Miura: Toros, caballos y hombres

La mítica ganadería celebró su inminente 175 aniversario con un histórico tentadero a campo abierto en la finca Los Gallos que contó con el concurso a pie de Pepe
Luis Vázquez y Eduardo Dávila Miura

22 abr 2017 / 21:49 h - Actualizado: 23 abr 2017 / 23:18 h.
"Toros"
  • Los diestros Pepe Luis Vázquez y Dávila Miura –que luego torearían a pie– posan delante de la impecable tropa de jinetes antes del comienzo del tentadero en la finca ‘Los Gallos’. / Reportaje gráfico: Juan Raya
    Los diestros Pepe Luis Vázquez y Dávila Miura –que luego torearían a pie– posan delante de la impecable tropa de jinetes antes del comienzo del tentadero en la finca ‘Los Gallos’. / Reportaje gráfico: Juan Raya
  • Toto Miura y Juan Cid junto uno de los hombres de la casa.
    Toto Miura y Juan Cid junto uno de los hombres de la casa.
  • Miura: Toros, caballos y hombres

sevilla{El viento solano, el mismo que desasosiega a los hombre y encabrita el ganado, soplaba con fuerza en esa mesa elevada que sirve de corredero. Las manchas de dehesa de Zahariche se la abrían más abajo y la cinta de la sierra –un interminable brochazo pardo– ponía lindes al horizonte y marcaba el Norte. El viaje nos había llevado a las lindes de los Los Gallos después de bajar del alcor de Carmona –abandonando la autovía– para buscar las terrazas fértiles que anticipan la Vega. El puente de hierro de Lora del Río marca el comienzo de la carretera de La Campana que cose, una a una, las fincas de Los Gallos y Zahariche. Pero el destino de ese día luminoso de primavera era la primera, una de las tierras imprescindibles de la larga historia campera de la familia Miura que el próximo 15 de mayo va a celebrar el 175 aniversario de una vacada que no se puede entender sin el apellido que nunca la abandonó.

Hay que retroceder hasta 1842 para refrescar una historia conocida. El industrial sombrerero Juan Miura –tatarabuelo de los actuales propietarios– accedió a los deseos de su hijo Antonio, un consumado caballista y amante del campo que fue el verdadero inspirador de la vacada. Juan Miura se hizo ganadero con la compra de una punta de vacas de Antonio Gil Herrera que procedían de Gallardo. Pero la génesis definitiva de la ganadería llegaría siete años después con la adquisición de casi 400 reses de Albareda, procedentes de la mítica torada utrerana de Cabrera que se aumentaron con la compra posterior de la ganadería de Jerónima Núñez de Prado –de idéntica raíz Cabrera– y el cruce posterior, en 1854, con dos toros vistahermoseños de Arias de Saavedra. Se había forjado el legendario toro de Miura enhebrado a un apellido y un concepto que ha permanecido inalterable a lo largo de esos 175 años de bravura y tradición.

Antonio Miura Fernández, ya lo hemos dicho, fue el auténtico forjador de la ganadería que –marcando la pauta del futuro– pasaría a ser dirigida por su hermano Eduardo, el de las célebres patillas, a partir de 1893. Bajo su mando se alcanza la cifra mítica de las mil vacas de vientre y hasta se consolida la leyenda trágica del célebre hierro, marcado por dos muertes que forman parte de la historia doméstica de este país: la de Espartero, cogido por Perdigón en 1894 en la plaza vieja de Madrid; y la de Manolete, fatalmente corneado por Islero en la tarde infausta del 28 de agosto de 1947 en Linares marcando el fin de toda una época.

De Don Eduardo Miura Fernández, la ganadería pasó a sus hijos, los hermanos Eduardo y José Miura Hontoria, los llamados niños Miura que, finalmente, ceden en 1940 la ganadería a Eduardo Miura Fernández, hijo de Antonio, sobrino de José y padre de los actuales criadores, los hermanos Eduardo y Antonio Miura Martínez que también tienen su heredero: Eduardo Miura Fanjul.

La relación de la familia Miura con las tierras de Lora era antigua pero fue el matrimonio de Eduardo Miura con doña Mercedes Martínez el que determinó el traslado definitivo de todas las reses a Zahariche, actual solar de la ganadería que marca su territorio con las inquietantes calaveras de cabestros que orlan la puerta del carril.

Pero el viaje nos había conducido a la finca vecina, Los Gallos, para asistir a un tentadero histórico que reunió a una tropa de jinetes imprescindibles de la Baja Andalucía –el propio Antonio Miura, Álvaro Domecq Romero, Humberto Domecq o Juan Cid, además del joven rejoneador Pablo Guerrero Domecq, último eslabón de la saga jerezana– para conmemorar la efemérides. A pie esperaban dos matadores de toros: Pepe Luis Vázquez, torero y hombre de la casa, y Eduardo Dávila Miura que ya vela sus armas antes de volver a estoquear la ganadería familiar en el trascendental ruedo de Las Ventas con motivo de ese 175 aniversario. Se habían apartado cuatro vacas dispuestas en los corrales de Los Gallos, a contraquerencia de sus cerrados naturales de Zahariche en una carrera de Poniente a Levante. El galope tendido, la precisión de las garrochas, el silbido del viento y las espectaculares echadas del ganado formaban un espectáculo fabuloso. Pepe Luis y Dávila alternaron a pie después de probar las vacas en el severo fielato del peto del caballo de picar. Eduardo, impecablemente vestido de corto, mostró que se encuentra más que preparado para afrontar el reto madrileño. Pepe Luis, torerísimo con su clásica chamarreta, dejó pinceladas de ese toreo natural y sin tiempo que se injerta en el tronco taurino sevillano.

Aquella era una fiesta de amigos pero... qué amigos. Del actual duque de Alba a la más encopetada aristocracia campera –José Murube, Aurora Algarra, el conde de La Maza, Javier Buendía, Santiago León Domecq, Sancho Dávila, Manolo González o Álvaro Martínez Conradi– instalada en los remolques, la lista de apellidos repasaba la intrahistoria historia del campo bravo andaluz. Por allí andaba –inconfundible bajo su sombrero de ancha cinta negra– Ignacio Sánchez-Ibargüen, conde de Miraflores de los Ángeles y sobrino de Fernando Villalón, el poeta del 27 y jinete que soñaba con criar toros de ojos verdes en sus campos de Morón de la Frontera...

Eduardo Miura no podía disimular su satisfacción sin renunciar a su sobriedad campera. «No presumo de lo que soy pero estar 150 de esos 175 años en el pelotón de delante no es fácil», señaló el veterano criador desde la atalaya de su jaca torda. «Este es el estilo que nos han dado; yo lo aprendí de mi padre y él, de su abuelo y su tío... ese es el estilo que intentamos mantener sin renunciar a la evolución», señaló el ganadero, satisfecho del juego de las becerras tentadas a campo abierto pero atento a la camada que se lidiará en este año especial: «Los toros no saben si cumplimos 175 años y en eso todo será igual», apostilló. Su sobrino Eduardo, en un descanso de la faena, rubricaba las palabras de su tío. «Esto es emocionante; me he acordado de mi abuelo y creo que estas cosas hay que celebrarlas y valorarlas». Pepe Luis, rejuvenecido, se sentía parte de esa historia casi bicentenaria: «Es importante estar aquí hoy, celebrando el cumpleaños de una ganadería señera; pertenezco a esta casa desde que me inicié; mi padre se llevó aquí toda su vida...».

Al tomar de nuevo el camino de Lora –el sol empezaba a descender sobre los alcores del Aljarafe– era inevitable recordar las palabras de don Álvaro Domecq y Díez en ese testamento vital que se llamó El toro bravo: «Dios quiera que nunca desaparezca de mi mente ese idilio de sol, de campo, de gloria, de caballo y de hombre, porque quizá, casi seguro. Él fue el que me dio sentimientos y afición para querer el toro el campo y el caballo». ~