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Perera: otro año para enmarcar

El diestro extremeño ha cuajado una importante temporada que culmino a hombros en Madrid

07 ene 2018 / 21:48 h - Actualizado: 07 ene 2018 / 22:02 h.
"Toros"
  • La temporada de Miguel Ángel Perera concluyó por todo lo alto abriendo la Puerta Grande de Madrid. / Efe
    La temporada de Miguel Ángel Perera concluyó por todo lo alto abriendo la Puerta Grande de Madrid. / Efe

Culminaba la temporada 2014 y, estrenado noviembre, El Correo iniciaba esta serie de páginas especiales de matadores hablando de «un año para enmarcar». Era el que había protagonizado Miguel Ángel Perera en una temporada extraña y condicionada por los vaivenes de la política taurina. Eran los tiempos convulsos de aquel reivindicante senado de toreros -el llamado G-10- que, posiblemente, ha terminado siendo un solitario e independiente G-1. Aquella campaña, como otras temporadas apabullantes anteriores, deberían haberle bastado para navegar algunos años en su propia corriente, recogiendo los frutos del esfuerzo realizado. Pero la carrera del diestro extremeño, absolutamente fiel a esa independencia inculcada por su fidelísimo apoderado Fernando Cepeda, supone poner el contador a cero cuando el calendario, cada año, apunta a marzo.

2017 no ha sido una excepción a esa norma. Mientras se iban alumbrando los carteles de algunas ferias, el nombre de Perera brillaba por su ausencia. Todo estaba por hacer, por ganar, ¿por demostrar?... El año, además, quedaba condicionado por los problemas de salud del propio Cepeda, que había ido retrasando una necesaria intervención quirúrgica en beneficio de su poderdante. Pero su cuerpo dijo basta y Perera, por primera vez en mucho tiempo, comenzó a viajar solo a las plazas a partir de la feria de Algeciras. El hueco en el callejón acabaría siendo elocuente pero, ojo, el comienzo de campaña había sido fulgurante. A las dos orejas de la apertura de Olivenza le siguieron otras dos en las Fallas valencianas. El nivel se mantuvo en otros cosos menores como Cieza o Cabra, en donde indultó un ejemplar de Luis Algarra.

El 2 de mayo, después de la consabida excursión americana de Aguascalientes, le esperaba su cita única con Sevilla. Perera sorteó dos toros de la casa Matilla sin que ocurriera nada destacable, más allá de su sincero esfuerzo con un noble y soso ejemplar que no terminó de calar en el tendido. En Madrid, vencido mayo, cortó una oreja a un ejemplar de Victoriano del Río. Era el pistoletazo de salida para el largo verano taurino pero el definitivo punto de inflexión, después de los ensayos generales de Roquetas de Mar y Azpeitía, se produciría en Huelva, con Fernando Cepeda pendiente de su torero desde una remota grada. Perera desorejó por partida doble a sendos ejemplares de Borja Prado, que lidió una grandiosa corrida de toros. El extremeño ya era en el gran triunfador de las Colombinas. La crónica de El Correo, que destacó especialmente su faena al quinto, habló de un Perera «rotundo en los redondos; esplayado en el toreo cambiado...». La crónica también destacó el juego del toro de Torrealta, que «se desplazó largo, larguísimo en los naturales de Perera, que firmó una gran labor a la que no faltó su personalísima traca final». No había vuelta atrás y el torero, en su fuero interno, lo sabía.

Unos días más tarde, en el ruedo festivo de Huesca, mantuvo el mismo nivel aunque la puerta grande se resistió. No lo iba a hacer en las plazas de San Sebastián de los Reyes, Cuenca o Palencia. También triunfó en la despedida rondeña de Francisco Rivera Ordóñez; indultó un toro de Torrealta en Alcázar de San Juan y salió a hombros, consecutivamente, en las plazas de Albacete, Salamanca, Guadalajara.

Con la temporada lanzada y el motor revolucionado a pleno rendimiento había entrado en Valladolid y Murcia y vuelto a repetir en Albacete. Pero Perera, a esas alturas, sabía que podía y quería doblar la apuesta. En esa tesitura -antes de su apoteosis choquera- ya había aceptado cerrar temporada en la feria de Otoño de Madrid. En los corrales le esperaban dos toros del Puerto de San Lorenzo. Les cortó una oreja a cada uno y se merendó sin contemplaciones a sus compañeros Simón y Juan del Álamo. La salida a hombros, inapelable, era la firma de esta temporada intensa y de complejo argumento interior que ha alargado la mecha del torero de la Tierra de Barros, que atravesó la Puerta Grande enarbolando la bandera nacional de España.

La guinda de ese año de final feliz, lejos del ruedo, fue la reciente convocatoria y organización del brillante homenaje a la Generación del 27 en el 90 aniversario de su génesis entre el Ateneo de Sevilla y la finca de Pino Montano. Aquel día, Carmen Calvo le riñó cariñosamente: «tenéis que contar mejor lo que hacéis». El extremeño debió tomar buena nota. Debería hacerlo todo el toreo.