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Actualizado: 15 abr 2019 / 10:28 h.
  • Belmonte de nazareno del Cachorro (i) y Joselito de la Macarena. / El Correo
    Belmonte de nazareno del Cachorro (i) y Joselito de la Macarena. / El Correo

La capillita de toreros de la plaza de la Maestranza esconde algunas de las claves del fervor de los coletudos. A ambos lados del retablo dieciochesco que acoge la imagen de Nuestra Señora de la Caridad -que fue adquirida en 1947 por la corporación nobiliaria en el mercadillo del Jueves- figuran los azulejos de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y María Santísima de la Esperanza Macarena. Con la Virgen del Rocío, forman una particular trinidad taurina que no falta en ninguno de los altares de los toreros, en los que -como en botica- hay de todo. Pero la relación del gremio de las sedas y los oros con las cofradías sevillanas es antiquísima. No hay que olvidar que el mayor vivero taurino de Sevilla, el barrio de San Bernardo, creció paralelo al viejo matadero. Curro Cúchares, el legendario diestro decimonónico, llegó a ser hermano mayor de la corporación del Miércoles Santo y sus restos, traídos desde Cuba, reposan hoy a los pies del Cristo de la Salud en el mismo lugar en el que, no sabemos cuándo, descansará para siempre Pepe Luis Vázquez. Su hermano Manolo, además, fue hermano mayor de la Cofradía. Pepe Hillo, el encarnizado rival de Pedro Romero, regaló una imagen de San José que aún conserva la cofradía del Baratillo ante la que rezaba en remotas tardes de toros -hace más de dos siglos- en el viejo coso del Arenal.

Ordóñez y la Soledad

Las antiguas fotografías también rescatan la imagen de un Ordóñez juvenil, ofrendando un vestido de torear a la última dolorosa de la Semana Santa. La Soledad aún salía en la tarde del Viernes Santo. El maestro de Ronda, como sus cuatro hermanos toreros, la acompañó muchas veces de maniguetero con antifaz de terciopelo negro. Las circunstancias sociales y personales le llevarían a empuñar la vara dorada de la Esperanza de Triana pero su devoción primera, y la de todos los suyos, siempre fue la Virgen de la Soledad. Eso sí, la devoción a la dolorosa de la calle Pureza prendió con fuerza en su yerno Francisco Rivera Paquirri, que llegó a salir en la presidencia del Señor de las Tres Caídas. Esa fidelidad ha pasado a sus hijos y sus nietos. Francisco Rivera Ordóñez, que perteneció a la junta de gobierno de la cofradía de la madrugada, sigue saliendo de costalero en el paso de las Tres Caídas. Su hermano Cayetano, además, sale a las plazas con un capote de paseo bordado con la Esperanza vestida de reina.

Belmonte y el Cachorro

La vinculación de Juan Belmonte con la hermandad del Cachorro también es muy conocida. El Pasmo de Triana, único dueño de su destino, se quitó la vida en un domingo de Pregón, a una semana justa de la Semana Santa. Dicen que tenía su papeleta de sitio en el bolsillo. Eso sí, fue vestido con la túnica de nazareno para el viaje definitivo después de sortear el severo juicio eclesiástico de la época. Pero hay historias más recientes, como la de Eduardo Dávila Miura que volvió al museo de la Macarena para pedir el vestido que él mismo había donado. Se lo puso hace dos años en su reaparición puntual en Madrid al cumplirse el 175 aniversario de la ganadería familiar. El traje, cumplida su función, volvió a las vitrinas de la cofradía en la que hoy sirve como consiliario de junta. Dávila, además, ofrendó el juego de machos que cuelgan de los respiraderos del palio de la Virgen del Refugio. Y hablando de palios, los capillitas más observadores habrán podido comprobar que el angelito del llamador de la Virgen de la Caridad se toca con una montera o que los rosarios que cuelgan de los varales de Montesión fueron regalados por el diestro mexicano Carlos Arruza, el rival -y amigo íntimo- de Manolete. Este recorrido por las vinculaciones cofrades de los toreros puede concluir a las plantas de la Piedad del Baratillo. En sus filas forman algunos toreros. Uno de ellos es Oliva Soto, que escuchó ‘Caridad del Guadalquivir’ la tarde que se encerró en solitario en su pueblo de Camas. Pero la túnica azul también es vestida por Morante, que acude a rezar a la antigua capillita en esas tardes de toros que inicia arropado con un capote de paseo que lleva cosido un pequeño lienzo con la imagen del Gran Poder. Este año, por cierto, la Virgen de la Caridad estrena una saya muy especial: los bordados pertenecen a un preciado terno verde lago que regalo el propio diestro de La Puebla.

Observatorio taurino: De toreros y cofradías
La Virgen de la Caridad estrena una saya con unos bordados que pertenecen a un preciado terno verde lago que regaló Morante de la Puebla (i). / El Correo

Joselito y la Macarena

Los nexos de Joselito y su madre la bailaora Gabriela Ortega con la Virgen de la Esperanza merecen capítulo aparte. Doña Gabriela había tenido una íntima vinculación con la hermandad de la Soledad que aún conserva unas enaguas regalada por la matriarca de los Gallo. Eso sí: la cofradía y la devoción de Gallito siempre fue la Esperanza de San Gil, que le debe, en simbiosis con Juan Manuel Rodríguez Ojeda, algunas de las claves de su atavío. Joselito aún era novillero cuando se encerró en solitario en la plaza de la Maestranza para recabar fondos para algunos de estos proyectos. Parte de ese dinero sirvió para sufragar la fastuosa corona de oro realizada en la joyería Reyes. Gallito volvería a torear a beneficio de su hermandad, ya de matador, en la efímera Monumental de San Bernardo.

José, que había sufragado los candelabros de cola de Seco Imberg que completaba el fundamental palio rojo de 1908, también le ofrendó las famosas mariquillas. Son joyas de cristal verde -que participan del ‘art decó’ de la época- que el torero adquirió en una joyería de París. Con la corona de oro forma una trinidad estética en la que falta la pluma de Pabón. Se la habían regalado al famoso canónigo de Hinojos gracias una cuestación popular. Fue convocada en reconocimiento al artículo que publicó en las páginas de El Correo de Andalucía en torno al duelo y las exequias del que fue llamado Rey de los toreros. Muñoz y Pabón pegó un severo y desacomplejado repaso a la nobleza y la alta sociedad de la época que se había escandalizado por la organización de su funeral en la mismísima catedral.

Gallito había cedido también la primera Virgen del Pilar que figuró en la entrecalle del palio de la Macarena y delante de él, hablando con Juan Manuel, le preguntó cuánto valdría hacerle unos varales de oro. “Mucho, José”, fue la respuesta del reinventor de la estética macarena. A Joselito le esperaba aquel mismo año una cita con la Parca en Talavera... Rodríguez Ojeda vistió a la Macarena de luto a la muerte de José. Pero la relación afectiva no concluyó. En los años 30 se recibieron varios vestidos de torear para componer varias sayas y un manto para la sagrada imagen. Incluso llegó a circular una leyenda urbana en torno al incendio de San Gil, en julio del 36, que situaba el escondite de la Virgen en el panteón familiar de Joselito.

Perdido su templo, la Esperanza anunció el final de la Guerra en la iglesia de la Anunciación -exilio forzado por el fuego del odio- vestida con una saya blanca confeccionada con un traje blanco de Gallito, que fue guiado al más allá siguiendo la imagen de la Esperanza que sirve de mascarón de proa de esa elegía en bronce que levantó Mariano Benlliure el cementerio de San Fernando. La junta de la época también decidió emplear las monedas de plata de un soldado caído en el frente para hacer la actual imagen de la Virgen del Pilar. La pluma de Pabón, aquellas mariquillas Art-Decó y la corona de oro siguen recordando la memoria del coloso de Gelves en la devoción de su vida.