Terremoto en la cumbre
El triunfo madrileño de Roca Rey no tiene parangón. Tampoco lo tuvo, apenas dos semanas antes, la revelación de Pablo Aguado en ese Viernes de Farolillos que ya está inscrito en los anales del coso maestrante. Algún día podremos contar a los nuestros: yo estuve allí. También podrán hacerlo las 24.000 almas que abarrotaron la plaza de Las Ventas el día del definitivo pronunciamiento del ‘Cóndor’ peruano. Roca es el número uno. ¿Quién lo duda? Pero ha encontrado en el toreo aterciopelado y rabiosamente clásico del nuevo valor sevillano el mejor contrapunto a su vocación de mando. A Pablo –ya se lo contamos- también le han visto en Madrid. Su nombre ha subido como la espuma y los públicos han sabido tomar nota. Todo el mundo quiere verlos y si es juntos mejor. Aguado y Roca ya son las figuras del momento dotando de aire fresco a una cúpula de senadores que acumulan trienios y más trienios y apuntan a la cuarentena. La historia del toreo demuestra muchas cosas: la renovación es necesaria y ya ha llegado. Adelante.
Lecciones por aprender
Al final ése es el mejor bálsamo cuando andamos tan hartos de hablar de crisis y plazas vacías. La mejor defensa del toreo es la excelencia del espectáculo. Siempre lo fue. Las taquillas se revitalizan con el nombre de ambos paladines; se vuelven a llenar las plazas y discuten los partidarios de uno y otro; se animan las tertulias y se habla de toros, que recuperan espacios perdidos en la información generalista. Ésa es la sal de la fiesta: novedad, competencia y excelencia. Sólo resta que la mejorable clase empresarial que padece el espectáculo sepa estar a la altura de las circunstancias. En otro tiempo ya estarían anunciados ‘vis a vis’ en las plazas más encopetadas. La memoria rescata -27 años después- aquel memorable mano a mano que sostuvieron Ortega Cano y César Rincón en la beneficencia madrileña de 1991. El festejo respondió al mejor momento del diestro cartagenero y la explosiva eclosión del colombiano. El cartel se forjó después de aquella histórica isidrada y la corrida, emitida en directo por la primera cadena de Televisón Española, ya forma parte de la historia de la propia cadena y hasta de la memoria doméstica de los 90. ¿Me siguen? Pues eso...
Del ‘pantigate’...
El incontestable triunfo de Roca Rey no estuvo exento de su propia anécdota. Hay que recordar que el primer toro de su lote le cogió, propinándole una cornadita y destrozándole la ropa. Bajo las taleguillas quedó al descubierto una inusual prenda negra en la que muchos quisieron ver una abracadante protección de kevlar, neopreno o un desconocido mono para repeler las cornadas confeccionado con tejido antibalas... Nada más lejos de la realidad. El mozo de espadas del joven diestro peruano, el cordobés Manuel Lara, tuvo que salir a la palestra cacareante de Twitter para aclarar el origen de la prenda. Se trataba de unos simples pantis de mujer –eso sí, de color negro- y hasta marca conocida por todas las doñas. En la fotografía publicada por Lara se podía ver hasta el agujero por donde había entrado el pitón. Roca había preferido el color negro al habitual blanco de esta prenda usada por todos los toreros en sustitución de los frescos y antañones calzoncillos largos atados a las corvas.
Aquella foto de Dax...
La imagen, tomada en el verano del 82 en la plaza de Dax, retrata a Fernando Domecq dando la vuelta al ruedo junto a Nimeño II, El Yiyo y Paquirri. Ninguno de los cuatro vive ya. Fernando, joven ganadero aún, se encontraba aún al frente de la divisa de Juan Pedro Domecq antes de la escisión del hierro de Veragua de la vacada matriz que, un año después, tomaría el nombre de la casa grande del encaste: la mítica finca Jandilla. En 1984 caería Paquirri en la tragedia de Pozoblanco que marcó a fuego la España de los 80. El Yiyo se hizo cargo de la muerte de ‘Avispado’, el toro de Sayalero y Bandrés que había matado al coloso de Zahara de los Atunes, sin saber que el animal que acabaría con su vida también esperaba pastando en los campos de Cádiz. ‘Burlero’, el ejemplar de Marcos Núñez, fulminó al emergente y jovencísimo diestro madrileño de una cornada en el corazón en el ruedo de Colmenar Viejo. Era agosto del año 85. Pasaron cuatro años más antes de que Nimeño II fuera cogido por un toro de Miura que le propinó una espeluznante voltereta. En la caída se reventó dos vértebras y la médula espinal. Escapó por poco de la muerte y, aunque quedó parapléjico inicialmente, logró recuperar la movilidad de casi todo su cuerpo. Pero el torero no se recuperó interiormente y cortó por lo sano, ahorcándose en su garaje dos años después del percance. La enfermedad también se ha llevado antes de tiempo a Fernando Domecq, un ganadero que condensó en ‘Jarabito’ -el toro que propició la cumbre de Emilio Muñoz en la plaza de la Maestranza- todos los parámetros de bravura que había forjado entre la herencia familiar y la intuición que abrió nuevos caminos a la ganadería. Los cuatro, retratados en esa lejana vuelta al ruedo en la que sonríen al tendido, están ya en la historia del toreo... No nos marchamos sin mencionar la última noticia que corre por Radio Macuto: Ferrera podría afrontar los tres compromisos contraídos en Madrid después del enigmático accidente que le llevó a lanzarse al río Guadiana. Se le desea suerte. Al hombre y al torero. Nos hablamos en siete días...