», evocaba el veterano informador añadiendo que aquel Jueves de la Ascensión «se alumbró cuanto de hipérbole tiene el currismo». José Carlos Arévalo y José Antonio del Moral hablan de «desquite inenarrable» apuntando a los discretos resultados de su paso por la Feria de Abril de aquel año pero... ¿qué sucedió aquella tarde de mayo de hace medio siglo exacto?

Las cosas no le habían rodado a Curro Romero en la Feria. Había resultado triunfador otro camero, el gran Paco Camino, que no prodigó demasiado su magisterio en la plaza de su tierra. Pero, ojo, 1966 también fue el año de la famosa faena de El Viti al toro de Samuel Flores y hasta de la presentación como novillero y matador –en mayo y octubre– de un jovencísimo Paquirri que abrió su primera Puerta del Príncipe. Pero el futuro Faraón, que había tomado la alternativa siete años antes en la plaza de Valencia, pasó con más pena que gloria por los festejos de farolillos. Curro había contratado tres tardes en el ciclo: el 16 de abril con Ostos y El Cordobés para estoquear un encierro de Benítez Cubero; el 20, con Victoriano Valencia y El Viti para despachar los samueles y, finalmente, de nuevo con Jaime Ostos y su vecino Paco Camino con toros de Alipio Pérez Tabernero. El camero pasó en blanco por las tres y en la tercera tarde, aciaga, se produjo aquel célebre grito de un aficionado del tendido: «¡Curro, ya llegará el verano!». Había que hacer algo.

En esas circunstancias se forja la organización de la corrida con una fecha que entonces era festiva –el jueves de la Ascensión– y un destino muy concreto: la Cruz Roja Española. Cuenta Antonio Petit que la idea de afrontar ese reto fue de José Ignacio Sánchez Mejías, hijo del recordado diestro y apoderado del camero que sabía bien lo que se jugaba. Se trataba de poner el ansiado no hay billetes fuera del abono y restañar los platos que se habían roto en la Feria. Diodoro Canorea, que se apuntaba a un bombardeo, sumó su entusiasmo a la idea y el acuerdo final se cerró en 600.000 pesetas de entonces -3.600 euros de hoy- no sabemos si con la condición de dejar las taquillas sin un solo papel.

La valiosa hemeroteca de El Correo de Andalucía rescata la crónica de Delavega, veteranísimo crítico titular del decano de la prensa sevillana en aquella década prodigiosa. Con el epígrafe habitual de Torerías, Delavega describe el acontecimiento bajo el titular de La tarde inolvidable de Curro Romero: «Escríbase esta fecha con letras de oro en los anales de la plaza de la Real Maestranza de Sevilla. Curro Romero ha matado él solo seis toros. Seis toros de seis estocadas. Un curso completo de arte del toreo. Ocho orejas cortadas. La Puerta del Príncipe que se abre de par en par para que por ella salga el TORERO, así con mayúsculas».

A Curro le bastaron una hora y tres cuartos -la duración habitual de las corridas de entonces- para salir a hombros por el Paseo de Colón y llegar al hotel con el traje destrozado por los aficionados. «Ha toreado con el capote en los seis toros; le ha hecho faena de muleta a los seis; siempre a dos dedos de los pitones; siempre rebosando arte en lo que hacía...». Delavega narra faenas de muleta «en las que el toreo en redondo encontraba la más maravillosa explicación que pueda darse, y los pases ayudados por alto eran arcos de triunfos bajo los que pasaba el toro noble...”. El veterano cronista va más allá y habla de un toreo «que huele a retama, a tomillo, a romero... porque para escribir lo que hizo Curro ayer no tenemos que recurrir a la cursilería del frasquito de esencia ni se puede escribir de rosas, de claveles o de nardos».

Tampoco hay que olvidar que el milagro currista fue posible gracias a la colaboración de un encierro de Carlos Urquijo -la actual ganadería de la familia Murube- que envió a los corrales de la Maestranza seis excelentes ejemplares desde la mítica finca de Juan Gómez, en los campos de Los Palacios. Delavega alude a una corrida «superior, preciosa de lámina, alegre en la embestida» y, finalmente, traza un paralelismo con la festividad de la Ascensión: «Ese día Curro ascendió a la cima del arte del toreo; de ahí no habrá quien lo mueva». Había nacido una religión.