La reflexión puede escocer pero es tal cual. Si la corrida que echó ayer Victorino Martín a la plaza de la Maestranza hubiera estado marcada con otro hierro se habrían vuelto a abrir las aguas del mar muerto. Ni más ni menos. Pero el anuncio de los antiguos albaserradas cuenta con una predisposición positiva que les permitió pasar el fielato baratillero sin muchos reproches ni demasiadas preguntas. En su hoja de servicios cuentan con el indulto reciente de Cobradiezmos o el emocionante –y desigual– encierro jugado el año pasado. La memoria más lejana recuerda a Borgoñés y a otros ejemplares de nota que forjaron el prestigio de una vacada que –ésa es también la verdad– tuvo que vencer muchas reticencias para debutar en la plaza de la Real Maestranza de Sevilla. Pero de eso ya hace mucho y los grises de los campos cacereños se han convertido, por derecho propio, en un capítulo imprescindible del serial abrileño. Eso no es óbice para que los seis galafates jugados ayer puedan y deban ser juzgados con objetividad. Pero para eso hay que ir por partes...

La lidia de los seis, atendiendo a sus parejas condiciones fue casi calcada. Eso sí, esas ganas de querer ver lo que no llegó a pasar predispuso al personal a revalorizar cualquier lance de la lidia. Sólo así se explica la nutrida –pero insuficiente– petición de oreja que animó a Manuel Escribano a dar la única vuelta al ruedo de todo el festejo. El matador de Gerena, ojo, había estado francamente bien con ese quinto al que recibió con una larga emocionante que pudo acabar en tragedia. Dos lampreazos más de rodillas y un animoso y lucido ramillete de verónicas saludadas con la música pusieron aquello a hervir.

Manuel, perro viejo, sabía que había que mantener la tensión y volvió a meterse a la parroquia en el bolsillo con ese par, marca de la casa, que se inicia sentado en el estribo y se culmina clavando por los adentros. El victorino había humillado en la brega y Escribano, que brindó al veterano informador taurino Emilio Parejo, lo supo enseñar en un puñado de muletazos de irreprochable trazo que se cortaron en seco en cuanto el animal echó el freno. Lo mató bien y, sobre todo, rápido. Pero la oreja no llegó a caer. Manuel había tenido que lidiar antes a un segundo entrepelado en el que no faltó la portagayola de rigor. Lo banderilleó con acierto; dibujó algún natural... pero, como todo el encierro empezó a reponer antes de tiempo dejando el asunto en agua de borrajas.

Agradó, por cierto, la predisposición de Daniel Luque, hábil, técnico y entregado con un tercero al que le faltó humillar en los embroques y desplazarse en los viajes. Dani supo cruzarse, citarlo al pitón contrario y robarle los muletazos que posiblemente no tenía. Por el izquierdo fue otro cantar: el toro sólo quería arrancarle la cabeza pero el otro matador de Gerena acertó a buscarle las vueltas antes de desplantarse con majeza y oportunidad. Posiblemente habría optado a oreja si la espada hubiera entrado pronto y bien. Al público de aluvión no le agradó la vomitona de sangre y el asunto quedó en leves palmas que Luque agradeció desde el callejón.

Pero el torero volvió dispuesto a dar lo mejor de sí mismo con el serio sexto, otro toro que –como alguno de sus hermanos– fue ovacionado de salida. Las primeras embestidas del bicho hicieron albergar alguna esperanza que Daniel confirmó en los primeros muletazos de su labor. Hubo una serie reunida, templada y bien trazada pero cuando parecía que la faena iba a tomar vuelo definitivamente el bicho echó el freno de mano descomponiendo el pasodoble. El feo espadazo, ay, tampoco ayudó.

El primer espada era Antonio Ferrera. Esta vez no hubo platinos que pulir. Ferrera, que escenificó siempre la lidia, pasó más tiempo del recomendable delante de dos animales sin posibilidades que le dejaron prácticamente inédito en espera de su tercer compromiso, el jueves de farolillos, con los toros de Jandilla.

Ganado: Se lidiaron seis toros de Victorino Martín, muy bien presentados y de declinante juego global. La totalidad del encierro, con distintos matices, adoleció de una tara común: la cortedad de recorrido en sus embestidas aunque se dejaran más, y muy a medias, los lidiados en tercer, quinto y sexto lugar. El lote más deslucido, con mucho, lo conformaron primero y cuarto.

Matadores: Antonio Ferrera, de rosa y oro, silencio en ambos.

Manuel Escribano, de pizarra y oro, ovación y vuelta tras petición insuficiente.

Daniel Luque, de tabaco y oro, palmas y ovación de despedida

Incidencias: La plaza registró un lleno aparente en tarde fresca pero soportable. Saludaron Caricol y Cervantes. Pico bien Juan de Dios Quinta al sexto.