Simón Casas: espíritu de Gatopardo

La feria de San Isidro fue presentada en una esplendorosa gala que no podía ocultar el discreto pulso del largo ciclo taurino. Pero en la semana que se fue también se habló -y mucho- del reencuentro incompleto de los toreros que se anuncian como El Cordobés

14 mar 2017 / 10:23 h - Actualizado: 14 mar 2017 / 10:24 h.
"Observatorio taurino"

Cambiarlo todo para que todo siga igual...

El aserto gatopardesco sirve para resumir de forma precisa la pretendida revolución de Simón Casas. El productor francés ha encendido bengalas, lanzado cohetes, pronunciado fervorines y hasta ha matado el cabrito cebado. Pero los carteles de la próxima isidrada, primera que organiza el juglar galo, no pasan de aceptables y no dejan de ser más de lo mismo. Simón ha hecho una feria simplemente correcta a la que ha sabido rodear de esa brillante hojarasca que se le da como nadie. Tampoco hay que olvidar que el locuaz empresario francés llegaba algo escaldado a la presentación que había organizado en la propia plaza de Las Ventas. El nombre de Juan Mora aparecía en el avance de algunos portales y el diestro placentino no dudó en recurrir a las redes sociales -el toreo es otro antes y después de Twitter- para bajarse del coche en marcha y darle dos manitas de barniz al empresario. “No he vuelto a hablar con el charlatán”, tronó Mora recordando que no veía a Simón desde el pasado mes de noviembre. Una fotografía recogió el momento, al que no fue ajeno Morante de la Puebla que se anuncia en Madrid en esa nueva Corrida de la Cultura en la que se preconizaba el nombre de Mora. Lo que entonces eran risas ahora son reproches. El novedoso festejo -se alisará el ruedo madrileño para contentar al diestro de La Puebla- dejará un hueco libre. Morante y Cayetano alternarán con el triunfador que alumbre San Isidro. Pero nos habíamos quedado en las galas de sábado. Bienvenidas sean la apertura del toreo a la cultura y la sociedad de hoy, su presencia en los medios y hasta esas dosis de literatura que don Simón maneja con mano maestra. Eso sí, las combinaciones presentadas, y perdonen que no me levante, han despertado un entusiasmo descriptible.

Cifras y letras muy difíciles de alcanzar

Y tenemos que seguir con el asunto madrileño. El empresario habla de llenar dos veces cada tres festejos; de levantar el abono que permanece en caída libre; de recuperar 100.000 espectadores y convertir cada tarde en un acontecimiento planetario. Con los mimbres que ha armado el cesto lo tiene muy complicado. El abono de Las Ventas tocó techo en 2011 y a partir de ahí ha bastado un solo lustro, la recurrente crisis económica y los cambios de costumbres para dejarlo en poco más de 4.500. Y no hay más cera que la que arde: lo accesorio está muy bien pero los carteles deberían ser mucho mejores. En descargo del señor Casas sólo podemos argumentar la negativa de los grandes a prodigarse en el foro. En el debe, vender la burra antes de amarrarla. Simón Casas había cifrado todo en volver a engatusar a José Tomás, del que nada se sabe a estas alturas del año. Pero eso era pan para hoy y hambre para mañana. Pues eso.

Algunas cosas que se contaron en Morón...

Fue el acontecimiento mediático de la semana. Manuel Díaz y Julio Benítez, los dos hijos toreros -y reconocidos- de Manuel Benítez El Cordobés se reencontraron taurina y personalmente en Morón. Más allá de las connotaciones familiares del acontecimiento hay que recalcar el indudable tirón popular del nuevo dúo. Llenaron hasta la bandera el funcional coso moronense y dejaron fuera a muchos. No queremos entrar ahora en lo que se contó de los entresijos organizativos del evento aunque sí convendría atar cualquier cabo suelto si se pretende rentabilizar el cartel. Eso sí, el escaso argumento taurino del tinglado jugará en contra. El verdor profesional de Benítez y la decadencia indisimulada de Díaz podrían ser un obstáculo si se quiere prodigar el invento. Al final, además, nos quedamos sin presenciar el ansiado abrazo de los hijos y su famosísimo padre que, con 80 años cumplidos, le habría pegado un sonoro repaso a sus vástagos. Hay cosas que, ay, no se heredan