El reloj marcaba la hora y Morante, con gesto serio, comentaba no sé qué con el delegado gubernativo. Algo pasaba en el patio de cuadrillas y los toreros, diez minutos después, seguían sin salir mientras los alguaciles se paseaban por el ruedo como figuritas de una caja de música. La megafonía anunció a menos cuarto que los médicos estaban atendiendo a Cayetano resentido de la doble fractura de costillas en la enfermería de la plaza. La corrida se retrasaba diez minutos más y la tropa goyesca regresaba a la fronda...
Cayetano, por fin, se hizo visible y, con casi veinte minutos de retraso, comenzó el festejo. Morante se presentó envuelto en un deslumbrante capote de seda, ataviado con el precioso vestido goyesco diseñado por Vicky Martín Berrocal y tocado con la clásica redecilla dieciochesca. El diestro de La Puebla usó la misma prenda para parar al primero mientras Cayetano volvía al hule... Morante comenzó por alto y a la salida de un molinete rodó por el suelo. A partir de ahí se puso a torear, muy arrebujado, a un toro de embestida tarda al que cuajó al natural. El temple y la cadencia también aparecieron por el otro lado mientras Remedios Amaya se arrancaba desde un tendido. La espada, eso sí, tardó en entrar.
El diestro cigarrero, animoso, se empleó con el cuarto en un trasteo esforzado que rompió en un soberbio y lento derechazo circular. Morante perseveró sobre ese lado, sacando al bicho lo que no tenía. Los ayudados finales, gravitando sobre los pies, tuvieron sabor de otro tiempo y la espada, esta vez, entró aunque cayó baja.
Cayetano saludó al segundo por cordobinas. El animal anunciaba cosas buenas y la faena rompió sin probaturas. Eso sí, el bicho no estaba sobrado de fuerzas pero el menor de los Rivera lo templó por ambos pitones en una labor empacada. Los ayudados finales remataron el trasteo, culminado con una estocada algo trasera cobrada en la suerte de recibir. Le quedaba el quinto, con el que se entregó en una faena elegante y bien trazada que tampoco estuvo exenta de algún susto. El bicho tenía sus cositas, esperaba entre pase y pase pero su matador supo acompasarse a los acordes del pasodoble La Concha Flamenca para escenificar una labor que culminó con estatuarios y media lagartijera.
El tercero, más serio, se descoordinó nada más salir. Roca corrió turno tras el numerito para echarlo abajo. Pero el efecto Roca se materializó en un original quite por chicuelinas y en ese fulgurante inicio de faena, marca de la casa, que puso al personal alerta. Y se puso a torear: largo, hondo y por abajo; ajustado con el toro; rematando las series con chispa e imaginación... El joven matador peruano, espatarrado y sembrado por el lado izquierdo, resultó cogido de fea manera. No había pasado nada y Roca volvió por el mismo palo, se lo cambió por la espalda y le acabó formando un lío. ¿Por qué llena las plazas? Pues eso... Pero había más: unas bernardinas imposibles antes de que sonara un aviso. ¿Qué importaba? Andrés recetó una estocada de la que el toro salió rodado. Había marcado la diferencia, que mantuvo con el basto y abrochado que hizo sexto. Roca apretó desde el primer lance aunque las asperezas del bicho, brindado a los Rivera, no fueron aptas para demasiadas florituras. Ojo: se la jugó de verdad.