Puerta de la Carne: la cuna del toreo

Las recientes prospecciones arqueológicas del mercado de la Puerta de la Carne han sacado a la luz los restos del primitivo matadero. Fernando VII estableció allí una escuela taurina en 1830

09 dic 2017 / 06:50 h - Actualizado: 09 dic 2017 / 06:50 h.
"Toros"
  • Las recentísimas excavaciones en el antiguo mercado de la Puerta de la Carne han puesto al descubierto el primitivo matadero, sede de la efímera escuela taurina. / Europa Press
    Las recentísimas excavaciones en el antiguo mercado de la Puerta de la Carne han puesto al descubierto el primitivo matadero, sede de la efímera escuela taurina. / Europa Press
  • Puerta de la Carne: la cuna del toreo

El toreo se inventó en la Puerta de la Carne. La afirmación puede parecer absoluta y simplista pero no va descaminada. Conviene retroceder en el tiempo; hasta finales del siglo XV. Los Reyes Católicos habían ordenado la construcción de un inmenso matadero junto al arroyo Tagarete. El establecimiento estuvo más de cuatro siglos en pie, forjando la simbiosis con el cercano arrabal de San Bernardo y la vocación taurina de sus gentes, vinculadas a las tablas de la carne y, ojo, al oficio de manejar toros que tanto tendría que ver con la profesionalización del toreo a pie.

La génesis del toreo popular y su lenguaje –el capeo de los toros y sus rudimentos técnicos– debe mucho a esas lidias más o menos improvisadas ligadas al traslado de las reses, descritas por José María Blanco White en 1821. El escritor anglófilo mencionaba aquel «gran matadero» llamando la atención sobre «la gente que agitando sus capas y con agudos silbidos logran con frecuencia dispersar la piara y separar a la res más brava para divertirse con ella». Blanco White aporta otros datos reveladores sobre ese juego popular que ya recibía el nombre de capeo: «Todos los vecinos del barrio de San Bernardo: hombres, mujeres y niños, son grandes aficionados a él». El escritor estaba certificando el pedigrí taurino del arrabal pero va más allá al señalar que «es en los mismos corrales del matadero donde se entrenan los toreros de profesión». Pero hay más datos imprescindibles, que reafirman la condición de cuna del toreo de aquel paraje: «El matadero está tan admitido como escuela de tauromaquia que se le da el apodo de Colegio». El adarve y las almenas de la cercana muralla de la ciudad servían de improvisados tendidos tal y como atestigua el cuadro revelador que se conserva en el comedor de Zahariche, la finca de la familia Miura, que retrata el espectáculo descrito por Blanco White.

En esas circunstancias no es casual que Fernando VII ordenara el establecimiento de la Real Escuela de Tauromaquia vinculada al matadero, haciendo oficial lo que era costumbre. La búsqueda del profesorado no estuvo exenta de tensiones. Se nombró a Jerónimo José Cándido y a El Sombrerero pero el mítico Pedro Romero, ya anciano, reclamó y obtuvo para sí la condición de primer maestro. La vida del centro resultó efímera. El monarca murió en 1833 y la escuela sólo le sobrevivió algunos meses. La vida lectiva del centro sólo abarcó cuatro años, tiempo suficiente para alumbrar dos diestros fundamentales que marcaron el futuro de la Tauromaquia decimonónica: el chiclanero Francisco Montes Paquiro y el sevillano -de nacimiento madrileño- Curro Cúchares

La monumental puerta que daba nombre al paraje y las viejas murallas fueron absurdamente derribadas en 1864. Pero al matadero también le llegó su turno en 1914. Sobre su solar se edificó el mercado de abastos que ha resucitado en la antigua estación de San Bernardo, ese barrio enhebrado al gremio de la carne y directamente entroncado con la historia íntima del toreo.