Notas cordobesas

Finito cuajó un trasteo que pudo ser incompleto e imperfecto pero estuvo cargado de sabor, torería y buen gusto. Luque apretó sin tener toros. Desdibujado Manzanares...

21 abr 2015 / 22:11 h - Actualizado: 22 abr 2015 / 12:30 h.
"Feria de Abril","Feria de Abril 2015","José María Manzanares"
  • Finito de Córdoba. / José Luis Montero
    Finito de Córdoba. / José Luis Montero
  • Finito de Córdoba. / José Luis Montero
    Finito de Córdoba. / José Luis Montero
  • Finito de Córdoba. / José Luis Montero
    Finito de Córdoba. / José Luis Montero
  • Daniel Luque. / José Luis Montero
    Daniel Luque. / José Luis Montero
  • Daniel Luque. / José Luis Montero
    Daniel Luque. / José Luis Montero
  • José María Manzanares. / José Luis Montero
    José María Manzanares. / José Luis Montero
  • José María Manzanares. / José Luis Montero
    José María Manzanares. / José Luis Montero
  • Un grupo de chicas de mantilla observan la novena corrida de abono de la Feria de Abril de Sevilla. /
    Un grupo de chicas de mantilla observan la novena corrida de abono de la Feria de Abril de Sevilla. /

Ganado: Se lidiaron seis toros de Moisés Fraile, bien presentados y de grandes cajas y alzadas correspondientes al tipo de la casa. En la corrida hubo tres y tres. Los mejores fueron el primero -manejable y noble- el buen segundo y el boyante sexto. Tercero -blando y rajado-, cuarto -sin clase- y quinto -manso absoluto- no sirivieron para el toreo.

Matadores: Finito de Córdoba, de corinto y oro, ovación tras aviso y silencio. José María Manzanares, de negro y azabache, silencio tras aviso y silencio. Daniel Luque, de noche y oro, ovación tras aviso y silencio.

Incidencias: La plaza casi se llenó -no hubo apreturas ni se colmaron los altos impares de sombra- en tarde radiante y calurosa. Brilló la cuadrilla de Manzanares al completo y también saludaron los hermanos Neiro tras parear el quinto. Manzanares pasó a la enfermería tras pasaportar al segundo y fue atendido de un cuadro de gastroenteritis y deshidratación que le obligó a correr el turno. Salió en sexto lugar a matar el segundo toro de su lote.


Sonó Manolete y nos quitamos mil años de encima. La memoria voló a otros tiempos, a otros mundos -seguramente a otras ilusiones- y nos condujo de la mano hasta aquella edad de oro de los novilleros en la que Finito rompió en promesa de torero grande. Posiblemente nunca fue capaz de aprovechar los talentos que le había regalado la providencia pero sí dejó -para deleite y recuerdo- algunas piezas de recreo que aún nos alimentan.

La de ayer era su vuelta a Sevilla después de varios años ausente, espoleado por este otoñal rejuvenecimiento que le ha llevado a firmar faenas aquí y allí que nos hacían maldecir la falta de decisión en tantos momentos clave. Pero Finito venía a torear. Y el primero de la tarde, un serio ejemplar muy en el tipo de la vacada charra de El Pilar le permitió querer siempre y poder casi siempre. El Fino ya rompió la baraja enroscándose al animal con tres medias verónicas que pusieron punto y aparte. Premioso y suelto en la lidia, el animal quedó visiblemente quebrantado después de una monumental costalada. Pero no iba a importar. El mejor Finito le enjaretó tres muletazos de los suyos que amarró con un remate inclasificable; hubo una más, algo más atropelladita y un nuevo muletazo de fantasía.

La gente supo verlo y se metió de verdad en la faena, que prosiguió trufada de calidad, personalidad -también algún altibajo- por ambas manos mientras arrancaba Manolete, ese Amarguras de los pasodobles taurinos que también saludó una excelente serie al natural que nos hizo frotar los ojos. ¿Será posible, a estas alturas? Pues fue posible, hubo imaginación, esfuerzo y esa imperfecta expresión que convirtió el trasteo en arte. ¿Apuró al toro Finito? Y qué más da... Si el acero hubiera entrado pronto y bien habría cortado una oreja de oro viejo. Habría sido un poco de todos... El cuarto de la tarde, que no tenía clase ni recorrido, no era el mejor material para el trabajo de un orfebre. Ya teníamos bastante.

El caso es que en la corrida hubo otros dos toros cargados de posibilidades y le tocaron ¡ay! a un Manzanares en busca de su propio hilo que hizo el paseíllo mermado de facultades. Después de matar al segundo tuvo que pasar a la enfermería aquejado de un cuadro de gastroenteritis y deshidratación y no salió -después de correrse el turno- hasta que los clarines anunciaron la salida del sexto. El Manzana sorteó el lote de la corrida y su complicado momento no le permitió reeditar las grandes obras que en este mismo ruedo le hemos visto. Dicho esto merece la pena hacer un alto. Hoy se habla de Josemari como una especie de farsante pero conviene recordar las tardes apoteósicas que le convirtieron en la gran figura que es. Y no es la primera ni la última que atraviesa un bache que, como tantos, superará para resurgir recrecido.

Volviendo al hilo del festejo, hay que destacar la templanza y la clase del capote del alicantino en sus dos toros. Al segundo, que derribó a Barroso, también le recetó Luque un puñado de lampreazos que revelaron su excelente momento. Con ese animal, Manzanares se empleó en un largo trasteo en el que hubo tantos esfuerzos como falta de resolución. El diestro de Alicante sobó y sobó la embestida del toro de El Pilar pero la faena nunca tomó vuelo y la espada -esta vez- se atascó. Tampoco pudo ser con el sexto, descubierto para el gran público en el capote cósmico de Curro Javier. El Manzana volvió a pasar mucho tiempo en la cara con continuo cambio de terrenos sin terminar de verlo claro. Le queda una.

Nos quedamos con ganas de ver a Luque con otros toros. El joven matador de Gerena transmite buenas sensaciones; seguridad en la cara de los toros; compostura natural y ese estado de gracia que hace brotar el toreo como una prolongación de la yema de los dedos. Da gusto ver a Luque manejando el capote: en los lances de recibo; en la brega y la lidia o en esos detalles -hay que anotar una hermosa tijerilla o un capotazo completamente circular que paró al quinto- que le hacen un intérprete indiscutible del toreo de capa. Pero Daniel no tuvo toros aunque exprimió al máximo al manso y rajado que hizo quinto. El joven diestro toreó con bellísimo trazo al natural antes de meterse entre los pitones y rematar su labor con las ceñidas luquecinas, marca de la casa. No había venido a pasearse pero no tuvo ninguna opción con ese quinto que hizo cosas muy raras de salida y acabó rajándose por completo.