Más allá de la profesión y de los rudimentos del oficio se encuentra la vocación y, mucho más allá, un estilo definido de vivir. Así lo supieron transmitir anoche el cantaor Nano de Jerez –dueño absoluto de las tablas– y el diestro Curro Díaz, un artista de Linares que prestó el mejor titular a este puñado de líneas: «Torear es una forma de vida», espetó el torero. Cantar también lo es. Lo demostró el Nano, mojando los palos en un güisquicito, perfectamente enhebrado a su guitarrista de cámara, un magistral Eduardo Rebollar que lo bordó con la sonanta en una noche que, lanzada, hizo las delicias del público que llenó hasta la corcha la sala Antonio Machado, habilitada para la ocasión por las obras de rehabilitación del auditorio habitual de estos eventos.

Pero había que entrar en faena. Nano de Jerez se salió al tercio espetando que el toreo «suena tan flamenco que cuando sales de una corrida estás loco por cantar y tomarte una copita de vino». La gente ya estaba metida en la talega y seguíamos por la senda de ese guión vital que Curro Díaz entiende como una banda sonora, la que marca el compás del toreo. Un toreo que el estilista de Linares no puede concebir sin el cante flamenco. El matador evocó a los suyos, «que se buscaban la vida en el tablao de Villa Rosa» y afirmó que, con los trastos en la mano y en el entrenamiento de salón, sólo puede inspirarse escuchando cante jondo. «Cada forma de torear tiene su palo», afirmó Curro soñando muletazos imposibles por bulerías, fiestas, tientos... «todo depende de tu estado de ánimo e incluso hay momentos en los que no te encuentras y el cante te permite venirte arriba, te libera la alegría interior», afirmó el matador.

La complicidad entre el torero y el cantaor fue calando entre el público. El Nano de Jerez ya había sido testigo de otro recordado mano a mano que enhebró a un lidiador y un maestro del cante. Aquel acto tuvo, además, el valor de lo irrecuperable. Lebrijano –que falleció este mismo verano– compartió acto y tablas con Pepe Luis Vázquez. El cantaor de Jerez, presente en aquel evento celebrado hace casi dos años, supo que él quería repetir aquello. Y tenía claro quién sería su partenaire: Curro Díaz. A partir de ahí estaba todo chupado. El Nano ya sabe lo que es cantar en una plaza; también en el campo. La plaza fue la de La Algaba, hace ya algún tiempo, enhebrándose a la perfección a una inspirada faena de Finito. Un día de Navidad lo hizo en la intimidad del campo junto a su primo Curro. Fue en una placita de tientas, plantado en medio del ruedo y muy cerquita de su torero, calentándose por bulerías. «Estaba a 20 metros», dijo Nano. «Yo creo que era a menos», corrigió Curro entre la complicidad del público. «Aquel día se templaron hasta las vacas», señaló el matador, definitivamente relajado ante una parroquia que lo pasó en grande. José Enrique Moreno, el moderador habitual de estos tradicionales mano a mano de Cajasol, ya había recordado el excelente tono de la temporada del torero de Linares. Pocos saben que Curro Díaz llegó a plantearse dejarlo antes de afrontar una campaña en la que ha sabido sacar sus mejores registros. Lo ha hecho con todo tipo de toros sin renunciar a su más íntima personalidad de artista.

Ese sentimiento –la personalidad del creador– también se coló en el argumento de una charla que ya estaba embalada después del cante de Nano de Jerez. «Cuando el torero se siente es cuando te dan ganas de cantar», soltó el maestro moviéndose por aquella sala como en el zaguán de su casa. «Es que sin sentimiento no se puede transmitir nada; ni en el toreo ni en el cante; en ninguna faceta del arte», señaló el flamenco afirmando que «el toreo nos empapa y nos perfuma a la hora de cantar; no nos jugamos la vida pero cuando me subo al escenario paso más miedo que mi primo Curro». Cosas del arte.